“Los Estados son los ‘autores’ de la globalización capitalista”
Leo Panitch, editor de la revista Socialist Register es, junto a Sam Gindin, autor de The Making of Global Capitalism [La conformación del capitalismo global, 2012], voluminoso trabajo que estudia el rol del Estado norteamericano para la conformación del capitalismo global. En esta entrevista discutimos sobre su libro y sobre el panorama de la economía global a seis años de la quiebra de Lehman Brothers.
IdZ: En su libro sostienen que es necesario trascender “la falsa dicotomía entre Estados y mercados”. ¿Podrías referirte un poco a cómo operó el rol de los Estados en la conformación del capitalismo global?
Nuestro libro fue en cierto modo la respuesta al argumento que hemos oído durante los últimos 20 años de que la globalización consistía en que los mercados se sustraían a la injerencia de los Estados, y los debilitaban. Este planteo establece una falsa dicotomía entre Estado y mercado. El mercado no puede existir sin el Estado, que es central en el establecimiento de los derechos de propiedad y en garantizarlos a través de los sistemas legales, las cortes y jueces. Es inimaginable una expansión del capitalismo sin que al mismo tiempo los Estados sean centrales para la misma. Entonces, consideramos que era necesario clarificar el rol del Estado en la conformación del capitalismo, y en la reproducción del capital en la era de la globalización. Los tratados internacionales de libre comercio, ya sea el NAFTA o el Mercosur, no son firmados por corporaciones trasnacionales, sino por Estados. Es necesario entender también lo que los Estados hacen en términos de su dependencia –como Estados capitalistas– de la acumulación de capital. Necesitan que el capital se acumule para sostener su legitimidad, y necesitan la acumulación de capital para la recaudación de impuestos. Cuando hay bajo crecimiento, cuando hay desempleo, tienen menos ingresos fiscales. Todo lo que hacen debe ser visto como ubicado en el campo de fuerzas de clases. Existen numerosas presiones sobre los Estados, que surgen desde las asimétricas relaciones que hay entre las clases. Pero necesitamos entender los Estados capitalistas como relativamente autónomos en la conformación del capitalismo. Nosotros incluso vamos tan lejos como para sostener que los Estados son los “autores” de la globalización capitalista, no las víctimas de esta.
IdZ: En su libro hablan de la internacionalización del Estado norteamericano. ¿Cuáles son los rasgos de esta internacionalización?
Una de las cuestiones más difíciles de responder es cómo ocurrió que durante el siglo XX el Estado norteamericano se volvió tan central para la conformación del capitalismo global. El libro trata en gran parte de comprender qué hizo al capitalismo americano y su Estado tan central en la configuración de la economía mundial. Para ello nos remontamos hasta mediados del siglo XIX para observar las particularidades de la economía política y de las relaciones de clases que se desarrollaron en los EE. UU. También tenemos que lidiar con la contingencia histórica. Si Alemania hubiera triunfado en la II Guerra Mundial, el Estado norteamericano no habría sido tan central. Tenemos que vérnoslas con el concepto de la internacionalización del Estado, que la mayoría interpreta como la conformación de instituciones multilaterales como la ONU, la OMC, el BM, el FMI. Esto es engañoso, ya que esas instituciones son conformadas por los Estados nacionales de los que dependen. No tenemos un Estado trasnacional. Pero hay ciertos Estados, en particular el Estado norteamericano, que a través de la historia tomaron responsabilidad de hacer lo que un Estado trasnacional –si lo hubiera– necesitaría hacer para la reproducción del capital trasnacional. Hasta cierto punto Gran Bretaña jugó este rol en el Siglo XIX, pero de una forma mucho más limitada. No se trataba solo del imperialismo británico –aunque sin duda era un elemento presente– imponiendo el colonialismo y los intereses de la corona alrededor del mundo. Con el patrón oro y el rol central de Londres en los movimientos de capital en el siglo XIX, Gran Bretaña jugó un rol central para todos los Estados capitalistas.
De forma similar el Estado norteamericano, durante el siglo XX hasta hoy, adoptó una responsabilidad hacia otros Estados, y desarrolló una capacidad, a través de ciertas instituciones, de ser responsable para supervisar los movimientos libres de capital, la extensión del libre comercio, la protección de la propiedad de otras clases capitalistas además de la norteamericana. Cuando EE. UU. interviene en un país latinoamericano para proteger a una determinada clase capitalista de la amenaza de una revolución socialista, no lo hace en primer lugar para salvar a sus corporaciones norteamericanas. Tiene una responsabilidad general que otras clases capitalistas en todo el mundo esperan que cumpla en proteger la clase capitalista mundial. Para dar un claro ejemplo actual: el banco central norteamericano, la Reserva Federal, no actuó durante la crisis reciente solamente para contener la crisis en los EE. UU. Se comportó como un banco central mundial, prestando dinero a los bancos desde que comenzó la crisis en 2007, proveyendo dólares a bancos extranjeros tanto como locales. Después la Fed ingresó en lo que se conoce como swaps [canjes de reservas], con bancos centrales de otros países, asegurándoles dólares que estos podían usar para respaldar a sus bancos.
No lo hacen por bondad, sino por los alcances de la integración capitalista. Si por ejemplo un banco francés colapsa, esto tiene un efecto en Wall Street. El banco central de los EE. UU. es consciente de la necesidad de contener la crisis en general. En contraste, el banco central de Alemania, así como el Banco Central Europeo (BCE), no ha jugado este rol, lo que generó fuertes molestias en EE. UU.
IdZ: Otro punto que destaca el libro es el alcance de la reestructuración de la economía norteamericana entre 1983-99. ¿Por qué es importante para la base material del dominio de EE. UU.?
Va de suyo que el Estado norteamericano solo puede jugar un rol preponderante en la medida en que el capitalismo norteamericano mantiene su fortaleza. Hay una idea muy extendida sobre su declinación, desde los años ‘70, que es engañosa. La formidable reestructuración de las últimas décadas restableció la rentabilidad del capital americano en el territorio nacional, y permitió un gran crecimiento de las exportaciones. EE. UU. fue líder en crecimiento de sus exportaciones respecto de las economías capitalistas desarrolladas. El balance de pagos se deterioró solo porque las importaciones crecieron aún más, porque EE. UU. se convirtió en el consumidor en última instancia para la economía global. La reestructuración del capitalismo norteamericano se debe en parte a la revolución tecnológica, con centro en las industrias de la información y la comunicación, localizada en los EE. UU., así como en la biotecnología y la ciencia de alta tecnología.
Incluso la vieja industria manufacturera, aunque emplea ciertamente mucha menos gente debido a la introducción de nueva tecnología, en gran medida se reestructuró relocalizándose dentro de los EE. UU. Además de que, en parte a través de la desindicalización y de la introducción de métodos just in time, se ha vuelto también mucho más productiva y más competitiva.
Algo que se ha pasado por alto es que buena parte de la reestructuración global de la vieja industria ocurrió dentro de los EE. UU., producto de la relocalización de inversiones que vinieron del extranjero. Por ejemplo en la industria automotriz, donde hay capital japonés y alemán. En tiempos recientes, en la industria alimenticia estamos viendo nada menos que multinacionales… ¡brasileñas! No se trata solo de lo ocurrido en 1982-1999. Continuó durante la última década y se mantiene aún después de la crisis. Esto no significa que la economía norteamericana no tenga problemas. Pero se observa una firmeza en la rentabilidad del capital, al contrario de lo que ocurre con los salarios de la clase obrera norteamericana. Y esto tiene que ver con que una de las razones principales del éxito de la reestructuración del capitalismo norteamericano es la manera en la que derrotó a la clase trabajadora. Durante los años ‘60, los intentos de restablecer la rentabilidad introduciendo mejoras en la productividad se toparon con la resistencia de la clase trabajadora; desde los años ‘80 quebraron esa resistencia y lograron un amplio margen de maniobra para avanzar en la reestructuración.
IdZ: Perry Anderson escribe en “Imperium” [New Left Review 83], que con la emergencia de China como un poder económico “no solo más dinámico sino pronto comparable en magnitud”, “la lógica de largo plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse contra sí misma”. El imperio norteamericano se vuelve “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital”. ¿Que pensás de estas reflexiones de Anderson?
Es realmente asombroso que Perry Anderson no muestre ningún concepto sobre la internacionalización del Estado, en el sentido en que lo definimos en nuestro libro. Su revisión de la literatura es básicamente del mainstream sobre política exterior de los EE. UU. Las conclusiones a las que llega lo reflejan. Su afirmación de que la emergencia de China como una economía más dinámica es bizarra. La economía China se ha vuelto una potencia económica primeramente integrándose en las redes de producción global como proveedor de trabajo relativamente barato. En formas muy eficientes por supuesto, pero no hay evidencia en casi ninguna arena de que los capitales chinos lideren en términos de tecnología, en relación a las economías capitalistas avanzadas. Pero más allá de esto, el capitalismo no es un juego de suma cero. Solo el pensamiento estrecho de las teorías realistas de las relaciones internacionales mira el mundo en términos de “este Estado se fortalece, y por lo tanto este otro se debilita”. Si tenemos una comprensión dialéctica podemos comprender que justamente no se trata de este juego de suma cero. Y podemos ver que lo que pasó es que China se desarrolló de forma integrada con el capitalismo occidental, de una forma que no ha debilitado al capitalismo norteamericano, sino que lo ha fortalecido.
IdZ: En La conformación... definen a la gobernanza global que lleva a cabo EE. UU. como un imperio informal. Está fuera de duda que el Estado norteamericano cumple un rol central para la reproducción del capital global, aceptado por otros Estados. Pero al definirlo como un imperio informal, ¿no corren el riesgo de subestimar los esfuerzos que los EE. UU. deben aplicar para convencer, negociar e incluso ceder a otros Estados para alcanzar sus objetivos? ¿No sería más ajustado caracterizar que existe una alianza inestable entre Estados, basada en sus respectivos cálculos de intereses?
Utilizamos el término “imperio informal” a falta de uno mejor. Lo noción involucra la existencia de un dominio político ampliado. La fuerza imperial tiene responsabilidad en sostener la ley y el orden, en la reproducción de las estructuras de clase, en el sostenimiento de la economía, más allá de sus fronteras. Y en ese sentido sostenemos que el imperio americano lo es en el sentido de que tiene responsabilidades no solo en la reproducción de su propio orden social, sino del capitalismo de forma más general.
Sin embargo, sostenemos de forma explícita que es necesario entenderlo de forma dialéctica. El mundo está hecho de Estados soberanos, que los EE. UU. promovieron con la descolonización. Teníamos el concepto de imperialismo para dar cuenta de las intervenciones militares de los norteamericanos –en Latinoamérica, Asia, etc.–. Pero no teníamos un concepto para dar cuenta del rol cotidiano que juegan las instituciones del Estado norteamericano en la integración de los Estados soberanos para asegurar la operación del capitalismo global.
Por supuesto, el Estado norteamericano no puede sencillamente dar órdenes a los demás Estados. Debe convencer, negociar, tanto con los otros grandes Estados como con los pequeños, ya que son Estados soberanos. Pero cuando se establece un patrón, los mecanismos mediante los cuales ocurre la integración se parecen más al tipo de negociación que ocurre entre dependencias dentro de un Estado. No siempre están de acuerdo, tienen muchas veces diferentes orientaciones de política, dependen de la relación con distintas clases o fracciones de clase, etc. Pero podemos observar en el tiempo que existe un mecanismo para desarrollar una unidad sobre la base de una determinada jerarquía de ciertos aparatos estatales sobre otros. De modo similar, la negociación, el convencimiento que ocurre en el terreno interestatal, en el caso del imperio americano produjo los mecanismos que estudiamos en el libro detenidamente, para asegurar relaciones estables e institucionalizarlas.
Entiendo las prevenciones, pero no puedo pensar en un concepto mejor que “imperio informal”. Informal capta la diferencia con los viejos imperialismos coloniales, e imperio capta no solo la formidable asimetría de poder, sino también la diferente responsabilidad la diferente capacidad, de las instituciones estatales norteamericanas. En el largo plazo, por supuesto que los imperios pueden derrumbarse. Nadie sabe que podría pasar en esa escala temporal. Si la clase capitalista que emergió del Partido Comunista Chino, resultara ser una burguesía nacional en el sentido histórico del término, con ambiciones de acumular no solo a nivel mundial sino de concentrar capital en el territorio chino, o en Asia, podría favorecer un imperialismo chino, que podría desafiar al imperio americano. Hasta el momento no parece que vaya a ocurrir. En la actualidad hay más capital chino dirigido a Europa Occidental y América del Norte que el que llega a China. Están invirtiendo tanto en bienes raíces como en múltiples industrias. Existe una muy real integración en ese sentido.
Lo que hay que señalar es que es mucho más difícil, para el imperio norteamericano, como imperio informal, integrar a China, o integrar a Brasil, que lo que fue integrar Europa Occidental. En primer lugar, después de la II Guerra Mundial los países de Europa Occidental, y Japón, eran dependientes del apoyo militar y de inteligencia norteamericano. Respecto de China es por el contrario un motivo de fricción. Segundo, hay motivos culturales, de lenguaje, historia, religión… Por todas estas razones es más difícil integrar las nuevas potencias capitalistas del Sur global. El siglo XXI va a expresar las tensiones de cómo se desarrolla esto. Si miramos las dificultades para firmar nuevos acuerdos comerciales, ¿por qué surgen? Lula, por ejemplo, reclamaba más integración, no menos. Exigía la apertura de los mercados agroalimentarios de la UE y EE. UU. a las exportaciones de las economías emergentes. El Estado de Brasil promueve a sus corporaciones multinacionales, no solo en América Latina. En África, y también en los EE. UU.
IdZ: En su libro dicen que un elemento fundamental para comprender las condiciones que dieron lugar a la primer crisis capitalista global del siglo XXI es lo que ocurrió con las clases trabajadoras desde la crisis de los años ‘70. Una tendencia que no se revirtió sino que se profundizó desde la crisis. ¿Qué implicancias tiene esto a tu entender para las perspectivas de la economía de EE. UU. y del capitalismo global?
Creo que esto es lo más importante para los cientistas sociales críticos. Los conflictos significativos no son los que se producen entre los Estados, sino dentro de los Estados. La razón central de la fortaleza del capitalismo, incluso frente a la crisis actual, que es la persistente debilidad de la clase trabajadora. Es increíble que el único lugar donde se haya producido un quiebre, como resultado de la crisis, con el fortalecimiento de fuerzas socialistas, sea Grecia, un país pequeño en la periferia de Europa.
Por supuesto, continúa la lucha de clases. Hay huelgas masivas en China, no integradas, mayormente locales. En ese sentido no lo que Marx llamaba lucha de clases –en el Manifiesto comunista reservaba el término lucha de clases para las que se elevaban por encima de los conflictos locales, hasta el nivel nacional–. Así que hay conflictos obreros en China, regionales. ¿Se unificarán? Esperemos que así sea, que el proletariado chino no adopte como meta principal el consumo individual de mercancías como hicieron el proletariado norteamericano o Europeo. Que se unifique de tal manera de pelear por la prestación colectiva de servicios y mercancías, que sea económicamente planificada y controlada públicamente. Pero no es algo que observemos hoy.
También hay luchas en otros lados, en Latinoamérica. Por ejemplo los conflictos en Brasil, que emergieron en conflictos en Porto Alegre, y se expresaron en medio del mundial. Pero creo que la premisa de la pregunta es correcta. En cierta medida puede decirse que esta crisis no lo ha sido para la clase capitalista, ni para el Estado capitalista, sino para la clase trabajadora. En cierta medida todas las crisis lo son, pero hay una diferencia con las crisis en las que la clase trabajadora desarrolla nuevas formas de organización, se involucra creativamente en nuevas luchas de un modo que altera el balance de fuerzas entre las clases de forma duradera y significativa. Eso no ha ocurrido hasta ahora como producto de esta crisis, en ninguna escala relevante, en la mayor parte del planeta.
Entrevista y traducción: Esteban Mercatante
1. “Las penas pesan en el corazón”, Le Monde Diplomatique 183, edición Cono Sur.
2. Página/12, 27/05/2011.
3. Ver en este número “México: ‘Pienso, luego me desaparecen’”.
***
UN DEBATE ESTRATÉGICO FUNDAMENTAL
Esteban Mercatante
La conformación del capitalismo global es un profundo estudio de la manera en la que el capitalismo norteamericano desarrolló las capacidades que le permitieron avanzar desde la segunda posguerra en la constitución del orden liberal trasnacional e imponer instituciones de gobernanza global a través de las cuáles asegura una cooperación –y subordinación– del resto de los Estados en el sostenimiento de este orden. El debate que plantean, que podríamos sintetizar en la formulación “imperio o imperialismo”, es de importancia estratégica fundamental. Desde IdZ hemos discutido la cuestión, entre otros artículos en “El imperio contraataca” (IdZ 6), “EE. UU.: ¿jugador solitario en el gran tablero global?” (IdZ 8), “Analogías para una crisis histórica” (IdZ 12), “BRICS: ¿Una alternativa al orden imperialista?” y “La fantasía del imperio colectivo” (IdZ 13), y en “Capitalismo siglo XXI: un mundo menos plano que nunca” (IdZ 14).
Panitch aclara en la entrevista que no estima que el imperio vaya a sostenerse eternamente. Sin embargo, corre el riesgo de desestimar el alcance real del desafío que presenta para el Estado norteamericano la integración del capitalismo chino y de otros emergentes, ya que justamente cuestionan las condiciones de integración que defienden EE. UU. y el conjunto de las economías capitalistas, y pujan por una redefinición de las relaciones internacionales en la cual EE. UU. estaría obligado a jugar un rol muy distinto al que ocupa actualmente. No impugnan la integración capitalista per se y, como Panitch señala, piden más, no menos, apertura. Sin embargo, impugnan la manera en la que EE. UU. (en relativa cooperación con otras potencias) se asegura los mecanismos para manejar con cierta discrecionalidad la forma en que se lleva a cabo la apertura. Aún más importante, sin embargo, es que la crisis ha hecho emerger contradicciones más agudas entre el capitalismo norteamericano y la Unión Europea. A EE. UU. se le hace cada vez más difícil sostener que “lo que es bueno para EE. UU. lo es para el conjunto de las potencias capitalistas”, máxima implícita en todos los alineamientos que articuló desde la posguerra, basada en el balance de fuerzas a la salida de la guerra. La disputa por la política monetaria que se desarrolló como resultado de la crisis, que menciona Panitch, expresó en realidad una honda brecha entre las perspectivas del Estado norteamericano y las de la gran potencia de la UE, Alemania, tentada cada vez más a mirar hacia el Este. El autor apunta –correctamente– contra los desatinos del enfoque realista al entender las relaciones interestatales como “suma cero”. Pero esto no obsta que la integración capitalista se produce a través de Estados que –por las relaciones de clase que articulan dentro de cada espacio nacional– tienen intereses estratégicos en muchos aspectos contradictorios. Como resultado de la mayor interdependencia creada por la integración, cuando afrontamos una crisis de la magnitud como la actual, que amenaza imponer fuertes reestructuraciones donde no todos pueden ganar, los conflictos que estaban latentes pueden emerger y acelerarse con gran virulencia. Cómo se desarrollan depende también de cómo estallan las contradicciones del capitalismo, que pueden conducir al fortalecimiento de fracciones de las clases dominantes más propensas a impugnar las condiciones de la integración económica actual. El desarrollo desde mitad del siglo XX de burguesías trasnacionales con intereses en numerosas potencias capitalistas a través de inversiones diversificadas puede operar como un moderador, pero no de carácter absoluto.
Los rasgos de agotamiento histórico del poderío norteamericano –aún a pesar de la capacidad de reinventarse que señala Panitch–, la tendencia de los desafíos de integración capitalista a superar sus capacidades, y el surgimiento de divergencias entre los pilares del orden de posguerra, ponen enorme presión sobre el orden de posguerra. ¿Podrá metabolizarse esto sin una escalada en los conflictos? La experiencia histórica no resulta alentadora. Sin duda, como sostiene Panitch, para los marxistas es la lucha de clases la dimensión fundamental. Pero la misma se desarrolla en relación estrecha con lo que ocurre en las relaciones interestatales.
Fuente: www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/los-estados-son-los-autores-de-la-globalizacion-capitalista/
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