… tienen que entender los perjuicios que les genera».
Entrevista de Oier Zeberio a Telmo Lazkano (*)/Eulixe.
Preocupado por la enorme dependencia psicológica y social que existe hacia el teléfono móvil y las plataformas digitales, el joven historiador y profesor de ciencias sociales e inglés Telmo Lazkano Muga ha observado que los jóvenes son muy vulnerables hacia los mismos y que, en términos generales, sufren los efectos perjudiciales de la “revolución tecnológica” con mayor intensidad. Ante esta situación, Lazkano ha implantado un novedoso programa entre sus alumnos y alumnas de cuarto de la ESO del IES Usandizaga Peñaflorida Amara BHI de Donostia. Después de informales sobre los efectos perjudiciales del uso masivo del teléfono móvil y de las redes sociales y hacer distintos ejercicios, tanto él como la mayoría de sus estudiantes dejaron durante una semana los móviles apagados en la escuela. Los resultados de la experiencia han sido muy reveladores y desde EULIXE hemos tenido la oportunidad de hablar con él.
Un año antes del cambio de milenio, en 1999, las hermanas Wachowsky sacudieron a millones de conciencias a lo largo y ancho del planeta con el estreno de la primera parte de la saga Matrix. En 2003 vendrían la segunda y la tercera entrega. En las películas se narraba una oscura historia que se mostraba como una versión actualizada de la caverna de Platón: la inmensa mayoría de los humanos, aunque pensaban que eran seres que desarrollaban su vida en total libertad en la realidad real, estaban esclavizados por las máquinas y vivían en una realidad simulada informáticamente por las mismas. Solo un pequeño grupo de individuos vivía en la realidad real, y eran conscientes (aunque en la tercera se demuestra que esto no es del todo así) de lo que ocurría.
Fue en aquellos años cuando comenzó también el despliegue masivo de Internet y la telefonía móvil en nuestro mundo real, consolidándose así la revolución tecnológica. En el caso de los teléfonos móviles, aunque al principio fueran algo toscos y caros y únicamente sirvieran para llamar, en pocos años su precio se redujo considerablemente y empezaron a integrar cada vez más y más accesorios, entre ellos los que posibilitan la conexión a Internet. Los móviles fueron modernizándose y adaptándose a las nuevas realidades hasta convertirse en lo que son hoy en día: aparatos que sirven para hacer todo lo que tradicionalmente se ha hecho con un ordenador. Es decir, los usamos para todo: comunicación digital, búsqueda de información, trámites bancarios, gestiones de diversa índole, etc. Y ha sido precisamente la integración entre los móviles, el internet y las plataformas de contenido o comunicación social (YouTube, Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, TikTok, etc.) lo que nos ha llevado a vivir literalmente en un universo virtual.
En la última década, la utilización de los ‘smartphones’ ha aumentado un 102% en el Estado, y actualmente los usuarios lo utilizan una media tres horas y veintisiete minutos al día. Si nos centramos en la franja de los jóvenes, los datos ilustran que el tiempo de uso y la dependencia son preocupantes. Los nacidos a partir 1995 no conocen la vida sin Internet. Y esto se traduce en que el 95% de las personas nacidas a partir de ese año tienen un ‘smartphone’ y lo emplean a diario para capturar el mundo, comunicarse, buscar información y divertirse. Más de la mitad de estos jóvenes lo usan 5 o más horas al día. Uno de cada cuatro lo utiliza 10 horas o más. Acostumbrados a la inmediatez y a relacionarse mediante las redes sociales, para los jóvenes los móviles son “herramientas” imprescindibles. De hecho, casi un 90% de los adolescentes de entre 14 y 16 años tiene un teléfono inteligente. Las plataformas más usadas entre los jóvenes de entre 13 y 17 años son YouTube (85%), Instagram (72%), Snapchat (69%), Facebook (51%) y Twitter (32%).
Preocupado por la enorme dependencia psicológica y social que existe hacia el teléfono móvil y las plataformas digitales, el joven historiador y profesor de ciencias sociales e inglés Telmo Lazkano Muga ha observado que los jóvenes son muy vulnerables hacia los mismos y que, en términos generales, sufren los efectos perjudiciales de la “revolución tecnológica” con mayor intensidad. Ante esta situación, Lazkano ha implantado un novedoso programa entre sus alumnos y alumnas de cuarto de la ESO del IES Usandizaga Peñaflorida Amara BHI de Donostia. Después de informales sobre los efectos perjudiciales del uso masivo del teléfono móvil y de las redes sociales y hacer distintos ejercicios, tanto el cómo la mayoría de sus estudiantes dejaron durante una semana los móviles apagados en la escuela. Los resultados de la experiencia han sido muy reveladores y desde EULIXE hemos tenido la oportunidad de hablar con él.
¿Por qué decidiste diseñar e implantar el programa en tu aula?
Bueno, a medida que pasan los años me he dado cuenta de que tenemos una enorme dependencia hacia los móviles. Si te fijas bien, cada vez que salimos a la calle, solos o en compañía, pasamos mucho tiempo mirando el móvil y dejamos de prestar atención a aquellos seres que nos rodean. Si vamos a un restaurante también estamos pendientes del móvil o incluso pasamos tiempo sacando fotos a la comida. Todos los días voy en tren al trabajo y casi todos los pasajeros vamos siempre mirando nuestro móvil. Hechos como entablar una conversación con otro viajero o de observar el paisaje han pasado a la historia. Y hay muchos más ejemplos que ilustran que cada vez prestamos menos atención a las personas, conversaciones, ambiente, etc. que nos rodean y que el número de horas que le dedicamos a este dispositivo va claramente en aumento. El efecto que tienen los móviles inteligentes sobre nosotros es impresionante. Por ejemplo, mi sobrino tiene muy pocos años. Se enfada constantemente. Si le das un móvil, no obstante, se queda maravillado con los colores de la pantalla y deja de gritar o llorar. Lo calma. Queda “anulado” completamente.
Poco a poco, a medida que aumentaba mi concienciación, comencé a leer y estudiar artículos de investigación sobre el tema, es decir, sobre los teléfonos móviles inteligentes, el uso de las plataformas de redes sociales y de contenido, los impactos a nivel psicológico y social que generan etc. Me centré sobre todo en esa combinación teléfono móvil inteligente y redes sociales y en el impacto que tienen en aquellas personas que se encuentran en la pubertad (entre los 12-16 años).
¿A qué conclusión llegaste después del periodo de estudio?
Un día de estos me topé con un documental titulado “El dilema de las redes sociales”. Ver este documental supuso un antes y un después. En el documental se analizan plataformas como Facebook, Twitter o Instagram y hablan algunos exempleados y exdirectores de estas compañías. Poniendo los datos encima de la mesa, estos antiguos trabajadores explican claramente qué se esconde detrás de estas compañías.
Después de ver el documental, empecé poco a poco a hablar con mis alumnos y alumnas. Lo que me dijeron demuestra que la situación es muy grave. De media, los chavales pasan unas siete horas con el móvil. ¿Y cómo conseguimos este dato? En la mayoría de los móviles hay una aplicación denominada “salud y bienestar”. Comentamos los datos que salían ahí y llegamos a esta preocupante conclusión. Si tenemos en cuenta que cada estudiante de cuarto de la ESO pasa entre siete u ocho horas durmiendo (en teoría), seis en la escuela y otras siete en el móvil… Solo hay que sumar. Sin embargo, estas personas tienen que hacer las tareas escolares, tienen actividades extraescolares. ¿De dónde sacan, entonces, el tiempo para dedicarle diariamente unas siete horas al móvil? La respuesta es inquietante: sacrifican sus horas de sueño y/o tienen un limitado rendimiento extraescolar, ya que en el centro está prohibido el uso del móvil.
La extrema dependencia hacia el teléfono móvil, y más concretamente, y, sobre todo, hacia las plataformas de redes sociales y de contenido, tiene un efecto devastador entre los jóvenes. Estamos constatando un aumento de casos de depresión, anorexia y otros trastornos psicológicos que pueden llegar a ser graves. Y sí, están estrechamente relacionados con su uso abusivo.
En teoría, en plataformas como YouTube o Instagram vemos lo que nos interesa. Sin embargo, esto no es del todo así. Debido a los complejos algoritmos que utilizan las compañías, a todos nos llega contenido “personalizado” que se basa en las búsquedas que realizamos. Este contenido personalizado nos lleva a enfocarnos más y más en perfiles de difusión concretos, aislándonos de otras realidades, opiniones y fuentes de información. Los jóvenes no tienen tanta capacidad como los adultos para elegir racionalmente, según sus intereses, principios éticos y morales, que consumir y como consumir. Esto trae consigo que los jóvenes entren en una espiral donde aquello que consumen acaba siendo su única realidad / verdad.
En YouTube, Instagram o TikTok tienen mucho poder los denominados ‘youtubers’, ‘instagramers’ y ‘tiktokers’. Son jóvenes y no tan jóvenes que cuelgan contenido audiovisual en estas plataformas. Algunos gozan de una elevada fama y poder social y ganan dinero con el contenido que publican.
Debido al uso masivo de estas plataformas y debido a su edad (hay que tener en cuenta que tanto su cerebro como su personalidad están en desarrollo todavía), los jóvenes son muy vulnerables a los mensajes que emiten estos comunicadores. Tenemos que tener en cuenta que hoy en día Internet es un agente socializador de primer orden. Es decir, queramos o no, el contenido que consumimos de la red influye en nosotros, y como decía anteriormente, influye todavía más en los jóvenes.
Hay ‘youtubers’, ‘instagramers’ y ‘tiktokers’ que emiten contenido que puede considerarse divulgativo, es decir, no perjudicial e incluso instructivo, ya que tratan temas actuales en diferentes formatos (entrevistas, videos explicativos etc.). Sin embargo, la mayoría de los ‘youtubers’, ‘instagramers’ y ‘tiktokers’ que llegan a los más jóvenes se dedican a otra cosa. Transmiten contenido totalmente banal, es decir, sin ningún valor educativo. En muchas ocasiones también promocionan modos de vida y estilos estéticos que son muy difíciles de alcanzar, inalcanzables o directamente falsos. A veces también promueven conductas muy poco cívicas o peligrosas y, en ciertos casos extremos, incluso delictivas.
En términos generales, muchos jóvenes empiezan a imitar a estos «ídolos». Quieren ser como ellos, “populares”, “guapos”, “guapas”, “ricos”, “malotes”, “valientes” etc. y les hacen caso como si recitaran la “verdad absoluta”. En resumidas cuentas, muchos jóvenes piensan que “convertirse” en esas personas, imitarlas, es la única garantía de la felicidad y la aceptación social.
Por otro lado, plataformas como Instagram sirven para aumentar la presión social entre los jóvenes. Los humanos somos seres sociales. Individualmente, estamos en constante construcción, pero en ese proceso de “definición del yo” lo social tiene mucha importancia, ya que la sociedad te define también. Es decir, tú puedes defender que tu pelo es de color negro, pero si los demás dicen que tu pelo es azul, ¿de qué color es de verdad tu pelo? La cuestión es que en esa creación de la identidad personal estamos muy expuestos a lo que dice nuestro entorno más cercano, absorbemos continuamente los inputs que vienen de los demás. Y este proceso es especialmente importante durante la adolescencia, porque es precisamente cuando empezamos a establecer los cimientos de nuestra identidad.
Es en la adolescencia donde el ser humano tiende a separarse de la familia nuclear y empieza a basarse más en su entorno social para construir su identidad. Lo que ocurre es que hoy en día las redes sociales tienen un protagonismo extremo en este periodo vital. Esto es muy preocupante, ya que, como acabamos de comentar, es precisamente en la adolescencia cuando empezamos a establecer los cimientos de nuestra identidad. Debido a su uso masivo, las personas que se encuentran en esta franja de edad comienzan a desarrollar sus cimientos basándose en lo que les dictan las redes sociales en vez de basarse en una sólida base ética y de valores. Esto último provoca que cada vez haya más casos de depresión y ansiedad, Trastornos de Conducta Alimentaria, etc. entre los jóvenes.
¿Cómo conseguiste que tus alumnos y alumnas dejaran de usar el teléfono móvil durante una semana?
Comencé con una serie de ejercicios a principios de marzo. El proceso estaba dividido en tres partes. En la primera fase los alumnos y las alumnas vieron el documental “El dilema de las redes sociales”. Lo analizaron y contestaron a unas cuestiones posteriormente. Las preguntas que les formulé no eran básicas. Planteé cuestiones que les hicieran reflexionar. Por ejemplo, en el documental se subrayaba el siguiente concepto: “Si no pagas el producto, tú eres el producto”. Pues cogiendo como base esta frase, les pregunté qué pensaban sobre la cuestión y que significaba para ellos. Les pedí también que explicaran por qué los expertos dicen que las redes sociales no son una “herramienta», que analizaran lo que ha ocurrido a partir de 2009, es decir, después de que comenzara la masiva irrupción de las redes sociales y su utilización por parte de los jóvenes. También les pregunté sobre la influencia que tienen las redes sociales en el desarrollo personal.
Después de terminar esta primera fase, comenzamos con la segunda. En este caso, les pedí una redacción reflexiva sobre lo que decía el documental y sobre lo que percibían que ocurría en sus vidas. Para ayudarles con la tarea les propuse un par de cuestiones. Una era si había que prohibir los filtros de Instagram. Hubo debate al respecto. Se mencionó que los filtros crean y refuerzan un ideal de belleza que se impone desde fuera: crees que eso es ser bello. El hecho es que tanto la primera fase como la segunda fueron muy bien, es decir, fueron muy fructíferas. Los estudiantes respondieron muy bien ante las tareas asignadas.
Posteriormente, decidí comenzar con la tercera fase. Esta era voluntaria y la más difícil de llevar a cabo. Se basaba en dejar en dirección el móvil apagado durante una semana y escribir un diario. En este diario los estudiantes tenían que explicar cómo había cambiado su vida desde que dejaron el móvil y tenían que redactar una reflexión final donde efectuaban una valoración general del proyecto. Para llevarlo a cabo hablé con los profesores y la dirección. Me dijeron que no lo conseguiría [lo menciona entre risas]. Yo también participé junto a ellos. De veintitrés alumnos y alumnas participaron entre diecinueve y veinte. Eran de todos los perfiles, es decir, algunos tenían buenas calificaciones, otros no tanto. Les pasé la hoja de inscripción un martes y el jueves dejamos los móviles en dirección.
¿Cómo vivisteis esos siete días tú y tus estudiantes?
En términos generales, sobre todo en los primeros tres días, los alumnos y las alumnas sufrieron pequeños ataques de ansiedad, nerviosismo, insomnio, irritabilidad, pensamientos intrusivos y comían más de lo normal. El cuarto día, sin embargo, su situación comenzó a mejorar notablemente.
A partir de ese día, empezaron a sentirse mucho mejor, dormían mejor, se sentían más tranquilos y más concentrados en la escuela. Una palabra que repetían mucho era “libertad”, es decir, comenzaron a sentirse más libres, como si les hubieran quitado una cadena. Para lo único que echaban en falta el móvil era para llamar, y para eso tenían el permiso de utilizar el teléfono de los padres.
El cuarto día una alumna se fue a casa de su abuela a pasar el día, otro empezó a leer un libro, otros dos comenzaron a ir a nadar, otros fueron al monte… Ya fuera por aburrimiento o porque aprovecharon el contexto para vivir otro tipo de vida, los estudiantes empezaron a invertir las siete horas de media que pasaban delante del móvil en llevar a cabo prácticas saludables. Y esto fue increíble.
Otra cosa que me llamó la atención fue que cuatro estudiantes me dijeron que no querían el teléfono de vuelta porque tenían miedo a volver a las dinámicas anteriores. Uno, por ejemplo, me dijo que descubrió su identidad real.
En mi caso, aunque no utilizo el móvil muchas horas durante el día, me levanté empapado de sudor la primera noche [lo menciona entre risas] y los días posteriores tuve la misma sintomatología que la de mis estudiantes en cierto modo. El día se me hacía más largo y comencé a hacer más cosas. Sin embargo, es verdad que a veces echaba de menos ese «placer», ese estímulo que te da usar el móvil. Pero con 28 años soy más capaz de gestionar ese cúmulo de sentimientos que mis alumnos y alumnas de cuarto de la ESO.
Cuando pasaron los siete días les devolví el teléfono móvil. Hice un test para comprobar si habían hecho trampas, les devolví el celular y comenzaron a hacer la última redacción donde tenían que analizar todo el proceso. Tengo que subrayar que fueron muy valientes. Estoy muy orgulloso de ellos. La valoración de mis alumnos y alumnas fue muy positiva. También recibí felicitaciones por parte de los padres de los estudiantes y por parte del colegio, el cual intentará aplicar el proyecto el curso que viene a toda la línea educativa.
¿Cuál es el objetivo final del proceso que has implantado en tu aula?
El objetivo no es conseguir pasar de tener una relación tóxica con el móvil a una normal y saludable. Eso lleva mucho tiempo. Uno de los objetivos de este proceso es hacer reflexionar a los alumnos sobre el tipo de relación que tenemos con el teléfono móvil, con las plataformas digitales de contenido y de redes sociales. Para saber si tenemos una adicción lo mejor es dejar de lado aquello que sospechamos que nos está generado un cuadro de dependencia y ver como funcionamos en nuestra vida diaria sin eso. Mediante este proceso, los estudiantes se dieron cuenta de cuál era su relación con el móvil. Otro de los objetivos principales era desarrollar el conocimiento sobre la materia. Saber nos hace más libres, o eso es lo que creo yo por lo menos. Para mí la clave está en instruirlos, prepararlos y darles el conocimiento necesario para que sepan como funcionan las plataformas de redes sociales y de contenido y entiendan los impactos negativos que generan a nivel psicológico y social.
Para concluir, y en respuesta a la pregunta más reiterada entre los padres, opino en base a todos los estudios analizados y expertos consultados que los adolescentes no deberían de hacer uso de las plataformas comentadas (Instagram, etc.) antes de los dieciséis años. Y pienso que una vez el móvil se convierta en parte de sus vidas, tanto en casa como en el colegio, hay que explicarles cómo funcionan estos dispositivos, con que se encontrarán cuando los enciendan y los usen, a qué tipo de situaciones tendrán que enfrentarse, a qué tipo de riesgos etc. Para esto es vital que tanto los padres como los centros educativos analicen y estudien el funcionamiento de los teléfonos móviles, lo que ocurre con las plataformas de contenido y de redes sociales, cuáles son las tendencias y los riesgos. Los cursos de formación sobre este tema para alumnos, padres y para el cuerpo docente son una pieza fundamental. Creo firmemente en que para que los jóvenes utilicen menos el teléfono móvil y las redes sociales tienen que entender los perjuicios que les generan, y esto no se consigue de manera vertical, prohibiendo su uso, sino hablando con ellos, educándoles.
(*)telmo Laskano, historiador y profesor de ciencias sociales e inglés
Fuente: https://www.eulixe.com/articulo/sociedad/telmo-lazkano-que-jovenes-utilicen-menos-telefono-movil-redes-sociales-tienen-que-entender-perjuicios-que-generan/20220521152517025389.html
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