Libia, el basural europeo.
La OTAN observa indignada a los refugiados que se concentran en la frontera polaca con Bielorrusia buscando un subterfugio para acusar al presidente ruso Vladimir Putin y al bielorruso Lukashenko de que son ellos quienes los han fabricado en alguna factoría secreta de Chukotka, e intenta azuzar a sus lacayos ucranianos para devolver “gentilezas” y algún problema a Moscú.
La Unión Europea amanece dolorida de que cada mañana el sultán Erdogan la sodomice a través del acuerdo de 2016 que pactó con Ankara para que impida que los cuatro o cinco millones de refugiados que han ingresaron a Turquía provenientes de Siria, Irak o Afganistán, esencialmente con la intención de continuar, vía Grecia, accedan al resto del continente, mientras en las playas del Canal de la Mancha, Londres y París, discuten quién entierra a los ahogados.
Pero es en Libia donde las pústulas del sistema corrupto creado por la Unión Europea para impedir la llegada de más refugiados más hedor segregan, amenazando con que más de uno de sus funcionarios en algún momento termine dando explicaciones por genocidio en algún tribunal de justicia, si por caso existiera alguno.
La cuestión es que en los primeros seis meses de este año unas 21.000 personas llegaron a Europa desde puertos africanos a pesar de que la UE ha generado un sistema de detención secreto para captura, retención y llegado el caso devolución a sus países de origen a los cientos de miles, sino no son millones, de los que han llegado a la vieja patria del Coronel Gaddafi para saltar los aproximados 320 kilómetros sobre el Mediterráneo y conseguir un medio de vida que no solo salve la suya, sino además las de sus familias que han quedado en las profundidades del África subsahariana.
Desde 2010, empujados por las guerras internas, la violencia terrorista, la pobreza y el cambio climático, en aluvión comenzaron a llegar a Europa, alcanzado en 2015 la cifra récord de un millón, nada en comparación con las predicciones del Banco Mundial para los próximos 50 años que con el cambio climático, las sequías, las cosechas cada vez más pobres, el incremento de los niveles de los océanos, junto a la desertificación, desplazarían a unos 150 millones de personas, en su mayoría del hemisferio sur.
De manera secreta la Unión Europea hace seis años ha articulado, financiado, equipado y entrenado lo que se conoce como la Guardia Costera de Libia, una organización terrorista emergida de las milicias que desde el 2010 han animado la guerra civil libia, sin mando unificado y operando prácticamente a su libre albedrio solo con una consigna: “que los refugiados no lleguen a Europa” utilizando el recurso que sea. Por lo que cualquier embarcación sospechosa de transportar refugiados es en algunos casos abordada por la fuerza y reducida con violencia, generando muchísimos asesinatos y “accidentes” que han terminado con docenas de refugiados ahogados. Al tiempo que también impiden las operaciones de rescate humanitario.
Tras ser detenidos, los refugiados, en muchos casos al costo de la vida de algunos de ellos, son encerrados de manera ilegal e indefinida en una compleja maraña de prisiones de las que saldrán, solo sin alguien paga el rescate exigido por la milicia que lo retiene, para ser vendidos como esclavos a 88 dólares por cabeza en algunos de los mercados que funcionan a plena luz sahariana, o muertos.
Según algunas fuentes vinculadas a las ONG que operan en Libia, el pasado septiembre más de 6.000 refugiados estaban detenidos en diferentes prisiones, la mayoría de ellos en la prisión de al-Mabani, un antiguo depósito de cemento cercano a Trípoli reabierto en enero de este año pero para otros fines, por lo que se han elevado sus muros exteriores que se coronaron con alambre de púas. Vigilada por hombres con uniformes negro y azul armados con Kaláshnikov, pertenecientes a la muy discutible Dirección de Lucha contra la Migración Ilegal.
En al-Mabani, la mayor de las quince prisiones que se sabe que funcionan de manera más o menos regular, los internos padecen todo tipo de aberraciones: Falta absoluta de higiene, solo hay un baño cada cien internos, por lo que realizar cualquier evacuación fisiológica es un desafío a la oportunidad y la imaginación. Por no mencionar la sanidad y la alimentación.
Los detenidos son encerrados en pabellones con superpoblación, por lo que hay turnos para dormir acostados, para los más afortunados en delgadas planchas de goma espuma o directamente sobre el piso pestilente. Hay quienes deben optar por dormir sentados. El sector de las duchas, por ser el más aireado, es el más disputado. Lo que en varias oportunidades ha terminado con la vida de alguno de ellos. Dos veces al día los prisioneros son llevados al patio, donde tienen prohibido no sólo hablar, sino “mirar al cielo” (sic). A la hora de la comida los guardias depositan las fuentes en el piso y los presos deben esforzarse para llegar a ellas para poder rapiñar algo. En los techos de los pabellones las luces fluorescentes quedan encendidas durante toda la noche, ya que prácticamente ningún de los pabellones cuenta con luz natural. Los detenidos deben convivir con las plumas y los excrementos que caen de la techumbre donde anidan cientos de pájaros. En el caso particular de las mujeres las violaciones se reiteran de manera cotidiana y las más jóvenes son inmediatamente introducidas en las redes de prostitución.
Cualquier indisciplina es violentamente castigada a golpes de manguera, cables o varas de hierro. Cuando la falta es mayor los castigos pueden ser descargas eléctricas, asfixias y simulacros de fusilamientos.
Más prisiones se encuentran camufladas entre los abandonados galpones del barrio tripolitano de Ghout al-Shaal, antes de la guerra dedicado a la reparación de automóviles y depósitos de chatarra.
Los detenidos pueden acceder a su libertad, con alguna tranza particular con un guardia a un valor de 500 dólares, por lo que son habituales las razzias como la que se produjo el pasado octubre en Gargaresh, un barrio de Trípoli donde se detuvo a 5.000 refugiados.
Las “leyes” libias sin fundamento legal ni controles que las administren, disponen que cualquier extranjero no solo puede ser detenido por tiempo indeterminado, sino que también carecen de derecho a cualquier tipo de defensa, por lo que la libertad solo se consigue pagando. A la vez los prisioneros son obligados a realizar cualquier tipo de trabajo, como manipular explosivos o limpiar sitios contaminados, sin protección alguna.
Quienes fallan finalmente terminaran en el cementerio de Bir al-Osta Milad de casi cuatro hectáreas donde se calcula hay más de 15.000 tumbas, la mayoría sin marcar.
Europa cada vez más lejos
Durante los años del Coronel Gaddafi, si bien cualquier africano era bien recibido en el país y podía acceder a trabajo y a los beneficios que proporcionaba Jamahiriya (Estado de masas), si su deseo era continuar hacia Europa su paso no era molestado. Por lo que los europeos comenzaron a presionar fuertemente a Trípoli para que ayudara a detener el drenaje de africanos hacia el norte del Mediterráneo.
Si bien Gaddafi resistió todo lo que pudo, en 2008 se vio obligado a acordar con el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi, comprometiéndose a implementar controles estrictos. Dado las faltas italianas al acuerdo, Gaddafi exigió algunas ventajas económicas bajo la amenaza de “volver Europa negra”.
Históricamente la mayoría de las rutas por donde transitan los migrantes subsaharianos que intentan llegar al Mediterráneo, convergen en la ciudad nigerina de Agadez, desde donde lentamente comienzan a encolumnarse hacia los puertos libios. Por lo que desde 2015 la UE ha implementado maniobras para presionar a Niamey, entiéndase sobornar a funcionarios, militares y políticos, por lo que se consiguió establecer la conocida Ley 36, con la que todos los conductores y guías de autobús y camiones que durante décadas habían transportado migrantes hacia el norte fueron declarados traficantes de personas, con penas de prisión de hasta 30 años. Lo que los refugiados han resuelto buscando vías alternativas más complejas y peligrosas.
Para seguir obstaculizando el viaje de emigrantes la Unión europea ha establecido un fondo fiduciario que ha invertido decenas de millones de dólares para convertir a la Guardia Costera en una fuerza efectiva, brindando capacitación a los oficiales, recursos financieros y embarcaciones de última generación. También la agencia de fronteras europea FRONTEX desde 2015 lleva un plan de inversiones “para capturar a los migrantes que cruzan el mar”, con un presupuesto de más de 500 millones de euros y su propio servicio militarizado, con autorización para opera más allá de las fronteras de la UE, mantiene vigilancia constante en el Mediterráneo con drones y aviones.
Este complejo entramado de agencias oficiales y bandas piratas ha permitido, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) perteneciente a las Naciones Unidas,interceptar a más de 80.000 migrantes en los últimos cuatro años.
Italia en 2018, con el apoyo de la Unión europea, logró el acuerdo de UN para que la Guardia Costera Libia extienda su jurisdicción a 160 kilómetros de la costa, para lo que la UE, entregó seis lanchas rápidas, 30 Toyota Land Cruisers, radios, teléfonos satelitales, botes inflables y 500 uniformes.
Mientras todo esto sucede el Gobierno de Unidad Nacional (GNU) impuesto por la ONU y presidido por el magnate Abdelhamid Dbeibah, desde marzo pasado organizan las elecciones programadas entre diciembre y enero, por lo que nada se puede esperar para el mejoramiento de la situación de los miles de desangelados que se siguen amontonando como basura en Libia.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
Fuente: https://rebelion.org/libia-el-basural-europeo/
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