El triunfo incuestionable del individualismo hedonista.
Para domesticar la mente y la conciencia –e incluso los cuerpos y la intimidad– de los ciudadanos, se precisa de la misma atomización de las relaciones sociales y de la segregación en torno a todo indicio de comunidad.
El mantra del fundamentalismo de mercado solo se difunde y arraiga con la atomización de la sociedad; la supeditación del Estado a los designios de la libertad individual; y con la suplantación de la praxis política por las emociones pulsivas y la ignorancia tecnologizada (https://bit.ly/2BMr039) de las redes sociodigitales (https://bit.ly/38tELk9). El fin de la historia, proclamado en 1989 y reconfirmado en 1992 por Francisco Fukuyama, fue más la reinauguración del modelo del crecimiento económico ilimitado y la bienvenida de un individualismo de nuevo cuño que socava toda posibilidad de comunidad y de organización de la vida social más allá de los cánones de la racionalidad tecnocrática.
El principal legado de las ideologías neo-conservadoras –mal llamadas neo-liberales–, instauradas en la agenda pública desde la década de los ochenta del siglo XX, fue la entronización del individualismo hedonista en las prácticas, hábitos, decisiones y cotidianidades de las sociedades. Fincadas en el mito fundacional de la libertad individual y en la creencia difundida por la ex premier británica Margaret Tathcher de que «no existe eso que llamamos sociedad, sino hombres y mujeres individuales», esas ideologías –nutridas del delirio post-moderno– fueron difundidas durante las últimas décadas a través del complejo comunicacional/publicitario/intelectual/cinematográfico con el ánimo de cuestionar la razón de ser del Estado y de disolver todo mecanismo de intermediación entre la sociedad y las instituciones estatales. Partidos políticos, sindicatos, asociaciones gremiales, entre otros, fueron puestos en tela de juicio, cooptados y, en el mejor de los casos, suplantados para dar paso a la individualización de la praxis política y a un destierro del ciudadano respecto a los asuntos propios del espacio público.
La orfandad ideológica, que asedia a las sociedades contemporáneas, es el terreno fértil donde aflora ese legado neo-conservador, y lo hace a partir de la falta de referentes que crea las condiciones para hacer del social-conformismo una forma de vida arraigada. De ahí que más allá del Estado, lo que se cuestiona desde estas ideologías es toda forma de organización fundamentada en el sentido de comunidad. Y más que la solución de los problemas públicos, la racionalidad tecnocrática apuesta por la gestión paliativa de los mismos y por una evasión y encubrimiento respecto a las causas profundas que gestan esos flagelos. El conocimiento, incluso, es sustraído de su carácter colectivo y arrinconado a una dimensión meramente elitista.
El mismo individualismo hedonista se nutre del híper-consumismo, la publicidad invasiva y el lubricante brindado por el crédito bancario. Todos ellos –conjuntamente con la misma crisis de opiáceos– fungen como dispositivos de anestesiamiento mental ante la intensificación de la explotación laboral y la falta de expectativas individuales y familiares. Las nuevas significaciones de la mutación antropológica (https://bit.ly/3v9Zao9 ), de la cual hablaba el cineasta Pier Paolo Pasolini, no solo remite al consumo masivo y desbocado de bienes y servicios, sino también de símbolos, información e ideologías. Para domesticar la mente y la conciencia –e incluso los cuerpos y la intimidad– de los ciudadanos, se precisa de la misma atomización de las relaciones sociales y de la segregación en torno a todo indicio de comunidad. Las redes sociodigitales son parte de esa catarsis que gesta ficciones y tergiversaciones semánticas respecto a la realidad y fungen como un catalizador de las emociones respecto a los problemas públicos y la construcción de la verdad.
¡Trabaje y no proteste; consuma y no piense; vote y no cuestione!, fue la conclusión esbozada –a manera de sentencia– por Marcelo Colussi, y que se cierne como vendaval sin límites sobre las sociedades contemporáneas. Ello se potencia con las ideologías de la felicidad (https://bit.ly/3k9rd1Z ), que implantan el autocontrol en los individuos, la subordinación, la apatía, la inmovilidad y el social-conformismo. Es, entonces, el individualismo una manifestación de la cultura contemporánea, que delinea cursos de acción y comportamientos que acotan las libertades y toda forma de pensamiento crítico.
La ideología de la democratización funciona como un discurso que domestica la praxis política de los ciudadanos al citarlos a la plaza pública en tiempos electorales para afianzar la representatividad –distante de las necesidades apremiantes– y achicar el espacio público. La libertad de elegir del ciudadano se ciñe a dos o más “productos” sin dosis de alternativa para ocupar una posición de gobierno o legislativa. De tal modo que esta ideología es funcional al mismo fundamentalismo de mercado al pretender con ella dotar de legitimidad a las estructuras de poder, riqueza y dominación. Al tiempo que con ella se mantienen por cauces controlables las manifestaciones, insatisfacciones y malestares. El mismo malestar en el mundo y con el mundo (https://bit.ly/2ZKkZgg) es una constante en la relación de los ciudadanos con la praxis política, pero ello no contribuye a afianzar formas de organización social alternativas. El inmediatismo y la trivialización de la vida pública son consustanciales al mismo individualismo hedonista. El mismo desinterés del ciudadano en la comunidad se relaciona con la falta de expectativas y con el ensanchamiento de la desigualdad social y sus mecanismos de exclusión.
De ahí la importancia de reivindicar el pensamiento utópico (https://bit.ly/30kbnsV) y de introyectar al mismo pensamiento crítico en toda actividad humana. La formación de una cultura ciudadana es el principal mecanismo para atemperar las oleadas destructivas del mercado y las escasas alternativas que ofrece su racionalidad maniqueista y pulsiva.
(*) Isaac Enríquez Pérez: Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos. Twitter: @isaacepunam
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