La pandemia de coronavirus y el fracaso del capitalismo.
por Andre Damon y David North/WSWS.
El lunes, el índice del Promedio Industrial Dow Jones sufrió su peor caída en puntos en la historia según la pandemia global del coronavirus lleva a ventas en la bolsa de valores.
El Dow Jones se deslizó [a la baja] 2.013 puntos o 7,79 por ciento. La caída fue tan rápida que activó un interruptor de mercado por primera vez en 23 años, suspendiendo el comercio de acciones por 15 minutos. Las acciones del sector energético cayeron un impresionante 20 por ciento, seguidas por las acciones financieras, las cuales perdieron 11 por ciento ante la caída de los rendimientos de los bonos soberanos de EE. UU. a mínimos récord como parte de una huida sin precedentes a activos más seguros.
La caída se produjo frente a los costos cada vez mayores de la pandemia global del coronavirus y, en particular, los eventos en Italia, donde el Gobierno anunció una cuarentena obligatoria en todo el país.
Durante el fin de semana, se tornó cada vez más claro que los Gobiernos no lograron prevenir la propagación global de la pandemia, ante el crecimiento exponencial de casos en Italia, Alemania, Francia, España y EE. UU.
En años recientes, el término “cisne negro” fue adoptado en el ámbito económico para describir un evento inesperado con un impacto económico enorme en una sociedad ya vulnerable.
La causa inmediata de la caída en el mercado ha sido el aumento en los nervios e incertidumbre sobre la pandemia y su impacto. Pero el tamaño de la caída pone en evidencia la profunda fragilidad de las condiciones económicas en EE. UU. e internacionalmente. Doce años después de la crisis de 2008, el sistema financiero mundial se encuentra al borde de un resquebrajamiento devastador.
Los mismos métodos empleados para estabilizar el sistema capitalista tras la crisis financiera de 2008 han engendrado una masiva burbuja de activos y las condiciones para otro derrumbe. En respuesta al pánico financiero, el cual envió a la quiebra a todas las grandes instituciones financieras, los Gobiernos de Bush y Obama transfirieron cientos de miles de millones de dólares a los balances de los bancos. Esto fue seguido por la inyección de más de $4 billones en “expansión cuantitativa” y años de políticas para mantener la tasa de intereses en cero.
Los bancos centrales provisto más fondos con cada caída en los mercados financieros. Cabe notar que, tan recientemente como la semana pasada, la Reserva Federal respondió a un deslizamiento temprano en los precios de las acciones recortando las tasas de intereses 0,5 por ciento.
Como resultado de la década de provisión de dinero público a los mercados financieros, el índice del Dow se ha cuadruplicado.
Este proceso ha sido el mecanismo para la redistribución de riqueza social de abajo hacia la oligarquía financiera. Sin embargo, la crisis está exponiendo lo que se ha ocultado por tanto tiempo: la relación tangencial entre la valoración del mercado y la producción real.
La caída del mercado pregona una situación en que el mercado bursátil no se puede insultar de la contracción masiva en la actividad económica amenazada por la pandemia, incluyendo el posible rompimiento de las cadenas de suministro.
Nadie sabe si los mercados se encuentran en el fondo o cerca de este. Pero, ¿cómo se puede realizar un cálculo razonable cuando no es posible determinar el impacto de la emergencia sanitaria en la producción económica general? ¿Qué ocurre cuando instalaciones enteras de producción y distribución se ven obligadas a cerrar? ¿Cómo pueden Amazon y otras importantes corporaciones manipular dicha situación?
Independientemente de los subibajas del día a día en el mercado —y sin duda todo aumento será proclamado una señal de recuperación— la crisis social se está intensificando.
A pesar de que las causas de la caída el lunes son más profundas que la pandemia global, el impacto de la enfermedad ya es enorme. Si se cumpliera uno u otro de los peores escenarios, las consecuencias en términos de vidas humanas serían absolutamente devastadoras.
La respuesta a la enfermedad en EE. UU. y todos los otros países desarrollados se ha caracterizado por confusión, falta de coordinación y una total ausencia de preparativos.
Estados Unidos, el país más rico y tecnológica y científicamente avanzado del mundo —hogar de Silicon Valley y las universidades más prestigiosas del mundo— es incapaz de llevar a cabo las detecciones mínimas para hacer posible manejar la pandemia.
En todo el mundo, los pacientes y doctores están buscando desesperadamente pruebas pero los oficiales federales se las niegan. Una encuesta reciente de enfermeros en la costa oeste halló que los hospitales no cuentan con un plan claro para aislar y tratar a los pacientes del coronavirus. Hay reportes en los lugares de trabajo de que no hay productos de higiene básica disponibles para combatir el brote, mientras que se les ha prohibido a los trabajadores de transporte y los asistentes de vuelo utilizar equipos de protección en el trabajo.
Tal es el caos que el nuevo jefe de personal de Trump está en cuarentena tras estar en contacto con un paciente del coronavirus, mientras que la Casa Blanca no ha podido responder si el propio presidente, quien atendió la misma conferencia que la persona infectada, ha sido sometido a una prueba.
Los expertos han advertido que, si el número de casos sigue aumentando a la velocidad actual, superará pronto el número de camas de hospitales disponibles, llevando a un rápido aumento en la letalidad de la enfermedad.
Las crisis de esta magnitud provocan cambios profundos en la conciencia. Como escribió León Trotsky, “Las épocas revolucionarias, las épocas de deslizamientos sociales, vuelcan a la sociedad de adentro hacia afuera”. La sociedad está atestiguando el fracaso de una clase, de un sistema de gobierno y de un orden social entero.
La pandemia solo es el más visible de una serie de eventos —incluidas las respuestas desastrosas a los huracanes María y Harvey, los incendios en California, las catástrofes en torno al avión Boeing 737 Max— que han expuesto la incapacidad de la sociedad estadounidense a lidiar seriamente con los grandes problemas sociales.
Durante la última década, toda la vida económica y política se ha orientado hacia la incansable redistribución de la riqueza de pobres a ricos. Pero la solución a todos los grandes problemas sociales, desde las pandemias al cambio climático, exige que se dirijan los recursos financieros hacia la atención de las necesidades sociales.
La sociedad se ve muy diferente después de una importante crisis. Las formas de la vida cambian, las formas de las interacciones sociales cambian y las formas de gobierno cambian.
Ha habido muchas discusiones recientemente sobre el legado de la Revolución estadounidense en que la clase gobernante ha hecho todo lo posible para maldecir y calumniar las aspiraciones democráticas a las que dio expresión.
Pero es importante recordad que el propio documento que fundó el país comienza con la inmortal frase, “Cuando en el curso de los eventos humanos… cuando sea que cualquier forma de gobierno se vuelva destructiva para estos fines, es el derecho del pueblo alterarla o abolirla”.
Estamos en medio de un evento que exige el cambio de las relaciones sociales y políticas que dominaban previamente la sociedad.
Cualquiera que sea el resultado de esta crisis, ciertas cosas ya quedaron claras. La sociedad moderna presenta todas las problemáticas como problemáticas globales que afectan a las masas. Los grandes desafíos históricos que enfrenta la sociedad o se pueden resolver dentro del marco de un orden social basado en los Estados nación y el principio de la acumulación privada de la riqueza.
Independientemente de cómo trascienda la crisis en el periodo siguiente, ya entregó un poderoso mensaje global: el capitalismo debe irse. La sociedad necesita ser organizada sobre una base científica y racional. La crisis, en otras palabras, plantea como necesidad urgente la transformación socialista de la sociedad.
(Publicado originalmente en inglés el 10 de marzo de 2020)
Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2020/03/11/pers-m11.html
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