por Rosario Puga / Fuente: Politika.
Cuando en enero de este año los medios informaban de la muerte de Ettore Scola pensé que con él terminaban de desaparecer los maestros con los que aprendí sobre el cine como campo de escritura de la cultura del siglo XX .
Hablamos de un cine anclado en un diálogo con la literatura y la pintura, menos obsesionado con la búsqueda de un ritmo visual frenético como el actual. Un arte en permanente definición, que construyo un sólido legado cultural en el desarrollo del pensamiento del siglo pasado.
Ettore Scola pertenece a lo mejor de esa tradición del cine italiano, europeo y global. Lo suyo es un relato montado en solidas historias, que cruzan a seres comunes con las circunstancias históricas para conformar lucidas reflexiones sobre la condición humana. Su cine es esencialmente político y se mueve cómodamente en los diferentes géneros con la particularidad de ser un cine esencialmente italiano como el de Fellini, Visconti o de Sica por nombrar algunos.
Scola empezó como guionista de grandes directores y su relación con el realizador de la Dolce Vita marca su desarrollo como cineasta. Así lo señala en su último trabajo “Qué extraño llamarse Federico” (2013) un documental sobre su relación con el maestro del cine italiano, quien era uno de sus más entrañables amigos.
En su labor como guionista y colaborador de diversos realizadores, desarrolló una gran pasión por su país e intentó darle al cine el valor político que contribuye en la construcción del imaginario colectivo y la conciencia de una Italia marcada por el fascismo, la post guerra y la modernidad.
Abogado de profesión, guionista por definición y realizador por vocación, su filmografía incluye “Nos habíamos amado tanto” y “Un día particular” mis películas preferidas dentro de su extenso legado.
En “Nos habíamos amado tanto” (1974) la historia de tres hombres contada de a partir del desenlace, nos enfrenta a las reflexiones sobre el conformismo que cruza las vidas de tres amigos que combatieron al fascismo y se encuentran décadas después. El tono amargo de los balances de sus vidas permiten a Scola usar las claves personales para armar un juicio histórico sobre la Italia post segunda guerra mundial. El relato nos enfrenta con la madurez triste de tres vidas mínimas, marcadas por el desencanto. Esto queda plasmado en una frase de uno de los personajes quien afirma: «Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros». Las relaciones entre el grupo están mediadas por la disputa por una mujer, un elemento clásico del melodrama italiano, que el realizador convierte en un oscuro giro junta a las otras cargas que sobrellevan las relaciones entre los ex camaradas.
La síntesis entre historias privadas y circunstancias históricas que Scola maneja magistralmente como realizador, se relaciona entre otras cosas con su gran talento para la dirección de actores.
En el caso de una “Jornada particular” (1977) la dupla de Marcello Mastroianni y Sofía Loren consigue dar forma a una relación entre dos desconocidos, un periodista homosexual y una frustrada mujer casada, que viven un extraño encuentro el 6 de mayo de 1938, el día que Hitler visita Roma y toda la ciudad se vuelca a las calles. Ambos personajes, enfrentados a la soledad de su condición de vida, mantienen durante todo el relato una extraña e imposible tensión y reflexionan sobre la trama de una vida colectiva que empieza a ser afectada por los vuelcos autoritarios que impondrá el fascismo. Cuya tragedia marca el desenlace tal y como marcó el destino de muchos italianos durante el período. Lo notable es que la historia intima pone luz sobre el contexto histórico con gran profundidad.
Al final de su vida el realizador miraba con horror la Italia de la era Berlusconi y afirmaba que el alma del país se había extraviado en la exaltación neoliberal de este segundo Duce, igual que en la aventura fascista cuyo juicio histórico cruza toda su producción.
La fineza de su intelecto y su vocación por el cine permitieron a Ettore Scola ser un narrador con una clara visión del tiempo y del paso de la historia. Eso hacía de su producción cinematográfica un producto cien por ciento italiano. Pero su humanismo, que se traduce en una gran empatía con sus personajes, hace que su cine sea una reflexión vigente, llena de nostalgia por un mundo diferente, que trasciende lo local para situarlo en lo universal.
Su capacidad de reflexión hará falta en el pensamiento de una Europa que camina inexorablemente hacía una nueva versión de la pesadilla fascista que, Scola lo presentía, siempre estuvo pulsando en las sombras. Pero aunque él no será testigo directo de esta difícil etapa de la historia, sus películas no deben ser olvidadas porque ofrecen una reflexión critica que conserva todo su vigencia y que será indispensable para las nuevas generaciones.
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