Mundo Netflix: La verdad que le falta a «Cien años de soledad» (de la tele)

Netflix nos presenta un mundo ridículamente increíble. Gabo nos recuerda un mundo nuestro, “ridículamente” cierto.

por Mario Ernesto Almeida/AlmaplusTv.
Para algunos que pudimos catar los dos primeros capítulos de la serie de Netflix, a veces nos parecía que estábamos en presencia de un documental sobre Cien años de soledad —la novela—, en lugar de un título con vida propia

Con Cien años de soledad —entiéndase serie de Netflix inspirada en la novela homónima de Gabriel García Márquez— ocurrió lo que siempre ocurre en los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana cuando se trata de un producto promocionado por todo lo alto, con nombre e intenciones pretenciosas: simplemente se llenó el cine luego de largas colas afuera para por fin, décadas después, “conocer” los rostros “de verdad” de la familia Buendía.

Dicho esto, y observados los dos primeros capítulos de la obra en cuestión, corresponde preguntarse si acaso tiene condiciones para llegar a ser un éxito. La respuesta rápida es que sí.

La gente no se va a aburrir. Se pueden ver dos capítulos seguidos de casi una hora cada uno sin que se sienta la necesidad de pararse a descasar los pies o la vista, aunque tampoco se sentirá la necesidad de mantener febrilmente la mirada sobre la pantalla, como bien saben hacer otra clase de largometrajes a la que nos tiene acostumbrados el festival.

Es una serie de muchos colores. Se le ven todas las patas y antenas a cualquier hormiga. La fotografía, ciertamente, es uno de sus valores más potentes, porque Netflix sabe que a la gente hay que “entrarle” por los ojos y Netflix, no hay dudas, resulta buena haciendo eso.

Sin abusar, el uso de los planos secuencia y de las transiciones tempoespaciales en la obra dan garantía de que, técnicamente hablando, detrás de cada plano existe un equipo harto profesional que sabe hacer todo lo que hay que hacer para que la estética deslumbre a los públicos específicos de diciembre de 2024. Nadie va a decir que la serie está mal hecha. Dinero ha costado para que ello no ocurra.

No obstante, hay un pecado capital en el producto de marras. Se trata del valor “verdad”, de su ausencia más bien. Con esto no nos referimos a que la ficción declarada tenga que tener herramientas de la no ficción. Intentamos decir, por el contrario, que las obras, aunque estén inmersas en la mayor de las fantasías probables y hasta improbables, tienen que tener una verdad, la suya…

Para algunos que pudimos catar los dos primeros capítulos de la serie de Netflix, a veces nos parecía que estábamos en presencia de un documental sobre Cien años de soledad —la novela—, en lugar de un título con vida propia. No era poco el riesgo al tratarse de un texto muy conocido o, más que eso, cardinal en la literatura latinoamericana.

¿El fantasma del libro mismo habrá pesado tanto? Puede ser. Pero quizás haya más detrás del hecho. Cien años de soledad —la de García Máquez— es un producto, además de literario, político, lo cual no es noticia a estas alturas del juego, cuando ya sabemos que Cien años de soledad —la de Netflix, como todo— también lo es.

Entonces entra la pregunta de si ambos resultados se inscriben en la misma línea e intencionalidad política. Por supuesto que no estamos hablando del entendimiento más burdo y primario de lo que es política. Nos referimos a formas muy sofisticadas de emitir determinada visión del mundo, más cuando se trata de un mundo que es nuestro y de una parte de él que es más nuestra todavía.

El realismo mágico garcíamarqueano resultaba más que un artificio literario; era una herramienta, un método, para entender el sentir, las actitudes y las experiencias de determinados pueblos. Por tanto, aunque se movía en el mundo de la ficción y tenía sus verdades bien garantizadas dentro de ese mundo ficticio, también enlazaba con verdades no ficticias de la gente de carne y hueso que le rodeaba.

Ni historias de guajiros ni provincianismos ni mentiras para dormir niños. Mejor hablar de variables muy concretas que transverzalizan la vida de los seres humanos, sin las cuales no se puede calibrar ni la mitad de lo que estos seres humanos valen, en medio de sus circunstancias, con —y a veces contra— ellas.

La serie de Netflix no lo logra. Quizás su intención no era tal y eso puede que esté bien, pero solo para el negocio que Netflix simboliza. A nosotros, los que habitamos en este espacio específico del planeta y de las circunstancias, no nos sirve tanto, porque de pronto nos convierte una trama que ha sido por décadas parte de las sensibilidades de la liberación en una anécdota, en una suerte de caricatura —caricatura bien hecha y con muchos colores— de un libro famoso.

Cuando eso ocurre, pueden salir al paso efectos como los de la noche de este viernes en La Habana, Cuba, donde todo el cine Yara estallaba en una carcajada cuando Úrsula, después de dar a luz a cada uno de sus hijos, le revisaba la zona trasera para comprobar que no tenían cola de cerdo.

En la serie da risa. Claro que el público tiene derecho a reírse. Pero sí es una responsabilidad política de Netflix, una decisión tal vez, caricaturizar el momento clímax de los temores más terribles de esta mujer, metáfora de muchas mujeres pretéritas y no tan pretéritas, condenada por haberse casado con su primo. Esa sensación, esa trágica sensación, no es ficticia, no nos es ajena en nuestro continente, y es más compleja y dolorosa que hacer pasar por loca, bruta o inculta a una “guajira”.

Este es solo un ejemplo. En general, al menos estos dos capítulos —después del 11 de diciembre se podrá decir más— van oscilando sobre la estética de una América Latina más mágica que real, demasiado increíble, fantasía de nube.

Cuando se hable de cine latinoamericano, no meramente como un gentilicio sino como una estética y un modo bien definidos de hacer cinematografía en la región, no se podrá pensar en Cien años de soledad —la serie. A Netflix le falta mucho por sentir, entender, sufrir y querer para llegar a tanto.

Netflix nos presenta un mundo otro, ridículamente increíble. García Márquez nos recuerda un mundo nuestro, “ridículamente” cierto.

Fuente: https://www.almaplus.tv/articulos/9179/la-verdad-que-le-falta-a-cien-a%C3%B1os-de-soledad–la-de-netflix


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