Zibechi y Stefanoni, dos opiniones sobre la coyuntura brasileña.

Arrollador avance la nueva derecha.

por Raúl Zibechi.

Ante la magnitud de este resultado, de poco sirven los adjetivos como fascista para dar cuenta de su arrasadora votación ya que, aunque no son completamente desacertados, no alcanzan para comprender el estado de ánimo que ha llevado a los brasileños, en apenas cinco años, a realizar un viraje del apoyo a la izquierda hacia la ultraderecha.

La primera lectura consiste en constatar que Bolsonaro tuvo apoyos consistentes en todos los sectores sociales, pero de forma destacada entre los varones blancos y jóvenes de clase media con mayor nivel educativo. Esto representa una desviación respecto al apoyo que reciben otros candidatos de derecha, como Donald Trump. El estudio mencionado, que refleja las intenciones de voto de la base social más fiel a Bolsonaro, destaca que recibe mayor cantidad de votos entre los menores de 34 años, entre los evangélicos y los pentecostales y, sobre todo, entre bachilleres y universitarios.

Para este sector el principal problema de Brasil es la corrupción y en segundo lugar la violencia, muy por delante de la salud, el desempleo y la educación. Pero lo que más diferencia a sus votantes de los demás candidatos es el apoyo a la pena de muerte y al porte de armas, cuestiones que Bolsonaro defiende como puntos centrales de su programa político.

La segunda es la fractura geográfica. Los estados del sur, los más poblados, más blancos y con nivel de vida más alto, votaron en masa por Bolsonaro. En Sao Paulo, el más poblado y rico, alcanzó 53% frente a 16% de Haddad. En Santa Catarina 65%, en Paraná 56% el y en Rio Grande do Sul 52%. Lo curioso, sin embargo, es que fue en estas regiones donde nacieron el Partido de los Trabajadores, la central sindical CUT y el Movimiento Sin Tierra hace ya cuatro décadas.

En el norte negro y pobre, el panorama es el contrario. En Bahía el candidato del PT llegó al 60%, en Piauí al 63% y en Maranhao al 60%. Esta región había sido esquiva al PT hasta que Lula alcanzó el gobierno en 2003 y puso en marcha políticas sociales como Bolsa Familia que suponen transferencias monetarias para las familias con menores ingresos.

La tercera cuestión se relaciona con un profundo cambio de orientación de las elites económicas y sociales. Desde que comenzó el período neoliberal en la década de 1990, la opción electoral de la derecha fue el partido de la socialdemocracia (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que gobernó durante dos períodos y entregó el mando a Lula en 2003. La división entre el PSDB y el PT, los dos mayores partidos de Brasil, marcó durante tres décadas el mapa político del país.

Pero ahora el candidato del PSDB, Geraldo Alckmin, obtuvo una votación casi marginal (4,7%), lo que supone un cambio fenomenal ya que las bases sociales del partido emigraron en masa hacia Bolsonaro. Es probable que uno de los resultados principales del triunfo del ex capitán, sea el hundimiento de este partido. En todo caso, debe constatarse que las elites que lo apoyaron desde el primer momento, dejaron de creer en la conciliación entre las clases sociales y también en la democracia.

La cuarta consiste en constatar que las principales bancadas de la cámara electa siguen siendo el agronegocio, la minería, la bancada de la bala que defiende armarse contra los delincuentes y la industria de la fe, o sea las iglesias evangélicas y pentecostales. Estos sectores se hicieron fuertes en el Parlamento en las elecciones de 2014 que ganó Dilma Rousseff (PT), y fueron los que impulsaron su ilegítima destitución.

La quinta es la máscara antisistema que se colocó Bolsonaro mientras la izquierda representa a la política tradicional. A lo largo de toda su campaña criticó a los grandes medios como O Globo y se vio forzado a buscar influencia en las redes sociales ya que tuvo muy poco tiempo gratuito en la televisión. Esta situación, sumada a su perfil y sus declaraciones, le labraron una imagen antisistema que le permitió conectar con profundos sentimientos que atraviesan a la sociedad brasileña.

Por el contrario, Haddad y el propio Lula forman parte de la tradicional y desprestigiada clase política, que la población identifica con la corrupción y la ineficiencia. Y esto es grave porque el PT llegó al gobierno con la esperanza de producir cambios, pero muy pronto se adaptó al sistema, comenzó a practicar sus peores vicios y nunca realizó una autocrítica seria. Los intelectuales del PT se limitaron a negar la corrupción y atribuir todos los problemas a la derecha, los medios y los jueces caprichosos y derechistas que se ensañaron con Lula.

Los demás aspectos que pesaron en esta elección son más evidentes, como la crisis económica que comenzó en 2013 y de la cual el país aún no se recuperó, con elevados niveles de endeudamiento de las familias y precariedad laboral. Un clima de violencia creciente, en gran medida auspiciado por el narcotráfico, que habilitó a los gobiernos a emplear a los militares en el orden público. Una parte de la población percibe a los uniformados como salvadores y defiende la creciente militarización de las grandes ciudades.

En este clima de desesperanza y desintegración de la sociedad, el discurso oportunista de Bolsonaro ha calado muy hondo. La impresión es que esta ultraderecha llegó para quedarse. Sin duda, los brasileños no votaron engañados y optaron por un macho alfa que le dijo a una diputada «a usted no la violaría porque es muy fea» y cree que lo negros son inferiores.

Tal vez haya que concluir con la historiadora Lilia Schwarcz, una de las intelectuales más respetadas de Brasil, quien sostiene que «hay un deseo de ver a la dictadura como una utopía que mejoraría la seguridad, la economía y la estabilidad». En efecto, el régimen militar (1964-1985) sigue siendo visualizado por buena parte de la población como un período de bonanza, crecimiento y necesaria mano dura.

Todo indica que pese a tener el Parlamento a su favor, en caso de llegar al poder, Bolsonaro no podrá cumplir la mayoría de sus promesas y que su Gobierno será inestable y tendrá una fuerte oposición en la calle y en algunas instituciones.

9/10/2018

https://mundo.sputniknews.com/firmas/201810091082568302-brasil-arrollador-avance-nueva-derecha/

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Antiprogresismo. Un fantasma que recorre América Latina

por Pablo Stefanoni.

Sí, ayer en la primera vuelta ganó, como escribía un corresponsal, un político autoritario, racista, machista, homófobo; una persona que encarna los valores más retrógrados acaricia la Presidencia de Brasil. Obtuvo más votos de los que anticipaban las encuestas, arañó un triunfo en la primera vuelta y tiñó con sus colores casi todo el país, salvo el nordeste. Brasil y América Latina se enfrentan, así, a un nuevo escenario que ya no es solamente el fin del ciclo progresista y su eventual reemplazo por fuerzas de derecha o centroderecha en el marco de la democracia, sino un corrimiento de las fronteras hacia otro terreno: el potencial triunfo en segunda vuelta de un candidato que, mediante una campaña llena de biblias y balas, reivindica abiertamente la dictadura, hace alarde de la violencia y desprecia todos los valores que fundamentan el sistema democrático.

No es solo un Trump, es un candidato con tintes fascistas en un país con mucha menos solidez institucional que Estados Unidos y que ya vive altas dosis de violencia política. Los resultados de ayer expanden el ya existente bloque parlamentario BBB (buey, biblia, bala, en referencia a terratenientes, pastores evangélicos y ex-integrantes de fuerzas de seguridad) hacia dimensiones hasta hoy desconocidas. Como dice un periodista de El País , la «B» de Bolsonaro los terminó articulando a todos ellos. Y los dejó a las puertas del poder.

La principal razón del crecimiento de Bolsonaro está ligada, para la historiadora Maud Chirio, «a la construcción de la hostilidad hacia el Partido de los Trabajadores (PT) y a la izquierda en general. Esta hostilidad recuerda el anticomunismo de la Guerra Fría: teoría del complot, demonización, asociación entre taras morales y proyecto político condenable. Bolsonaro se apropió de este simbolismo de rechazo, que se sumó a las implicaciones del PT en casos de corrupción. No se trata solo de un desplazamiento de los conservadores hacia la extrema derecha, sino de una adhesión rupturista». Como ya advirtiera el historiador Zeev Sternhell, el fascismo no solo era reacción, sino que era percibido como una forma de revolución, de voluntad de cambio frente a un statu quo en crisis.

No es posible, desde el progresismo, rehuir las responsabilidades por estos años de gobiernos rosados. Que tanta gente esté dispuesta a votar a un Bolsonaro para evitar que vuelva el PT es en sí mismo un llamado a la reflexión, más aún cuando eso ocurre en las zonas más modernas de Brasil, donde nació un partido que enamoró a toda América Latina y hace años que viene perdiendo apoyos. Como expresión de este rechazo, Dilma Rousseff, contra todas las encuestas preelectorales, quedó fuera del Senado en Minas Gerais. Y el PT hizo mucho por debilitar su épica originaria, su integridad moral y su proyecto de futuro. Pero no solo a eso se debe el rechazo.

Como hemos señalado en otra oportunidad, la lucha de clases soft que durante su gobierno mejoró la situación de los de abajo sin quitarles a los de arriba terminó por ser considerada intolerable para las elites. El caso de Brasil confirma que las clases dominantes solo aceptan las reformas si existe una amenaza de revolución, y la llegada al poder del PT estuvo lejos de la radicalización social; al mismo tiempo, impulsó políticas en favor de los de abajo en un país tradicionalmente desigual. En todo caso, la experiencia petista terminó exhibiendo relaciones demasiado estrechas entre el gobierno y una opaca burguesía nacional (como frigoríficos o constructoras), que socavaron su proyecto de reforma ética de la política y terminaron por debilitar la moral de sus militantes.

Es decir, el actual rechazo a los partidos progresistas que gobernaron tiene una doble dimensión. En toda América Latina está emergiendo también una nueva derecha que articula un voto que se opone a los aciertos. El racismo como rechazo a una visión racializada de la pobreza, y el conservadurismo contra los avances del feminismo y las minorías sexuales. El crecimiento del evangelismo político y la popularidad de políticos y referentes de opinión que declararon la guerra a lo que llaman «ideología de género» son algunos de los vectores para la expresión política de un antiprogresismo crecientemente virulento.

«Estamos en guerra, estamos a la ofensiva. Ya no a la defensiva. La Iglesia por mucho tiempo ha estado metida en una cueva esperando ver qué hace el enemigo, pero hoy está a la ofensiva, entendiendo que es tiempo de conquistar el territorio, tiempo de tomar posición de los lugares del gobierno, de la educación y de la economía», exclamó en el Centro Mundial de Adoración el pastor evangélico Ronny Chaves Jr. durante la campaña presidencial de Costa Rica, en la que un candidato evangélico pasó a la segunda vuelta en abril de este año. Es cierto, también hay que decirlo, que Rousseff se alió con ellos, pero ahora muchas de estas iglesias, como la Universal, parecen ir por todo sin necesidad de pragmáticas alianzas con la izquierda.

Las nuevas extremas derechas atraen, además, parte del voto joven y construyen líderes de opinión con fuerte presencia en las redes sociales. Estos movimientos se presentan incluso como antielitistas, aun cuando –como ocurre con Bolsonaro– su propuesta económica sea ultraliberal y sea apoyada con entusiasmo, en la última fase, por los mercados. Como ha señalado Martín Bergel, ha venido siendo muy eficaz un relato que asocia a la izquierda con los privilegios de ciertos grupos, que pueden incluir hasta a los pobres que reciben planes sociales, frente al pueblo que «realmente trabaja y no recibe nada».

El progresismo continental se encuentra así frente a una crisis profunda –política, intelectual y moral–. La catastrófica situación venezolana –difícil de procesar– viene siendo de gran ayuda para las derechas continentales. Por no hablar de los silencios frente a la represión parapolicial en Nicaragua. En este contexto, el reciente llamado de Bernie Sanders a constituir una nueva Internacional progresista–que tenga como ejes el rechazo al creciente autoritarismo alrededor del mundo y la lucha contra la desigualdad– resulta tan oportuno como difícil de pensar en una América Latina donde gran parte de las izquierdas se entusiasma con figuras como Vladímir Putin, Bashar al-Asad o Xi Jinping como supuestos contrapesos al Imperio.

A diferencia de encuentros anteriores, cuando las izquierdas constituían fuerzas expansivas en la región, la última reunión del Foro de San Pablo en La Habana en julio pasado estuvo marcada por los discursos centrados en la resistencia y el atrincheramiento. El lugar elegido –La Habana– y la presencia de figuras históricas del ala más conservadora del gobierno cubano contribuyeron a un repliegue ideológico en un discurso antiimperialista cargado de nostalgia hacia la figura del fallecido comandante Fidel Castro y sin espacios para un análisis reflexivo de las experiencias –y retrocesos– de estos años. La defensa cerrada de Nicolás Maduro y Daniel Ortega fue la consecuencia lógica de esa deriva. Pero recuperar las capacidades expansivas requiere salir de las zonas de confort ideológicas y de la autovictimización.

Parafraseando una expresión francesa respecto a su propia extrema derecha, Bolsonaro logró desdiabolizarse. Y de ganar el balotaje [segunda vuelta], no estará solo en el mundo. Al mismo tiempo, nadie en la región –en medio de los retrocesos integradores– será capaz de ponerle límites. Un triunfo del ex-capitán sería uno de los mayores retrocesos democráticos desde las dictaduras militares de los años 70, sin que hoy podamos anticipar las consecuencias. La imagen de un votante que se filmó apretando los botones de la urna electrónica con el cañón de un revólver –obviamente votando en favor de Bolsonaro– fue una de las postales de una jornada que no anticipa nada bueno para Brasil ni América Latina.

8/10/2018

http://nuso.org/articulo/antiprogresismo/?utm_source=email&utm_medium=email

 

Fuentes de ambos artículos:  https://vientosur.info/spip.php?article14236

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