¿Quién fue, qué fue Mikhail Sergeyevich Gorbachev?
Las redes sociales transmiten muchas tonterías sobre Gorbachov. Mikhail Gorbachov no fue el sepulturero de la revolución: la revolución estaba muerta, al menos desde que Stalin tomó el poder en 1928.
La revolución es el poder revolucionario del pueblo autoorganizado en consejos – los «soviets». Cuando Gorbachov asumió el cargo, el poder había estado durante mucho tiempo en manos exclusivas de una capa de burócratas que vivían como capitalistas.
Estos parásitos ni siquiera pretendían creer en el socialismo: su sueño era apropiarse de la propiedad estatal para transmitirla a sus descendientes, para completar su metamorfosis y no estar obligados nunca más a seguir con devoción los dogmas de la religión del Estado marxista-leninista” (pobre Marx, pobre Lenin).
Esta camarilla de viejos puso a Gorbachov en el poder en un intento de salvar el sistema del colapso. Porque todos lo sabían: el derrumbe parecía inevitable.
El plan de Gorbachov era introducir reformas de mercado para dinamizar la economía planificada (perestroika) y reformas democráticas para legitimar el poder de la burocracia (glasnost). No fue para desintegrar la URSS ni para restaurar el capitalismo.
Gorbachov fracasó por toda una serie de razones (Afganistán, Chernóbil, la carrera armamentista de Reagan…). El ambiente de “fin del sistema” agudizaba la guerra de clanes dentro de la burocracia, se sentía venir la catástrofe, cada burócrata quería asegurar su poder para el futuro, por todos los medios. Las fuerzas centrífugas habían crecido, especialmente a nivel de las repúblicas federadas.
Pero la conclusión es que el monstruoso sistema de una economía colectivizada funcionando (muy mal) al servicio de una casta burocrática y a expensas de las clases trabajadoras era imposible de reformar.
Sólo había dos soluciones: o bien una revolución antiburocrática con la reinvención del poder popular soviético; o el restablecimiento del capitalismo por la dictadura de los burócratas, completando su transformación en capitalistas y estableciendo su unión con el capital internacional. Después de décadas de totalitarismo y mentiras, la primera solución se había vuelto infinitamente improbable.
El Partido Comunista Chino aprendió rápidamente las lecciones de Gorbachov: perestroika sí, glasnost no. ¡Y sobre todo nada de derechos democráticos para las nacionalidades del Imperio!
Así logró la burocracia mantenerse en el poder transformándose a sí misma y a China en una gran potencia imperialista… a costa de una férrea dictadura ejercida por un aparato policial heredado del estalinismo, que emplea los métodos high-tech de Silicon Valley.
Putin también aprendió las lecciones. En lugar del plan «ingenuo» de Gorbachov, con su «glasnost», habría sido necesario en 1988-1991 cortar cabezas, poner en vereda a los polacos, los bálticos, los ucranianos, los georgianos. Mandar los tanques, como en Praga en 1968 y en Budapest en 1956.
Para Putin, esta dictadura debería haberse instalado desde el principio, porque era el complemento natural a la apropiación de la propiedad estatal por parte de la burocracia. La transformación de burócratas en oligarcas capitalistas se habría hecho entonces de forma centralizada, bajo el liderazgo de Moscú, en lugar de hacerse de forma caótica, salvaje, fragmentada, en repúblicas independientes.
Putin quiere dar la vuelta a la rueda de la historia (en la medida de sus posibilidades militares) para dar a los oligarcas el imperio ruso que dice que nunca deberían haber perdido. Un imperio basado en cereales y combustibles fósiles. Este es el significado de la guerra en Ucrania, que es una auténtica guerra imperialista.
Dar la vuelta a la rueda de la historia define la fantasía reaccionaria. En la era del imperialismo, todavía tiene los rasgos del fascismo. Este es el significado de la ideología que acompaña a la guerra contra Ucrania. No es casualidad que Dougin sea seguidor del ocultismo y admirador de Evola. No es casualidad que el crimen de Putin sea bendecido por el Patriarca Kyrill como una cruzada contra los gays y las lesbianas, esos “degenerados de Occidente”.
¿Y la izquierda, qué hace ante todo esto? Está superada por su historia, por sus historias.
Los que no han entendido nada del fenómeno burocrático, los que no entienden que Stalin dirigió una contrarrevolución, los que piensan por el contrario que el gulag, los juicios de Moscú y el pacto con Hitler «salvaron al comunismo», están hoy muy perdidos. Su software político defectuoso los empuja a alinearse con el “campo” de Putin.
Unos lo hacen abiertamente, otros hipócritamente, en nombre de la ‘paz, de la ‘coexistencia pacífica’ (¡suena a los eurocomunistas del siglo pasado!) y de dar prioridad a los problemas sociales de los trabajadores ‘en nuestra casa’ (¿No significa nada para ti, ese «en nuestra casa»?). Pero en ambos casos, el resultado es catastrófico: una política contraria a los derechos de los pueblos, al internacionalismo, y por tanto a la revolución, se lleva a cabo envuelta en la bandera roji-parda de un llamado “marxismo-leninismo”. «La historia es nuestro libro», dijo Marx. Equivocarse de libro es peligroso. Es como obtener la referencia equivocada. Peligroso. Especialmente cuando piensas que el Libro es sagrado.
Fuente original: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article63854
Traducción: Enrique García
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Quizá fue un precursor
por José Luis Moreno Pestaña y Jesús Ángel Ruiz Moreno (*)/Sin Permiso.
La muerte de Gorbachov ha generado una revisión de la esperanza soviética: ¿podía sostenerse esa sociedad con su propia dinámica o necesitaba reformas urgentes? Casi todo el mundo está de acuerdo con lo segundo y el dilema a la hora de juzgar a Gorbachov es si implementó las reformas necesarias o, por el contrario, impuso una dinámica letal que hundió al sistema.
Gorbachov conoció íntimamente la violencia estalinista y formó parte de una generación que deseó construir el socialismo con medidas racionales. Él mismo, pero también su compañera la filósofa Raisa Titirenko, son un ejemplo de que podían surgir personas meticulosas, inteligentes y dinámicas desde lo más íntimo de la URSS. Gorbachov fue un héroe del trabajo socialista debido a su manejo de una cosechadora, un administrador dinámico de la juventud comunista -el Konsomol- un gestor agrícola concienzudo y todo dentro de una relación afectiva con una mujer de mayor nivel cultural, enorme belleza e inteligencia y que sería una compañera igualitaria de vida. Las mujeres amigas de la familia Gorbachov ponían a Mikhail como ejemplo ante sus maridos. Entre burócratas alcohólicos y acosadores sexuales, ineptos y mezquinos, crecieron personas como Mikhail y Raisa, quienes pese a haber sufrido la represión en sus seres queridos, estaban absolutamente convencidos del comunismo. La URSS era una formación social contradictoria: nunca fue el paraíso que pregonaban sus turiferarios, pero tampoco un infierno. Y Mikhail acabó llamando la atención del verdadero intelectual orgánico soviético, aquella institución que sabía qué es lo que pasaba y qué gente se necesitaba para cambiarlo. El amigo en la cúpula de Gorbachov fue Yuri Andropov, breve premier soviético y director del KGB en fechas que van desde 1967 hasta 1982.
¿Qué intentó económicamente Gorbachov? Como sucediera en la Polonia de Gomulka y en la Hungría de Kadar, intentó hacer compatible el mercado y el socialismo. La idea de un socialismo sin mercado procede de la Primera Guerra Mundial: hasta entonces nadie había pensado que el socialismo supondría la absoluta estatización -Marx ni siquiera estaba de acuerdo con la escuela estatal-. En una economía estatalizada se plantea el siguiente problema. La población encomienda al Estado la gestión de la economía, es lo que, como nos enseñó Antoni Domènech, constituye una relación republicana -republicana porque evita el abuso en la cooperación social- entre un principal -el pueblo- y el agente que debe servirlo -los políticos y los funcionarios-. ¿Qué sucede? Pues algo que vio directamente Trotsky: sin libertad y sin mercado, la estatalización condena a los trabajadores a la esclavitud. Ni pueden marcharse y buscar otro empleador, ni tienen libertad sindical para defenderse.
Si la tuvieran, pondrían en dificultades a quienes tienen que cumplir los objetivos de la planificación. Y estos, los directores de empresa o de la administración, se acostumbran a proporcionar indicadores de que hacen lo que se les asigna. La cuestión nos es familiar porque en la gestión neoliberal se utilizan continuamente indicadores de éxito similares a los de la economía estatalizada. ¿Y cómo solemos actuar? Muy sencillo: intentamos hacer lo que se nos pide, para salir bien retratados, aunque eso tenga una relación muy pobre con la calidad de nuestra tarea de enseñar, curar, intervenir socialmente, etc. El principal de nuestra actividad debe ser el enfermo, el estudiante, la persona con problemas etc.; pero no, en realidad son los indicadores. A veces hasta el surrealismo y vemos a auténticos gañanes, que no saben hacer nada, ascender socialmente por su capacidad para ajustarse a los indicadores. El día a día del neoliberalismo fue también el día a día del estalinismo.
Porque el disparate era evidente en la URSS y con un agravante. Con todas las salvedades que el capitalismo impone, en los mercados el consumidor debe ser el principal cuyas necesidades deben ser cubiertas por las empresas -que así se convierten en su agente-. En las economías planificadas, como señaló el economista soviético Pétrakov a Gorbachov, «sí que tenemos una competencia, pero es entre los consumidores por las mercancías». ¿Qué quiere decir esto? Pues que las empresas se atenían a las cifras establecidas, aunque pudieran producir más y, a menudo, hacían menos con un desprecio enorme por la calidad de las mercancías. Al final había escasas mercancías valiosas y eran las personas las que debían partirse la cara por ellas. El principal no era el consumidor: eran los planificadores y quienes, adaptándose a ellos, completaban los planes sin ningún mimo por el trabajo. El resultado: la URSS se adaptaba muy mal a las necesidades de su población. Leonidas Breznev, antes que Gorbachov, ya estaba completamente preocupado por ello.
El segundo problema de la planificación económica fue la desafección de los trabajadores de su propio trabajo. Cuando la Perestroika llamó a la autogestión -después de rechazar el modelo de reformas chino-, se olvidó de la relación de los obreros con la empresa. Los obreros, que supuestamente eran propietarios de su trabajo, lo vivían como si no lo fuera: era una actividad que hacían para cumplir los deseos de los planificadores. Una vez que los trabajadores pudieron decidir lo hicieron como gorrones: no pensaron en los consumidores, sino en dar prioridad a la producción de las mercancías más caras o en asignarse sueldos altos independientemente de la calidad de su actividad.
Gorbachov intentó luchar contra todo ello. Obviamente no tuvo éxito, pero existe algo en su ejemplo que todavía tiene que enseñarnos a quienes nos consideramos socialistas. ¿Qué? Dos cuestiones. Primera: el mercado es una fuente de injusticia si no se lo corrige, pero el Estado puede serlo de una al menos análoga. Segunda: la eficacia y la calidad de la propia actividad -política, económica, profesional- es una condición de la cooperación económica democrática y eso supone buscar mecanismos que sancionen a los burócratas, los despilfarradores y los ineptos. Con las reformas de Gorbachov se produjo una catástrofe, por razones que no podemos exponer. Pero su programa y sus convicciones son aún nuestras: representan mucho de lo que pudo germinar de bueno en la URSS que quiso corregir la barbarie estalinista. La imagen del Secretario General del PCUS y presidente de la URSS discutiendo con los ciudadanos levantiscos es la imagen misma de lo que debe ser un socialista cuando dirige algo: un agente que busca conocer cómo ven las cosas los ciudadanos, quienes deben ser el principal. Queremos guardar esa imagen de Gorby, tal y como se le conocía cariñosamente. Porque en tanto que socialistas, aún tenemos una cita pendiente con Gorbachov: con él, con Raisa Titirenko y con todos los hombres y mujeres que pelearon por hacer una Unión Soviética a la altura de los ideales que la fundaron. Pudiera ser que, en un futuro distinto del capitalismo y el socialismo de Estado, si nuestras ideas tienen éxito, se contemple a Gorbachov, se les contemple a todos ellos y ellas, como precursores.
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