por Yuri Martins-Fontes/Alinet.
En este proceso de crecimiento competitivo y desordenado (denominado “libre mercado” por los capitalistas), el capital, desde un control cada vez mayor de la naturaleza (de la que explota materias primas) y del hombre mismo (de quien explota la fuerza de trabajo), sigue “avanzando” cada vez más por sobre los recursos del planeta y sus diversos pueblos.
Análogamente a un tumor canceroso, el capitalismo se expande de manera descontrolada, consumiendo en su “metástasis” todo lo que lo rodea, hasta el punto de amenazar al mismo “cuerpo” que lo sustenta: el planeta y el ser humano.
Este proceso irracional y fundamentalmente insostenible ya había sido advertido por Karl Marx en el siglo XIX, quien a pesar de no haber visto el escenario límite que podemos ver hoy, logró describirlo en sus rasgos preponderantes, como se explica en este artículo.
Dos caras de la crisis estructural: desempleo y devastación ambiental
Para comprender el problema del “progreso” capitalista es necesario observar algunas de sus características fundamentales, especialmente el concepto de crisis estructural del sistema, que se refiere a una crisis “lógica” e intrínseca a este modo de producción.
Además de sus frecuentes crisis socioeconómicas “cíclicas”, la crisis estructural es un problema de la irracionalidad interna del propio capitalismo. Esto se debe a que su mecanismo de funcionamiento presupone e incluso diviniza un eterno “crecimiento económico” – como si fuera posible “crecer” infinitamente, como si el planeta no tuviera límites territoriales y energéticos.
Los resultados de esto, visibles en los noticieros cotidianos, y en gran medida ya revelados y medidos por los científicos, son: el aumento irreversible de la población desocupada (crónicamente excluida del sistema); la destrucción ambiental a un nivel que amenaza la vida misma en la Tierra (o al menos la mayoría de su población).
Como se muestra en la primera parte de este análisis, con el avance de la tecnología y la automatización de los procesos productivos, por un lado el capital tiende a concentrarse aún más (en manos de unos pocos monopolios); por otro lado, el “ejército industrial de reserva” crece dramáticamente, lanzando una cada vez más impactante masa de trabajadores a la completa exclusión social (el “desempleo estructural”).
Las evidentes consecuencias de este movimiento son, entre otras:
i) precarización del trabajo (subcontratación, uberización, reducción de derechos laborales);
ii) ampliación de la brecha social entre ricos y pobres;
iii) hambre en niveles nunca vistos en la historia;
iv) la degradación ambiental.
Sí, además del ser humano, la naturaleza también es víctima preferencial del capital, pues si en aquél el capital encuentra mano de obra para explotar, en esa encuentra materias primas para saquear.
De esta manera, a medida que crece la automatización, los capitalistas ven que la tasa de ganancia disminuye gradualmente, y como reacción desesperada, para aplazar el problema, el capital usa varios dispositivos, como:
i) suprimir los derechos sociales adquiridos durante siglos (laboral, seguridad social);
ii) inflar artificialmente su fortuna (burbujas de crédito, dinero sin respaldo);
iii) provocar guerras para el estímulo del mercado (uso y renovación de armamentos, seguida de reconstrucción civil de los países destruidos);
iv) conquistar por medio bélico o presión económica nuevos territorios cuyos recursos pueden ser explotados, coaccionando a las naciones a aceptar su modelo exploratorio (agroindustria, minería, etc.), cuyos ingresos rápidos pueden seducir a gobiernos periféricos, mientras que el grueso de las ganancias se va de estos países (cuyo suelo y subsuelo es devastados) en forma de materias primas (commodities), que alimentarán principalmente a la gran industria del centro capitalista (EEUU, UE, etc).
Con este fenómeno de avanzar las fronteras del capital sobre tierras que aún no han sido exploradas, millones de pequeños agricultores son expulsados de sus tierras, u obligados a ingresar al sistema, endeudándose (en búsqueda de “competitividad”) para pronto quebrar ante la competencia de los grandes.
Un resultado de esto es que el campesino, sin lugar a donde ir, en ocasiones se ve obligado a optar por la migración hacia las áreas forestales: es el caso de la Amazonía, cuya frontera agrícola ha sido impulsada por gente del Cerrado brasileño, expulsada por el poder de la agroindustria.
Otro grave problema medioambiental – quizás el peor – es el calentamiento global, resultado de una producción industrial mal planificada que no tiene como objetivo la satisfacción del hombre, sino el lucro; proceso que parte de la absurda idea de perseguir siempre el “crecimiento económico”, aun que el planeta sea limitado y sus recursos se acerquen al agotamiento.
No hay lugar en este texto para un debate sobre todas las implicaciones y causas de la crisis ambiental, pero dado el panorama actual de caos sanitario, cabe mencionar que según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, varias de las epidemias más graves que amenazaron al mundo en las últimas décadas (ébola, gripe aviaria, síndrome respiratorio agudo severo, fiebre del Nilo, zika y ahora, hasta donde se sabe, el covid-19), son consecuencias de la degradación de la naturaleza: “el 75% de las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas”, es decir, transmitidas por animales a humanos, debido especialmente al acercamiento de las especies silvestres a las metrópolis (debido a la destrucción de sus hábitats naturales).
Marx y la crisis socioambiental: el debate O’Connor-Bellamy Foster
Veamos ahora cómo Karl Marx, ya en su tiempo, percibió el problema ambiental (que entonces se iniciaba, con la enorme expansión de la industria); y también cómo dos destacados marxistas dedicados al tema socioecológico, James O’Connor y Bellamy Foster, comprenden las contribuciones de Marx al tema y la relación que existe entre la “crisis estructural” (relativa a la lógica interna del capitalismo) y la crisis ambiental (consecuencia del “crecimiento” irracional).
***
Hasta mediados del siglo XX, la crisis ambiental no ha sido observada con la gravedad que merece. El debate ambiental gana peso en las últimas décadas del siglo a medida que se hacen evidentes los desastres naturales, y se percibe que éste se configura en una restricción estructural al “progreso” capitalista.
En el contexto del pensamiento marxista, el interés por el tema cobró fuerza en la década de 1980, cuando se fundó la revista de ecología socialista “Capitalism, Nature, Socialism: a journal of socialist ecology” (1988), proyecto liderado por O’Connor, en el que también se destaca Elmar Altvater, y que sería seguido de cerca, aunque no sin diferencias, por Bellamy Foster y otros marxistas [1].
Los movimientos rebeldes que se extendieron por el planeta alrededor de 1968 son un hito en este proceso, que amplía el debate público sobre el tema del medio ambiente e impulsa el desarrollo de la investigación académica. Así, el cuestionamiento sobre los “límites ecológicos” del crecimiento económico y sus relaciones con el “desarrollo humano” se reintroduce en el debate científico, luego de un importante paréntesis que separa este hecho de contestación popular, de la obra de Karl Polanyi – quien en 1944, en La gran transformación, trató sobre las formas en que la expansión del mercado debilitó las condiciones sociales y ambientales.
El nivel de discusión de ese período, sin embargo, era todavía muy débil, teniendo como líneas principales el “naturalismo burgués”, el “neomalthusianismo”, la “tecnocracia del Club de Roma” o el purista “ecologismo profundo”, como lo muestra O’Connor, fundador de la corriente marxista ecológica, que comienza a modificar este escenario cognitivo superficial [2].
O’Connor y el “ecologismo marxista”
Para el sociólogo y economista estadounidense, la base para pensar sobre el tema es darse cuenta de que ni la fuerza de trabajo ni la llamada «naturaleza externa» son algo «producido» por el capital (aunque sean tratados como mercancías). O’Connor afirma que, para analizar la raíz de las contradicciones capitalistas, es necesario considerar las “condiciones de producción” (que Polanyi denominó «mercancías ficticias», y que no están directamente relacionadas con la teoría del valor-trabajo, estudiada por Marx).
Estas “condiciones” se pueden dividir en tres tipos:
i) “personales” (vinculadas a la reproducción de la fuerza de trabajo);
ii) “naturales-externas” (campos, bosques, ríos, recursos energéticos);
iii) “generales-comunitarias” (infraestructura, edificios urbanos, etc).
Es importante enfatizar aquí que Marx fue un pionero en observar que la “agricultura” y la “silvicultura” bajo el capitalismo dañaban gravemente la naturaleza, ya que arruinaban la “calidad de la tierra” y dañaban la salud del hombre mismo.
O’Connor, sin embargo, cree que Marx, a pesar de sus percepciones iniciales no llegó a establecer adecuadamente la “conclusión” del problema, es decir, que los nuevos métodos agrícolas (ecológicamente dañinos) producirían un aumento en los “costes” de los elementos utilizados por el capital [3]. Según O’Connor, Marx no se habría dado cuenta de que tales “límites naturales” (autogenerados por el crecimiento de la producción capitalista) se convertirían en obstáculos “físicos”, llevando el sistema a una crisis diferente a la del “trabajo abstracto” (que es tratada en la obra marxiana y luego ampliamente debatida por los marxistas).
A este “límite físico”, O’Connor llama “segunda contradicción” del capitalismo, contrastándola con la “primera” (que resulta de la “tendencia decreciente de la tasa de ganancia”, explicada anteriormente). A la “primera contradicción”, él asocia el movimiento obrero de clase; ya con la “segunda”, relaciona la aparición de los “nuevos movimientos sociales” (colectivos de resistencia a las distintas formas con que el capital ataca las “condiciones de producción”).
O’Connor divide estos nuevos movimientos sociales, de acuerdo con sus relaciones motivadoras, de la siguiente manera:
i) de “condiciones personales”, relacionados con movimientos como el feminista, el negro, los pueblos indígenas, entre otros;
ii) “comunitarios”, asociados a movimientos urbanos, de vivienda, etc;
iii) “naturales”, vinculados a problemas ambientales y que son el origen del “ecologismo”.
De esta forma, el marxista yanqui, si bien considera las dos “contradicciones” capitalistas como caras de la crisis estructural –es decir, procesos que llevan al sistema al límite–, sin embargo, sugiere que, en su época (finales del siglo XX), la “segunda contradicción” (analizada por la entonces emergente “teoría ecologista marxista”) tendría ya un papel más decisivo en la crisis capitalista contemporánea, que la “primera contradicción” (la del “trabajo”, criticada desde mucho más tiempo por diversas corrientes marxistas) [4].
Bellamy Foster y la ecología desarrollada por Marx
Compatriota de O’Connor y también uno de los grandes impulsores de la crítica ecológica marxista, Bellamy Foster se opone a la teoría de su colega y del grupo de investigadores de su revista. Propone una discusión “radical”, basada en trazos más claros de la realidad, verificando su “raíz”, como debe suceder en un procedimiento de investigación guiado por el método dialéctico (iniciado por Marx y Engels).
Aunque valora ciertas aportaciones de los llamados “ecologistas marxistas”, Foster entiende que esta corriente peca por el “economicismo” y por el “funcionalismo”, perspectivas que considera “poco dialécticas”.
Para Foster, O’Connor parte de una premisa errónea, al creer que a medida que el capitalismo fuera trastornado por la degradación ambiental, habría una “tendencia” del propio capital a intentar resolver este problema (que genera mayores costos de producción). Desde este ángulo, se podría suponer una apertura para que los movimientos sociales vengan a presionar al capital, de modo que las “externalidades” (ligadas a las “condiciones naturales-externas”) sean debidamente pagadas por los capitalistas.
Para Bellamy Foster, esta conjetura no está respaldada por la realidad. Citando una idea del grupo de los “verdes alemanes” –según la cual el capital solo reconocerá que “el dinero no se come”, cuando “el último árbol ya ha sido cortado”–, argumenta que la devastación ambiental ya es grandísima, aunque no ha alcanzado el punto de restringir “suficientemente” las “condiciones de producción”.
Como ejemplos de su tesis, destaca que “el 50% de las especies” en la Amazonía están amenazadas de extinción, sin que esto haya afectado efectivamente la producción capitalista; o que el agujero en la capa de ozono, que cuestiona la supervivencia misma de la especie, no será un argumento suficiente para que los dueños del mundo abdiquen de su destructiva competencia por las ganancias.
Estas ideas que se centran únicamente en la “contradicción ambiental”, dice Foster, terminan contradictoriamente por “minimizar las dimensiones reales de la crisis ecológica”. Además, hay problemas empíricos en la teoría de O’Connor, ya que no hay evidencia de que, hoy, la escasez natural ya sea una barrera real para el capital, cuando lo consideramos en su totalidad, ya que aún queda mucho territorio por conquistar; aparte de los distintos dispositivos con los que el poder del sistema consigue abstenerse de estos denominados costes externos [5].
Por lo tanto, Foster entiende que la Tierra sigue siendo actualmente un gran regalo en manos de los capitalistas, y antes de que el capital sea “sensibilizado” por el desastre ecológico, una buena parte de la naturaleza y de la humanidad habrá sido exterminada por esta práctica irracional.
También señala que, incluso en un escenario límite, las élites siempre idearán formas de prolongar su locura por más tiempo (como ejemplo simbólico, mire los monumentales diques de protección construidos en los ricos Países Bajos).
La tesis de Foster es que la llamada “primera contradicción” (ligada al trabajo), contrariamente a lo que piensa O’Connor, sigue siendo la principal causa de la crisis estructural capitalista, antes de la “segunda” crisis (ambiental). A pesar de ello, no aprecia esta idea un tanto “dualista”, que divide a los viejos y nuevos movimientos sociales en categorías casi aisladas (una visión unilateral de las complejas causas del problema).
Foster considera que el enfoque de O’Connor es “economicista”, ya que trata los nuevos movimientos sociales (surgidos de la “segunda contradicción”) como siendo supuestamente “más importantes” para la actual resistencia popular, dejando así en segundo plano las luchas de clases –lo que acaba por reducir la centralidad de la categoría de la praxis, uno de los núcleos del pensamiento marxista.
Cómo el propio Marx analizó el problema ambiental
Veamos ahora qué pensaba el propio Marx sobre la cuestión ambiental. Según el estudio que Foster realizó en su impactante libro La ecología de Marx (2000), Marx y Engels, en la obra La ideología alemana, cuando investigan la evolución histórica de la división del trabajo, no exponen solo las “formas de propiedad” (burguesas, feudal, estatal, comunal, tribal), pero también destacan el inicio del antagonismo entre la ciudad y el campo, fenómeno que se consolidaría “plenamente” bajo el modo de producción capitalista, con su división del trabajo entre agrícola e industrial-comercial, lo que genera grandes conflictos.
Marx desarrolla este tema en El Capital, llamando “fractura metabólica” a esta contradicción original del capitalismo – que separa al hombre de la tierra, enajenandolo de la base material que sustenta su existencia.
A partir de estos hallazgos, Marx procede a elaborar una vanguardista “teoría de la sostenibilidad”, en escritos en los que aborda “directamente” (destaca Foster) problemas que son muy actuales, como los siguientes: “condiciones sanitarias”, “contaminación”, “deforestación”, “desertificación”, “inundaciones”, “reciclaje de nutrientes”, “diversidad de especies”.
Anteriormente, en sus Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (o Grundrisse), Marx ya había discutido cómo los cambios en la propiedad de la tierra, durante el capitalismo, llevaron a la eliminación de los “hijos de la tierra” del «pecho en el que se criaron», haciendo que incluso “el trabajo de la tierra” quedara alienado, convirtiéndose en una fuente de “subsistencia mediada”, “dependiente” de las relaciones sociales.
La conclusión a la que llega Marx es que, para superar el capitalismo, es necesario: abolir el “trabajo asalariado” creando una comunidad de trabajadores asociados en su lugar; pero también, que se detenga la alienación de los seres humanos en relación a la tierra que nos alimenta a todos.
Teniendo en cuenta estos conceptos presentes en la obra marxista, Foster sostiene que el pensador alemán ha desarrollado efectivamente una “teoría ecológica” – y una teoría “completa” –, diferente a lo que cree O’Connor; a pesar de que Marx optó por no enfocarse en la especificidad de cómo los “costos ecológicos” influyen directamente en la economía (hecho que, a pesar de su tiempo, observó y comentó, por ejemplo el problema del suelo que se hizo evidente a partir de la 1840).
En lugar de embarcarse en un análisis “economicista” (que restringiría la verificación de las contradicciones ecológicas), dice Foster, Marx se vuelve “cada vez más” a una reflexión sobre la “regulación” racional del metabolismo entre los seres humanos y el medio ambiente, es decir, lo que ahora llamamos “sostenibilidad”, algo que no será posible si no es superando el “trabajo alienado”.
En resumen: Marx opta por investigar la cuestión de una manera más amplia – “totalizante” –, sin restringirse a las categorías aisladas con las que el cientificismo moderno (desde una perspectiva positivista) divide artificialmente la realidad. Para él, la cuestión básica para la construcción de una sociedad evolucionada – comunista – es precisamente el establecimiento de un metabolismo hombre-naturaleza más racional.
Hoy, la crisis ambiental ha llegado a una etapa peligrosa, que Marx no podría haber adivinado en su siglo. Sin embargo, el núcleo del problema ecológico sigue siendo la antinatural separación entre campo y ciudad. Esto, dice Foster, no causa solo (o principalmente) impactos en la producción industrial – pero la devastación de la naturaleza es un problema vasto y lleno de implicaciones que, habiendo sido creado por la propia “estructura” del capitalismo, no puede ser estudiado solo desde el punto de vista “económico”: también debe entenderse como un problema “social” y “cultural”, como fenómeno dialéctico, conflictivo, al mismo tiempo humano y natural.
Sin embargo, para lograr tal comprensión es necesario superar los modelos cognitivos actuales de la “ciencia dominante”, que en su reduccionismo tiende a compartimentar el conocimiento, como se puede ver en la división rudimentaria (que sería ingenua, no fuera interesada) entre las ciencias naturales y las humanidades, lo que, como se sabe, apoya el tecnicismo y la alienación intelectual de la sociedad moderna capitalista.
18/08/2020.
Notas
[*] Las dos partes de este artículo están basadas en el capítulo de la siguiente investigación postdoctoral (en proceso de publicación): MARTINS-FONTES, Yuri. “Marxismo e saberes originários: das afinidades entre os outros saberes e a concepção histórico-dialética”. Em Relatório Final de Pesquisa de Pós-Doutorado 2015/2017 [supervisão: professor Paulo Eduardo Arantes]. San Pablo: Departamento de Filosofia da Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas da Universidad de San Pablo, junio de 2017.
[1] Importantes marxistas abordaron la relación entre la crisis estructural y la cuestión ecológica desde los años 1990 (como Mészáros y Postone), pero no desarrollaron el tema, priorizando las investigaciones sobre la crisis del trabajo alienado.
[2] O’Connor, “Las condiciones de producción por un marxismo ecológico”, en O’Connor y Alier (orgs.), Ecología política. Ver también: Wilson Ferreira de Oliveira, “’Mayo del 68′: Movilizaciones ambientales y sociología ambiental”, en Mediações, v.13, n. 1-2, 2008 (Dossier: “40 anos de maio de 1968”).
[3] Como dice Engels, Marx concibió su teoría no como “doctrina”, sino como “método”; ver “Carta a Werner Sombart” (03/11/1895); y G. Foladori, “Questão ambiental em Marx”, en Crítica marxista.
[4] O’Connor, “Las condiciones de producción por un marxismo ecológico”, op. cit.
[5] Foster, “Capitalismo y ecología: la naturaleza de la contradicción”, en Monthly Review (2002); y La ecología de Marx: materialismo y naturaleza [2000].
(*) Este artículo continúa el análisis iniciado en Monopolio, desempleo y desigualdad: caras de la crisis capitalista (I). Ahora se relacionan la crisis laboral (desempleo) y la crisis ambiental, constituyéndose como dos caras de la crisis estructural capitalista.
(**) Yuri Martins-Fontes es filósofo y doctor en historia económica por la Universidad de San Pablo; investiga temas como el pensamiento y la literatura latinoamericanos, los movimientos sociales, la ética marxista y los saberes originarios. Trabaja también como profesor, escritor, traductor, periodista, y coordina proyectos de educación popular y formación política en el Núcleo Práxis de la USP. Es autor del libro “Marx na América: a práxis de Caio Prado e Mariátegui”, entre otros. Desde hace dos décadas, colabora con medios independientes, tales como: Brasil de Fato, Fórum, Agencia Latinoamericana de Información, Mondialisation.
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