Para Alan Rodríguez Pacheco, a 40 años de su asesinato.
por Rodrigo Suárez Madariaga/Red Charquicán.
En febrero del 2024 viajé a Neltume a realizar un trabajo de investigación sobre la clandestinidad del MIR en el Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. Iba a la vez con otra tarea: conocer más sobre la historia de Alan Rodríguez Pacheco. El interés nace del trabajo que realizamos en Antofagasta, en el Sitio de Memoria Providencia, en que hemos estado rastreando las huellas de las militancias y formas de organización que nos permitan establecer puentes hacia los desafíos políticos del presente y futuro.
En ese viaje conocí a Alejandra y fuimos juntos a visitar a su hermano en una localidad cercana. Ahí, él nos compartió carpetas y cajas con cartas escritas por Alan y dirigidas a José Miguel y a Carmen. Datan entre 1979 y 1985. El archivo también contiene fotografías y cassettes de audio que envió Alan a Inglaterra a su primer hijo y a la madre de él.
En este año transcurrido, hemos realizado en conjunto algunas entrevistas, además de digitalizar la correspondencia e intentar recomponer, a retazos, la memoria militante y humana de Alan. Lo que vengo a compartir son algunos de esos retazos de esta historia, y un par de reflexiones que han surgido en el proceso. Una pregunta sobre todo me gustaría responder ¿cómo se retorna a las escenas de violencia, sin reproducir la gramática de esa violencia?
Alan nació en Chuquicamata, un campamento minero hoy deshabitado. prontamente su padre es trasladado a trabajar a Arica, donde pasa los primeros años de su niñez. En 1966 la familia Rodriguez Pacheco se trasladó a Antofagasta. Alan junto a su hermano René ingresan a la escuela 12. Su madre trabaja en el hogar y su padre tiene una micro que recorre la ciudad.
La enseñanza media de Alan fue realizada en la escuela técnica profesional de la UTE, donde estudió electrónica (hoy Universidad de Antofagasta). En ese periodo Alan comienza su formación política. Pasa rápidamente por diferentes organizaciones: ingresa un corto periodo a las Juventudes Comunistas, luego a las Juventudes Socialistas. Asiste a escuelas políticas y trabajos voluntarios a cargo de estudiantes de la misma casa de estudios.
En 1972 participa de los trabajos voluntarios de Calama a cargo de estudiantes de la Universidad del Norte, en donde participa de una escuela de cuadros del Frente de Estudiantes Revolucionarios, organización de la que comienza a ser parte. Llega a ser el segundo al mando de la Base Técnico Profesional del FER, y encargado de agitación y propaganda.
René, su hermano 5 años menor, recuerda «siempre jugábamos, y a partir del segundo año en la UTE, le dieron una pieza solo, llenó su pieza con figuras del ché y de vietnam que estaba muy en boga. De jugar, él pasó a construir linchacos por ejemplo, empezó a usar botas militares, escuchar a serrat, le gustaba mucho serrat».
A raíz de los acontecimientos, a mediados de 1973 Alan ya milita en el MIR. Hasta el golpe de Estado combinaba sus actividades públicas con actividades clandestinas, al ser parte de una unidad del MIR en la Enseñanza Media de la ciudad, dirigiendo jornadas de estudio entre los militantes.
Con el golpe de Estado Alan pasa a la clandestinidad con 18 años de edad. A los días cae detenido por primera vez, y es llevado al regimiento de blindados de Antofagasta. Donde es torturado y liberado ante la búsqueda de su padre. René cuenta que retomó sus estudios con mucha soledad, no podía hablar con nadie de la universidad ya que lo tenía prohibido.
En octubre del mismo año carabineros allana la casa familiar. Detienen a Alan, lo llevan a la tercera comisaría de Antofagasta y luego es trasladado a la cárcel pública. Es llevado a juicio y liberado. Sus padres, por medio del Comité pro paz deciden sacarlo del país hacia Perú, en calidad de refugiado político. Ahí, según cuenta su hermano, vendía sangre para subsistir, y ya buscaba las posibilidades de reintegrarse a la resistencia.
Luego de esto, viaja hacia Inglaterra donde estudia pedagogía en matemáticas. Vive en ese país hasta 1979 junto a Carmen, su compañera en ese momento, militante del MIR, y su hijo José Miguel nacido en 1976. Ese año Alan se prepara para regresar a Chile en la ‘Operación retorno» cuyo objetivo fue habilitar el ingreso al país del mayor número de militantes para aportar a la lucha en contra de la dictadura. Alan integraría el Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro, una iniciativa militar integrada por 25 militantes del MIR y que buscó instaurar una guerrilla en Neltume, al sur de Chile. Esta iniciativa es desmantelada por el ejército chileno, asesinando a 9 guerrilleros. No me voy a detener en esta labor, creo que hay varios compañeros que tienen mucho más que decir.
Alan logra escapar y radicarse en Santiago, desde donde envía periódicamente las cartas que encontramos, algunas de ellas acompañadas de cassettes de audio contando anécdotas, estableciendo una conversación hacia el futuro. En 1985, Alan, con 28 años, vive con Emilia, su pareja, quien estaba embarazada a la fecha que agentes de la Central Nacional de Informaciones emboscan la casa en que viven. Ella es detenida, pasando meses en prisión. La casa, durante la balacera se incendia con Alan en su interior.
La historia es parte de otras. Alejandra es una de las 25 hijas/os póstumas que reconoce la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación en 1990, personas que nacieron luego del asesinato o de la detención y desaparición de su padre o madre. Hoy, estos hijos e hijas son mayores que sus padres asesinados, y reciben estos mensajes que fueron dejando como huellas, con la reflexividad que otorga la adultez y las posiciones políticas contemporáneas.
¿Cómo contar a esos hijos e hijas esas escenas de violencia, sin reproducir esa violencia? ¿Sin que sea paralizante? ¿Qué es lo que se cuenta de Alan Rodríguez Pacheco? En los diarios de la época la noticia apareció de diversas formas. En la que vemos, aparece la casa de Emilia y Alan luego de ser quemada, junto a la frase «espectacular balacera». Hay palabras que no deberían decirse juntas. En otra, que no vamos a mostrar, aparece su cuerpo quemado, y la frase «murió carbonizado un extremista». Hay palabras que sin duda no debieran nunca decirse juntas.
Por último me gustaría decir unas breves palabras sobre las cartas y los mensajes hacia el futuro que nos dejó Alan. En uno de sus audios, se escucha:
«El objetivo es que mis palabras, este cassette, quede audible para ustedes (…) el mejor regalo es que escuches mi voz, decirte desde mis propios labios, toda la preocupación que siento por ti» (Alan Rodríguez, registro sonoro previo a su captura y desaparición).
Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos. «La correspondencia -dice el escritor argentino Ricardo Piglia- es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y hace del futuro el único lugar posible del diálogo».
La escritura de Alan, sus registros, permiten crear nuevas interacciones. Recomponer o en realidad tan solo componer un vínculo, ampliando el repertorio emocional con el que vemos al militante, padre, amigo, compañero, pareja, o cual sea el lazo que se compone.
Amplía la imaginación sobre espacios, la actitud, su tono de voz, una eventual paternidad -en el caso de Alejandra- y formas en las que se hubieran relacionado.
Y por otro lado, en nosotros, quienes no somos familiares pero hemos estado tras las huellas de estas historias militantes, estos archivos adquieren también otro potencial, una re identificación de nuestros compañeros y compañeras, una dislocación del tiempo en que los archivos adquieren un potencial afectivo que movilizan prácticas políticas que no se pueden comprender sin las contradicciones y lecciones que nos dan las luchas anteriores.
Esta es una carta que escribió Alan, para el año nuevo de 1985, días antes de ser asesinado:
«No he podido escribir, tengo la peste encima y no sé qué pasará. Confío por lo tanto que esta llegue a tu poder. Hay ocasiones en que uno no está seguro de volver a escribir. Esta es una de ellas, aunque nunca he perdido mi ansia de lucha y mis gotitas de esperanza. Saludo a todos los amigos, y que tengan presente que aquí nadie está destiñendo»
3 de enero 2025
Fuente: Red Charquicán.
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