Hablar de socialismo científico en el siglo XXI implica volver a Marx, a Engels, a Lénin… y rescatar los grandes valores de su pensamiento revolucionario
Después de toda la experiencia vivida en el Siglo XX, de todos los cambios registrados en el capitalismo mundial, continental y nacional, y de todos las dudas y confusiones sembradas a partir del colapso del llamado socialismo real, entramos en la tercera década de un nuevo siglo con un planeta estremecido por la crisis de decadencia del capitalismo imperialista y la degradación de sus modelos seudo-democráticos.
En este contexto resulta imperioso reflexionar y accionar a favor de nuevas alternativas transformadoras. Y surgen los cuestionamientos:
¿Cuál democracia?
¿Cuál socialismo?
El desafío en medio de una creciente indignación y altos niveles de rebeldía de los pueblos es precisamente responder audazmente estas preguntas sin partir de cero, ni en cuanto a teoría, ni en cuanto a la práctica revolucionaria y a los nuevos ensayos derivados de ellas.
El tema es apasionante, y nos convoca a tratarlo tanto desde el punto de vista de la creación teórica denominada Socialismo Científico, como desde las posibles características o ejes básicos del proyecto que necesitamos recrear.
VOLVER A MARX…
Hablar de socialismo científico en el siglo XXI implica volver a Marx, a Engels, a Lénin… y rescatar los grandes valores de su pensamiento revolucionario, sus extraordinarios aportes científicos, sus invaluables críticas al capitalismo y al imperialismo en sus respectivas épocas. Implica recuperar todo lo vigente de su creación teórica y su práctica política.
Marx encabezó un portentosa revolución en el pensamiento social que lo convirtió en referencia obligada no solo en el Siglo en que lo tocó nacer y fallecer, sino a todo lo largo del Siglo XX y en lo que va del XXI.
No es posible la impugnación de este orden capitalista, cada vez más explotador, opresor e inhumano, sin recurrir a los fundadores del socialismo científico.
No es posible plantear su reemplazo como sistema dominante, obviando sus aportes y los de sus continuadores.
Marx y Engels sentaron las bases científicas del proyecto socialista, superando la visión ilusa respecto a esa necesidad histórica. Le dieron razón y fundamento a la posibilidad de esa necesidad desde una crítica profunda de las entrañas del capitalismo y de sus contradicciones esenciales, dándole sustentación a la alternativa socialista-comunista: producción social y apropiación privada, explotación asalariada y robo del plus trabajo, salario, valor, precios y plusvalía, acumulación originaria y reproducción ampliada, concentración de la propiedad y el ingreso, empobrecimiento de la mayoría de la sociedad, dominio y emancipación, revolución, poder del proletariado, sociedad poscapitalista, socialismo y comunismo…
Igual puede decirse de Lénin respeto a su teoría del imperialismo, de la revolución en Rusia y a escala mundial, y a sus aportes respecto a la era de la exportación del capital, del capital financiero, de los monopolios, de los oligopolios, los carteles y los trust.
Todo esto ha evolucionado de diferentes maneras y ha estado acompañado de fenómenos cada vez más nuevos. Pero todo esto sigue vivo en la esencia del capitalismo y del imperialismo modernos y ultramodernos, y tiene un inmenso valor asumirlo en la lucha por abolir el capitalismo y reemplazarlo.
Las obras de Marx, Engels, Lénin pueden ser –y de hecho son- insuficientes para explicar, cuestionar y sustituir el imperialismo y el sistema capitalista de estos tiempos, pero son a la vez imprescindibles para hacerlo. Su método científico para el análisis de la historia, de la sociedad humana y del proceso capitalista es el más útil y certero de todos los conocidos y empleados.
Más aun, en el ideario de libertad de la sociedad humana no existe una propuesta científica que supere los contenidos emancipadores y el potencial de felicidad que encierra la propuesta de Sociedad Comunista de Marx y Engel, y los aportes de Lenin sobre la necesidad y posibilidad de abolir el Estado y toda forma de coerción, hasta crear una “asociación de seres humanos libres”, donde cada quien aporte según sus capacidades y reciba según sus necesidades, disponiendo de un amplio espacio de tiempo para la recreación espiritual, la diversión, la formación, el disfrute de las artes y la creación científica.
Esta es una propuesta de largo aliento que precisa de una largo periodo de creación de valores y medios de vida para elevar el desarrollo de las fuerzas productivas y de los seres humanos, promover formas de convivencia democráticas, elevar la conciencia en torno a la solidaridad y a la justicia, crear condiciones de abundancia de bienes materiales y espirituales, elevar la apropiación social del conocimiento, crear seres humanos nuevos despojados de egoísmos, y procurar el predominio de lo social sin aplastar ni contener el desarrollo de lo individual; creando a la vez un relación armónica y equilibrada entre los derechos seres humanos y los derechos de la Madre Tierra.
Por eso Marx, si bien propugna por la derrota política del capitalismo por vía rápida y revolucionaria, concibió el socialismo como una larga fase de transición del capitalismo al comunismo que posibilite crear los resortes materiales y culturales, avanzando sostenudamente hacia la colectivización voluntaria, la conciencia solidaria, el predominio de lo social sobre lo privado, la superación educativa, la abundancia de medios de vida y su justa distribución, la total erradicación de la propiedad privada sobre los medios de producción y distribución y la progresiva abolición del Estado hasta arribar al reino de la libertad y la felicidad, a un alto grado de bienestar colectivo e individual…
RENOVAR CONSTANTEMENTE EL PENSAMIENTO TRANSFORMADOR.
Marx y Engels vivieron, estudiaron, criticaron e impugnaron el capitalismo desde su condición de sociedad industrial y de su nivel medio de desarrollo.
Sus reflexiones científicas los llevaron a un alto nivel de abstracción y visión crítica del capitalismo euro-céntrico de la segunda mitad del siglo XIX, así como a un gran esfuerzo de teorización de las posibilidades y vías para su abolición y superación dialéctica en pro de una nueva sociedad.
Pero Marx y Engels –salvo la experiencia efímera de la Comuna de París que es preciso rescatar- no vivieron ese proyecto de transformación de la sociedad humana, ni en su fase de transición (al socialismo), menos aún en lo concerniente al avance hacia la sociedad comunista. Razón relativa tienen algunos estudiosos del marxismo clásico cuando afirman que Marx sabía más de capitalismo que de socialismo.
Ambos tampoco vivieron la fase imperialista del capitalismo que estudiaron Lénin y los precursores de sus trascendente reflexiones sobre esa nueva etapa.
Por tanto, no conocieron en toda su extensión y profundidad el fenómeno imperialista ni el despliegue del desarrollo desigual del capitalismo como sistema mundial, sus diversos niveles de desarrollo, las relaciones contradictorias entres sus países centrales y su periferia dependiente, los impactos del colonialismo, la dependencia y la recolonización, y la relación entre sus metrópolis y los países subordinados de Asia, África, América Latina y el Caribe. Aunque ciertamente en no pocos aspectos trascendieron su propia época con análisis realmente visionarios y geniales predicciones.
Incluso Lénin no pudo estudiar la evolución del imperialismo hasta el presente, independientemente de todo lo nuevo y enriquecedor del socialismo científico que puede encontrarse en su teorización, en su práctica política y en todo lo que aportó para superar el enfoque euro-céntrico de sus predecesores y para considerar la transición no solo desde la abstracción de una sociedad capitalista madura a una sociedad comunista, sino el proceso intermedio entre un capitalismo “atrasado” y/o combinado con relaciones pre-capitalistas, un tránsito al socialismo ajustado a esas condiciones, incluidos sus extraordinarios aportes sobre la revolución democrática y la alianza obrero- campesina dentro de ella.
De todas maneras en Marx, e incluso en el propio Lénin, pueden apreciarse déficits en el desarrollo de la teoría del tránsito y también de los detalles de un socialismo concebido como colectivización no solo de la economía, sino también de las relaciones de poder en la sociedad, en el sistema político, en la familia y en la pareja; como sociedades con instituciones profundamente democráticas y participativas, en permanente auto-superación. Igual se quedaron cortos en las previsiones para impedir que las expropiaciones a favor del Estado devinieran en modelos estatista-burocráticos, negadores de la socialización. Lénin expresó angustias en los albores de ese peligro, pero no vivió para abordarlo a mayor profundidad.
Demás está decir que en ninguno de esos periodos de la lucha anticapitalista estuvo planteado lo relativo a la dramática crisis dentro del ecosistema planetario y la presencia de graves problemas medioambientales; ni tuvo lugar el desarrollo extraordinario de la teoría de género y de la crítica al patriarcado (al capitalismo patriarcal), como tampoco lo relacionado con las cuestiones migratorias y los agudos problemas etno-sociales y xenofóbicos del presente. Las características y dimensiones de esos fenómenos y de esas reflexiones, como las respuestas teóricas y prácticas desplegadas con posterioridad, no eran pensables en aquellos tiempos..
Entonces no estuvo claro, o no estuvo tan claro como ahora, que el tránsito o proceso de creación de lo nuevo no solo hay que concebirlo como proceso de socialización hacia la sociedad comunista, sino que es necesario contemplar una especie de tránsito dentro del tránsito: un tránsito, previa ruptura, del capitalismo al socialismo, que implica desmontar y abolir lo viejo para crear lo nuevo.
Ahora parece más certero hablar no solo del socialismo como tránsito al comunismo, sino también del tránsito previo al socialismo.
Y se precisa entender que la socialización es mucho más que abolir la sociedad capitalista y que estatizar o colectivizar la economía. Porque ella implica superar todas las opresiones y discriminaciones en relaciones de poder dominante, incluye una trascendente dimensión cultural. Ahora está mucho más claro en lo que puede devenir de la simple estatización y los procesos en los que se confunden propiedad social con propiedad estatal.
Ahora hay más razones para pensar que el socialismo implica todas la liberaciones, todas las emancipaciones, lo que nos remite a superar por la vía revolucionaria la explotación de clase, la opresión de género, la dominación de una raza sobre otra, la tiranía contra la naturaleza y el ambiente (que implica altos riesgo para los seres humanos), la opresión burocrática-militar y el avasallamiento desde el Estado.
Y esto exige a la vez de una continua creación de democracia directa y un persistente esfuerzo hacia el autogobierno y la autogestión.
El predominio de lo público sobre lo privado, de lo comunitario sobre lo individual, del ser humano solidario sobre el egoísmo, de lo socialista sobre lo capitalista, del interés de la pobrecía (proletariado y amplios sectores empobrecidos o en proceso de empobrecimiento) sobre los intereses de la gran burguesía, el predominio de la sociedad civil popular sobre el Estado…deberían convertirse en palancas persistentemente accionadas y activadas para dar el salto en calidad hacia estaciones superiores en constante auto-superación. Solo así puede ampliarse y enriquecerse la cosmovisión socialista.
A esto hay que agregarle todo lo que ha cambiado el capitalismo y del imperialismo en su evolución desde entonces hasta nuestros días.
En su patrón de acumulación tecno-científico. En su formas gerenciales. En su patrón de acumulación y reproducción. En su poder de concentración, sobre-explotación y exclusión social. En sus niveles de transnacionalización y financierización. En sus relaciones dentro y fuera de los Estados-Nación. En la correlación al interior de sus centros, países y sectores hegemónicos.
En su grado de militarización. En su proceso de gansterización. En su ideología dominante y los medios disponibles para instrumentarla. En el impacto sobre las clases y sectores subalternos. En las fuerzas que representan el capital hegemónico y las fuerzas del trabajo capaces de contrarrestarlo y desplazarlo de poder. En los sujetos de la dominación y los sujetos liberación.
Y si bien en muchas de estas cosas hay que retomar los hilos proyectados por Marx, Lénin y otros (as) pensadores socialistas-comunistas del siglo XX, es necesario reconocer que ellos tienen límites, que son muchos los fenómenos nuevos y distintas las evoluciones de fenómenos certeramente definidos en el pasado.
La crítica al capitalismo actual contiene muchas cosas nuevas y debe incluir muchas otras más. Igual debe pasar con las propuestas alternativas pro-socialistas.
Y esto último incluye exigencias cruciales si se tienen en cuenta que la concepción socialista-comunista desde el marxismo y el leninismo clásico fue gravemente adulterada por elaboraciones “teóricas” y prácticas políticas desde el denominado socialismo real y desde la hegemonía de la burocracia.
La deformación, dogmatización, y falsificación del socialismo científico original, hizo enormes daños al desarrollo de esa teoría revolucionaria.
El colapso de la realidad que se intentó justificar a base de dogmas, ha forzado a romper esas ataduras teóricas y dio paso a un periodo de búsqueda y creatividad, todavía limitado por el peso muerto de la nostalgia de lo que fracasó y por el fardo de la inercia dogmática. Y esto nos emplaza a superar el “museo de la vieja palabra” como lo denominara el camarada Schafik Handal.
ENRIQUECER LA TEORÍA AL COMPAS DE LAS LUCHAS.
El socialismo científico del siglo XXI necesita volver a Marx y avanzar mucho más. Más que en lo que Lénin lo enriqueció. Hay que volver a los/as pensadores/as excluidos por una u otra visión dogmática o reduccionista. Hay que volver a Rosa Luxemburgo, a Luckacs, a Gramci, a Trosky, a Mao Tse Tung, a Ho Chi Ming.
En nuestra América hay que volver a José Carlos Mariategui, a Ernesto Guevara, a Fidel, a Carlos Fonseca Amador, a Schafik Handal… Volver a ellos porque enriquecieron a los pioneros. Volver a ellos para enriquecerlos y enriquecernos. Pero no solo hay que volver a ellos.
Hay que abrirse mucho más a la creación heroica, porque muchas cosas han cambiado después de sus valiosos esfuerzos y de sus visionarias creaciones.
El socialismo científico del siglo XXI tiene que nutrirse de todo el acervo científico-técnico y cultural de los tiempos presentes y futuros, y tiene que abrirse a otras escuelas de pensamiento crítico del capitalismo y a las enseñanzas de las luchas libradas.
El capitalismo actual, aun sin remontar sus fronteras sistémicas, está inmerso en un proceso de grandes mutaciones que precisan analizarse y enfrentarse.
La informática, la electrónica, la robótica, la física quántica, la teoría del genoma humano están introduciendo cambios y fenómenos dignos de ser analizados junto al poder secuestrador que tiene la cúpula capitalista sobre esos fenómenos. El carácter neoliberal, patriarcal, ecocida, racista y adulto-céntrico del actual poder capitalista, por igual.
Pero a su vez los nuevos actores sociales, las nuevas luchas, los sujetos activos del campo anticapitalista generan, reactivan y enriquecen notablemente escuelas de pensamiento extraordinariamente importantes, armónicos y/o complementarias al pensamiento marxista. Generan nuevas escuelas y nuevos movimientos transformadores, nuevas formas de pensar y nuevas rebeldías y energías liberadoras.
Pasa así en el campo de la teoría de género y las fuerzas activas y potenciales del feminismo. Pasa también en el terreno de las cosmovisiones indígenas y la emergencia de los pueblos originarios. Sucede además en las fuerzas que se oponen a la teología de la dominación y asumen la teología de la liberación. Acontece en el campo del ambientalismo revolucionario.
En el plano de la juventud y en sus acciones contra el desprecio y la subordinación a una ideología adulto-dominante, hay también un enorme potencial de justas rebeldías. Igual en el terreno de la discriminación sexual, y en el plano de la lucha de los(as) inmigrantes contra la xenofobia y la súper-explotación,
Todos estos fenómenos cruzan la lucha de clase y la lucha de clase los cruza a ellos.
Una mezcla de razón, ciencia, sentimientos, defensa de identidades y soberanías, rebeldías sociales, culturales y anticoloniales, confluyen en las rebeldías del presente contra el capitalismo en crisis; lo que no debe excluirse de una propuesta alternativa que amalgame socialismo, liberación y democracia real, para salir de él.
Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/acerca-de-la-teoria-revolucionaria
(*) Narciso Isa Conde es un revolucionario socialista, político, escritor y ensayista dominicano.1 Nació el día 28 de noviembre de 1942.Isa Conde es hijo de Aris Isa, descendiente de inmigrantes libaneses, y de Mercedes Conde. Vino al mundo el 28 de noviembre de 1942 en San Francisco de Macorís pero el oficio de promotor de casas comerciales de su padre llevó a la familia a vivir también en Puerto Plata y Salcedo, hasta terminar mudada en Santo Domingo. En 1963, cuando Isa Conde cursaba el quinto año de Medicina, abandonó los estudios y las prácticas en los hospitales para enrolarse en las luchas por la reposición del gobierno constitucional del presidente Juan Bosch y contra las políticas del gobierno del Triunvirato.Pero desde mucho antes Isa Conde ya incursionaba en la política desde el derrocamiento, en el 1961, del tirano Rafael Leonidas Trujillo, con su incorporación al movimiento estudiantil Fragua y su vinculación con el Movimiento 14 de Junio, que hacía honor a la intervención conspirativa de 1959. (Fuente: https://kaosenlared.net/autor/narciso-isa-conde/).
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Se traza el camino con la mente, pero se ha de recorrer con el corazón.