Chile 1973: la memoria de los prisioneros de guerra de Isla Dawson.

1973, Prisioneros de guerra en Isla Dawson.

Expresos reviven la cantata latinoamericana de Isla Dawson.

por Cristián Morales Contreras/El Desconcierto.
La obra sobrevivió al encierro, las torturas, el exilio y la censura. Con ingenio y voluntad lograron sacarla de la isla de reclusión. Hoy, después de 48 años, quieren presentarla por primera vez en la región austral como testimonio de rebeldía, y de “la importancia que tiene la cultura y el arte en la adversidad”.

Manuel Rodríguez Uribe escribió la letra, Fernando Lanfranco Leverton musicalizó la obra, y Marcos Barticevic Sapunar la escribió en pentagrama para que el proceso creativo no se olvidara. La cantata consta de diez canciones, una introducción, y varios recitados. Pasa por ritmos de cueca, trote, cachimbo, guajira, con influencias del primer período de Inti Illimani y Quilapayún, entre otros.

En los versos, Rodríguez Uribe le habla a la madre tierra: “Una alborada perdida,/ se abrió desconocido/ tu surgimiento vital y prehistórico,/ cuando anunciada comenzaste a caminar,/ reverenciaste al tótem milenario/ y tus manos maduras/ de fragua y proféticas/ como vientre originario/ levantaron tres dominios/ y fue hazaña forjadora/ en la era precolombina…”.

Volver a juntarse

No hay registros de presentación oficial. Solo queda una grabación artesanal realizada por Fernando Lanfranco en el exilio de Irlanda, el año 1978, que refleja bien el espíritu musical y el contexto de la época. Y los recuerdos de tres exprisioneros políticos que después de 48 años volvieron a juntarse (online) para revivir el proceso creativo y preparar por primera vez la presentación de una obra inédita, creada en el campo de concentración más austral del planeta (ver recuadro).

El texto fue escrito en versos libres, en Isla Dawson, sin pensar que sería una cantata, entre diciembre de 1973 y enero de 1974, en un período poético que el autor, Manuel Rodríguez (entonces 24 años), describe de prolífico pese a la adversidad y la violencia que lo rodeaba. “En ese tiempo le hice muchos poemas a Rosita, mi pareja de la época y actual. Cuando terminé (la cantata) se la entregué a Fernando que compartía barraca conmigo, la Charli, y era el único con guitarra que nos animaba en las tardes de encierro”, recuerda.

Fernando Lanfranco Leverton (tenía 23 años) estudiaba Ingeniería en Petroquímica en la Universidad Técnica del Estado, ubicada entonces en Angamos con calle Zenteno. Lo sacaron el 10 de octubre de la sala de clases, y lo trasladaron al regimiento Cochrane. Ahí vivió encierro, golpes, torturas. Y el 21 de diciembre lo embarcaron rumbo a Isla Dawson, junto a otros jóvenes, entre los que estaban Manuel Rodríguez y Marco Barticevic Sapunar (entonces 23 años).

Estuvieron en el campo de concentración Río Chico, ubicado a 15 kilómetros aproximadamente  de Puerto Harris, en la costa de una hondonada de cerros medianos. El campamento tuvo cinco barracas: Alfa, Bravo, Charli y Remo. Los prisioneros del norte, en el que estaban ministros y secretarios del gobierno del presidente Salvador Allende la llamaron, Isla.

“Lo primero que veo cuando llego al sector de barracas es a mi padre (detenido el 12 de septiembre) y mi hermano (14 de septiembre). Esa imagen no se borra nunca. Los vi detrás de los alambres púas. Ahí todos pasamos a ser un número. Es una forma de denigrarte como persona, yo era Charli 23”, cuenta Lanfranco.  Los prisioneros fueron asignados con una letra y número, reemplazando a los nombres, que identificaba la barraca en que estaban secuestrados y el orden en que habían llegado.

Cuando vio los versos lo primero que pensó Fernando es que podía ser una cantanta. Tenía oído musical pero no sabía escribir música, y contaba con una guitarra que su padre le regaló el año 1962 y que pudo ingresar al regimiento Cochrane después de una visita de la Cruz Roja Internacional, acción lograda por la presión de los padres.

“Ahí parece se ablandaron un poco y tuve la posibilidad de ingresar mi guitarra”, dice Fernando Lanfranco. El instrumento lo acompañó después a Dawson, luego al estadio Fiscal, la cárcel pública y al exilio, en Irlanda. Y todavía la guitarra española Armenteras está presente entre sus tesoros más preciados (ver foto).

“Fernando tenía oído musical y una increíble voz de tenor, pero había que escribirla en partitura para que no se perdiera”, dice Marco Barticevic Sapunar (entonces 23 años).  Había estudiado dos años de acordeón con el profesor Enrique Lizondo Calvo. Aprendió a leer y escribir música en pentagrama.

“Yo tocaba solo por música, leyendo partituras, no por oído. Tengo toda la correspondencia que mantuve con mis padres.  Mientras revisaba cartas, veo una en que les pido me hagan llegar un cuaderno de música, les digo que tengo un amigo que está creando unas canciones y no quiere olvidarlas y quiere que se las escriba. Después de esa revisión retomamos la idea de revivir la cantata”, recuerda Marco.

Memorias de la prisión política

El ingeniero comercial guarda correspondencia, objetos, y fotografías de la época con meticuloso afán. Incluso ha escrito varios libros. En la obra Esperanza en el austro, memorias de prisión política de Magallanes, Barticevic narra toda la odisea que vivió en el regimiento Cochrane, Dawson, estadio Fiscal y la cárcel pública. Otras dan cuenta del exilio en la exYugoslavia y su trabajo de ingeniero para una ONG en Mozambique.

La cantata sobrevivió al encierro, las torturas, el exilio y la censura. Sólo con ingenio y voluntad lograron sacarla de la isla de reclusión. En esos tiempos la comunicación de los prisioneros con sus familiares se llevó a cabo a través de un sistema de censura coordinado por los servicios de inteligencia militar y la Cruz Roja de Magallanes.

Entonces, los prisioneros podían recibir una encomienda, irregularmente, cada varias semanas y una carta censurada de ocho líneas de promedio, a través de un formulario denominado «Correspondencia para Confinados». Estos formularios eran entregados en la sede de la Cruz Roja de Punta Arenas, donde eran censurados a tijera por los militares encargados y remitidos a Dawson. “Había que usar el ingenio entonces”, dice Manuel.

Hoy, después de 48 años, quieren presentar la Cantata por primera vez en la región austral como testimonio de rebeldía, y de “la importancia que tiene la cultura y el arte en la adversidad”, explica Lanfranco.  Ya llevan varias reuniones online y un trabajo avanzado de afinación de texto y música. Esperan entusiasmar a algún grupo regional o nacional que se motive. En el correo nuestramadregrande@gmail.com reciben comentarios y sugerencias.

¿Como se podía crear en medio del horror?

Cada uno se pregunta. E inmediatamente, los ejemplos de actividades afloran. Varios hacían tallados en piedra. También artesanías con la soga metálica para amarrar barcos sirvieron para choapinos, hay varios poemas que nacieron en condiciones de tortura, escritores que liberaron el horror con sus plumas, dibujantes y arquitectos que lograron retratar a personas y detallar los recintos en los que estuvieron. Incluso hubo actos culturales, obras de teatro, que los presos lograron crear, convenciendo a guardias y censores.

Así, en la estadía en la cárcel pública, Marco y Fernando escribieron, junto a un profesor un tratado de gramática inglesa, organizaron un memorable torneo de ajedrez, del cual aún Barticevic conserva las partidas. Y realizaron un acto cultural con la excusa de conmemorar el día de Gendarmería. Todavía el programa y quienes participaron lo guarda Lanfranco.

La cantata es una obra culmine de un proceso creativo.  En su último aliento, cierra así: “Cada espina de tu frente / saltará como una garra descontrolada,/ cada hijo que has perdido, será un volver/ que estalla por todos lados/ de luminosa inundación/ y serás mujer de parto/ en esa madrugada enrojecida y nueva…”.

Ver las imágenes de origen

Isla Dawson y su valor patrimonial 

Dos historias de tragedia y reflexión marcan al islote: un cementerio Selknam, con más de 800 tumbas, y las huellas del campo de concentración más austral del planeta.

Isla Dawson todavía es un mito, para algunos no existe, aunque saben que está. Ningún viaje promueve su presencia y hay quienes la niegan. Tampoco hay indicaciones para entrar o salir, aunque queda en la misma ruta que te conecta con el Santuario de las Ballenas. Si pasó por la boca occidental del Estrecho de Magallanes, quizás usted nunca supo que estaba ahí.

En el mensaje presidencial de Salvador Allende, del 21 de mayo de 1972, queda claro que la estancia Gente Grande de Isla Dawson fue expropiada por la Corporación de la  Reforma Agraria y entregada a la Armada.  Posiblemente ese mismo año comenzó a construirse el campo de concentración, en la narración de algunos presos queda constancia que al llegar había personal de la Constructora Juan Pedro Martínez, quienes llevaban varios meses trabajando en habilitar las barracas.

Hoy la isla es una puerta cerrada de 133 mil hectáreas, con cuatro monumentos nacionales de interés mundial: el cementerio indígena, última morada de los extintos selknam; el campo de prisioneros de Río Chico; la Capilla San Rafael –restaurada por los presos políticos–; y la chimenea y antiguos hornos de los aserraderos de Puerto Harris. Los últimos tres fueron reconocidos el año 2009, en el marco de la Ley 17.288, cuando el arquitecto y exprisionero político Miguel Lawner y el arqueólogo Ángel Cabeza, presentaron ante el Consejo de Monumentos Nacionales una completa exposición de la importancia y el valor histórico de la ínsula.

Dos hechos emblemáticos atroces en materia de derechos humanos hacen de Isla Dawson un lugar emblemático a nivel mundial. Primero por la extinción de los selknam y segundo como campo de prisioneros en 1973. Ahí hay más de 800 indígenas enterrados y hubo más de 850 prisioneros políticos. El lugar tiene similar connotación a la que tiene Robben Island –lugar de detención de Nelson Mandela– y también muy parecido a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial.

En 1890, los  selknam que sobrevivieron al genocidio de Tierra del Fuego fueron entregados por el Gobierno al cuidado de los salesianos, en un lapso de veinte años la misión cerró y quedó sólo un cementerio repleto de cruces, con más de 800 aborígenes enterrados en el área norte de Dawson.

Más tarde, entre 1972 y 1973, se construye el campo de concentración más austral del planeta, que albergó a más de 850 prisioneros políticos, la mayoría magallánicos.

Si bien, es cierto que Dawson fue muy conocida en Europa porque allí se detuvieron y torturaron a los principales ministros de Estado, jefes de servicios y presidentes de partidos políticos, casi el 90% más de los detenidos eran de Magallanes, y muchos están vivos y son protagonistas principales de una historia que no se debe repetir.

A diferencia de otros lugares de detención como Pisagua, el campo de concentración austral fue creado expresamente por el Estado de Chile, con el apoyo de instituciones públicas. Es el único campo de prisioneros construido abiertamente para tal objetivo tras el golpe militar de 1973.

Dawson es una isla incómoda y va a seguir siendo mientras esté cerrada, hoy sólo puede ingresar personal naval. Los chilenos no pueden acceder libremente a los lugares históricos que allí existen. El cementerio indígena, el campo de prisionero de Río Chico, la Capilla San Rafael y la chimenea, junto a los antiguos hornos de los aserraderos de Puerto Harris son lugares de relevancia mundial.

En el campo de concentración se perfeccionó un brutal sistema de represión contra los prisioneros, caracterizado por exceso de militarización, trabajos forzados, con uso de castigos físicos y celdas de aislamiento.

Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/tipos-moviles/sonidos/2021/09/23/expresos-reviven-la-cantata-latinoamericana-de-isla-dawson.html

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