Chile profundo en octubre: «¡Aquí nadie muere compañerx, aquí nadie deja de luchar!»

Miguel Enríquez habla por cadena nacional de emisoras, 1973.

Miguel Enríquez, el menos muerto de todos.

Por un talud abierto en la pared, te está mirando el ojo de tu pueblo. Para saber, si eres aquel que empuñará las armas de Miguel. (Patricio Manns)

Sábado 5 de octubre de 1974, la vela del día está a medio consumir. El viento camina con paso temeroso por Calle santa Fe, comuna de San Miguel.

Pequeña es la máquina de escribir que va martillando bemoles negros sobre la hoja blanca, procurando no elevar los tonos de las notas que pulsan la mollera de las teclas.

Las palabras se trenzan en susurro de tinta que aspira serenar las bocas enmudecidas de terror. Acordes que pretenden levantar y unir las voces en contra del miedo.

Martes 11 de septiembre, Salvador Allende no acepta planes de retirada, ni huidas por patios traseros, ni fugas por pasajes escondidos. Se queda. Entremedio del fuego envía una sola frase al Secretario General de Mir; ¡Ahora es tu turno Miguel!

Ese mismo 11, se reúnen en la fábrica metalúrgica Indumet, dirigentes socialistas, comunistas y miristas. ¡Hay que levantar y coordinar la Resistencia Armada! -Insiste Miguel- sabiendo que sobre sus hombros descansan las esperanzas, tanto de Allende, como la de todo el país.

Los del Partido Comunista insisten, en que hay que esperar: “los militares no se atreverán a cerrar el Congreso o los medios de comunicación, desde allí se les debe enfrentar y luchar” Miguel golpea la mesa, insiste y maldice. ¡Hay que luchar, no nos podemos quedar sólo a mirar!

Mientras tanto, por las calles de Santiago, interminables hileras de rostros desconcertados, como sonámbulos que no escuchan los aviones, ni las balas rugir, deambula el pueblo con preguntas que cercenan y nudos en el pecho que va ahorcando las gargantas. Sólo unos pocos se desempolvan de miedo y terror.

La reunión queda a medio terminar. Fuerzas armadas comienzan a cercar la fábrica.

Un temporal de balas se deja caer sobre los presentes. A punta de balazos, los dirigentes rompen el cerco. Algunos compañeros y obreros, quedan aceitando con su sangre la vieja fábrica que nunca más se levantará.

Ya ha pasado el mediodía de ese abominable 11, ya poco se puede hacer, los hechos están consumados, quemados y despedazados.

Meses antes de la asonada militar, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria vociferaba a los cuatro vientos que las condiciones serían desastrosas si el pueblo no pasaba a la ofensiva. Se fraguaba una intervención sangrienta por parte de la Burguesía. Había que actuar.

El 11, una frágil flor de cristal se rompe en mil pedazos. Las esquirlas se rompían en llanto allá en La Moneda, esquirlas que también herían y cortaban con su trazo a lo largo y ancho de un país. El barco se hundía en un mar de llamas y ciertas ratas corrían con sus maletas bajo el brazo el mismo día o a los días siguientes. Mientras tanto, cientos se iban a las embajadas y de allí, directo al extranjero. Donde un alto porcentaje, hasta el día de hoy, actuaron y actúan como méritos parásitos, “De la Lucha que Otros Dieron, De Esos que se Quedaron”.

Míralos ahora, empresarios, fanáticos cristianos, renegados, relavados, apóstoles de apostasías, es decir paradigmas y estigmas de felonía.

Y Miguel es claro y decidido. El MIR no se asila. El MIR se queda y combate.

Irse sería como desertar, como abandonar la lucha, dejar botado al pueblo a su suerte.

Miguel pasa a ser clandestino, destino de millones de chilenos.

Parapetado en trincheras invisibles al ojo del halcón, trabaja incansablemente. Mientras tanto, él estudia, analiza, lee y relee cientos de recortes de noticias, de informaciones que puedan dar luces de las causas más directas del golpe, ¿Cómo se desarrollarán las siguientes acciones?

Grandes clásicos le soplan ciertas ayudas y él saca ciertas respuestas que se van haciendo más y más claras.

Uno a uno van cayendo sus amigos, sus amigos compañeros. El Rumor de la muerte anida en cada boca. Las puertas se cierran, las ayudas desaparecen. Las espaldas se multiplican, las bienvenidas ya no existen, insistencia de portillas cerrándose, se repite.

Los que no caen muertos, se rompen en la tortura y con dedos fracturados apuntan y señalan a los que quedan.

Las caras son todas extrañas, las calles son bocas de lobo donde pernocta la muerte.

Miguel insiste en ir a rescatar a sus compañeros. Los Milicos tiemblan escondidos en las ratoneras que le han preparado, no se atreven a mover. Y otras, Miguel se abre camino a balazos y la muerte le guiña un ojo cuando lo ve alejarse.

Y atiende los puntos de esa madeja que poco a poco se va desbaratando. Cada día son menos. Cada día llora cuando nadie lo ve. Y sé da ánimos y valor. Y vuelve a la calle y vuelve a atender, a organizar. Arriesga el pellejo una y otra vez, mientras otros se escondían debajo de las camas o contaban en restaurantes finos, lo duro que fue su estadía allá en ese Chile de Allende.

Es la una de la tarde del sábado 5 de Octubre, la compañera de Miguel vuelve con bolsas de mercadería, y también cansada de buscar algún otro alojamiento.

Miguel le dice a quemarropa que han visto autos sospechosos pasar. Le ordena que tome los bolsos con importantes papeles y documentación. Los autos de la Dirección Nacional de Inteligencia, se detienen frente a la casa. Son ellos exclama Miguel.

Su fusil AK tiembla de miedo y nerviosismo. Miguel le ofrece su hombro sereno, lo calma, lo abraza y este comienza a disparar.

El sonido de las balas calla el vecindario. El sonido también calla a esos que sólo hablaban y no paran hasta el día de hoy, de sólo hablar.

Miguel no se rinde. Sigue disparando. La policía es hemisferio de perro histérico que cierra los ojos y dispara sin parar. Con la voz hecha un hilo, uno de ellos pide insistentemente refuerzos. Entonces buses repletos de más mercenarios y carniceros despostando e infectando el ambiente, también disparan.

En un momento Miguel les grita. ¡Hay una mujer embarazada aquí!

Obviamente, eso es muy poca cosa para ser tomada en cuenta por los valientes soldados.

Cuentan que los que estaban con él huyeron por los techos, dejándolo indefenso. Cuentan que lo creyeron muerto. Que las granadas que los policías arrojaban habían ya matado a su compañera que yacía herida de muerte sobre el suelo.

La tanqueta aquieta sus correas y observa. El helicóptero llamado, se queda estático como una libélula venida del infierno. Los hombres sienten como un sudor frío les baja por sus cuerpos.

Una carta rota que nunca tendrá destinatario. Una estampa que tiñe de sangre el polvo del patio de la casa los tranquiliza. Los Uniformados sueltan un respiro de alivio.

Una bala se hunde en su abdomen, la sangre se desmaya y empuja a Miguel contra el suelo. Una segunda bala también perfora su estómago. Las fuerzas lo abandonan, pestañea lentamente y ve como el campanil le sonríe a la distancia. El caso es que Miguel cae herido, desmayado y muerto por algunos impactos.

ero es en ese mismo instante que las convicciones levantan y traen de vuelta a Miguel. Y se levanta y afina puntería y de nuevo comienza a dispar. Y tiemblan las pezuñas militares, al darse cuenta que el montaje que habían instalado, se sale de escena y venas y arterias rotas que Miguel desprecia porque sigue disparando.

Y azuzan a los más cobardes, so pena de ejecución militar, para que el armamento pesado triplique las ráfagas en contra de la casa, de Santa Fe, donde Miguel ha salido al patio a hacerles frente.

Y una bala entra en su ojo izquierdo y destruye su cráneo y otra besa de fuego su mejilla derecha. Y Miguel cae desplomado debido al peso del plomo sobre su cuerpo. No se escuchan más disparos.

Lo piensan una y otra vez, una y otra vez. Hasta que un capitán da la orden de entrar. Ya muerto lo vuelven a rematar. Se levantó una vez, no sería bueno que se vuelva a levantar.

Diez balas lo duermen para siempre, es decir, el “siempre” de ellos. Ese término que no es más que el principio de un jamás. La muerte sólo existe para quienes creen en ella.

Ciertos analistas políticos (geoestrategas probablemente) insisten, muchas veces con sorna, en que Miguel cometió infinidad de errores cuando estuvo vivo. A ratos dibujan una caricatura simplona e incendiaria de su persona.

Acertados o no, lo cierto es que a casi 40 años después de la caída de la Unidad Popular, la realidad, el ahora, esto que vivimos, esto que palpamos día a día, reafirma más que mil análisis la certeza preclara de quien organizaba la Resistencia personalmente en sus primeros días contra la Dictadura del capital.

Entonces…

Alégrate por Miguel, murió en combate, tuvo la oportunidad de pelear, no de morir amarrado a una silla o arrojado al mar. La vida lo premió con laureles.

Tuvo la suerte de no ser devorado por el tiempo y los pactos, y el dinero y los diálogos y los cargos.

Miguel fue un guerrero, lamentablemente, en medio de un gallinero de loros que parloteaban mucho y gallinas que sólo han hablado y hablado hasta el día de hoy y que siguen prometiendo sus ofertas de mercado.

No necesitamos golpearnos el pecho por su partida.

Necesitamos golpear el pecho de los que explotan a nuestra Tierra.

Escucha su Risa, no su llanto. Escucha sus palabras y su canto.

Que se escuche más fuerte que nunca.

¡Pueblo Conciencia y Fusil!
¡Pueblo Conciencia y Miguel!

Adelante. Adelante. Adelante.

08/10/2007

Fuente: https://rebelion.org/miguel-enriquez-el-menos-muerto-de-todos/


De archivo:

Inauguración de la Plaza Miguel Enríquez en «La Bandera» (ex 26 de enero)

OPAL/6 oct 2014.

Imagen

——

Discurso de Miguel Enríquez en  Teatro Caupolicán, el 17 de julio de 1973.

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