Entrevista con Andrés Piqueras: la esterilidad del neomarxismo.

ANDRÉS PIQUERAS es profesor titular de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón.

«Los neomarxistas han construido un marxismo sin revolución».

por observatoriocrisis.com/La Haine.
 
La grave encrucijada civilizatoria que atravesamos, con sus enormes desafíos solo puede resolverse a través de la cooperación, la mancomunidad y la planificación. En otras palabras Revolución o Extinción.

Dedicas tu último libro «A los millones y millones de comunistas que dieron sus vidas a lo largo del siglo XX, por un mundo sin explotación. También a los comunistas que dedicaron su vida a ello… y vencieron». ¿Una vindicación de la tradición comunista… a pesar del estalinismo y de El libro negro del comunismo?

Por supuesto. Diría que es la razón de ser del libro, en tanto que entiendo que el movimiento comunista de la humanidad ha sido hasta hoy el máximo exponente de la evolución humana en pos de unas posibilidades de vida para la especie que permitan la armonía entre sí y con la naturaleza. De hecho, a la postre, sólo un alto grado de cohesión basado en amplias condiciones de igualdad podrá permitirnos la existencia como especie.

El comunismo, como decían Engels y Marx, no es sino el constante movimiento autoemancipador y autoconsciente de la humanidad. La evolución no es sino una progresión no lineal de complejidad de los organismos vivos (y sociales), de ahí deduce Engels que una sociedad capaz de planificar su economía y su interacción con la naturaleza, de eliminar las contradicciones inherentes a las clases sociales, es necesariamente más evolucionada y está mejor preparada para mantenerse (al estar también más cohesionada).

No voy a entrar a contestarte sobre el panfleto del Libro negro, fiel a la propaganda capitalista desatada desde el último cuarto del siglo XX (un proyecto sistemático de reescritura de la Historia y de amputación de la Memoria histórica -ya prácticamente seccionada para las nuevas generaciones-), empeñada en hacernos creer que «comunismo» y «nazismo» son parte de lo mismo (como si el nazismo no fuera una excreción despótica del capitalismo y como si, para empezar, la humanidad hubiera llegado en algún momento al comunismo). No merece la pena en una entrevista con espacio tan limitado entrar a contestar esos libelos expandidos desde los centros de inteligencia del sistema.

Era una pequeña provocación entre amigos.

Sí diré que la matanza de comunistas y de gentes acusadas de serlo, sólo en el siglo XX, desatada por el capitalismo, ya sea en su forma fascista, ya en la «democrática» (liderada por EE.UU.) supera con creces cualquier pesadilla. El reciente libro de Vincent Bevins, El método Yakarta, es uno de los que ha comenzado a revelar la magnitud de esa matanza.

Seiscientas páginas, más de treinta de bibliografía, extensas e interesantes notas al pie de página (que recuerdan en ocasiones las notas no menos extensas e interesantes de El capital), prosa sustantiva, nada ligera, argumentos que exigen codos y concentración… ¿A quién va dirigido el libro?

A quienes todavía tienen ganas de transformar el mundo y además quieren atreverse a pensar por sí mismos/as (algo cada vez más difícil partiendo de unos medios de formación y socialización concebidos para subordinar e idiotizar, nuestras vidas sometidas a continuos bombardeos mediáticos teledirigidos, con sus «guasaps», «twitters», «instagrams», etc, que nos permiten enorgullecernos de ser masa y seguir a «blogueros», «influencers» y otra ralea narcotizante semejante).

Como decía Labriola, ese gran pensador precursor de Gramsci tan olvidado hoy, «pensar es producir», entraña un ejercicio cotidiano de reconstrucción del mundo y de nuestra posición en él, de manera que podamos manejar mejor nuestra vida. Ser comunista implica pensar, en su sentido más profundo, «radical», por fuera de la cosmovisión dominante, como pensar en acción.

Un concepto que usas con frecuencia: materialismo. ¿Qué es el materialismo desde tu punto de vista? ¿Qué hay de singular en el materialismo de Marx y Engels?

El materialismo busca conocer las causas más profundas que mueven los procesos históricos y que se combinan siempre con la acción humana. Deja de ver las ideas como categorías abstractas, creadoras del mundo, para entenderlas como productos del mismo. Engels y Marx nos presentaron un patrón para entender el mundo y las creaciones intelectuales humanas, de tal manera que hoy podemos saber que las formas como los seres humanos conseguimos la producción y reproducción de nuestra vida trazan nuestras posibilidades sociales e ideológicas. Es decir, que el nudo que contiene la mayor fuente de explicación social es la producción y reproducción de la vida real.

Eso sí, la dialéctica enriquece y complementa al materialismo, dado que entiende que lo concreto es sólo tal porque es la concentración de infinitas determinaciones, su plasmación real nunca permanente sino en continuo proceso de modificación. La condición clave es no entender más las partes de la sociedad de manera separada; de ahí que a Marx nunca se le ocurrió desarrollar una teoría política ni una teoría económica, por ejemplo, sino que lo que hizo fue elaborar una penetrante crítica de la «economía política» dada, a la que opuso el análisis dialéctico del todo y sus partes. Análisis de la totalidad, el capitalismo, que a su vez no es sino una totalidad dentro de otra: la de la especie humana, que a su vez es una totalidad dentro de otra, la de la Vida, que a su vez es una totalidad dentro de otra, el Cosmos…

Por su parte, lo material acompaña a lo dialéctico en cuanto que la materia precede a la idea, el organismo a la conciencia, la formación orgánico-química de la vida a la especiación y al Homo sapiens, los procesos para conseguir energía a los ratos para dedicar al arte y a la filosofía… Pero una vez que esos procesos cobran existencia, la idea, la conciencia, la filosofía, entran también en relación dialéctica con el todo. De este modo, como dice Felip a quien cito, el objeto del pensar no es ya la materia como opuesta a la idea, sino la unidad dialéctica de materia e idea en la forma de procesos de una totalidad compleja, estructurada y contradictoria.

¿Es necesario seguir reivindicando a Marx en esta tercera década del siglo XXI? ¿Quién duda a día de hoy, obrando y pensando de buena fe, que Marx, el marxismo, han sido y son muy importantes para la comprensión de la composición y evolución de las sociedades humanas y de su transformación?

Esto es lo que he intentado expresar en todo momento en el libro. El marxismo constituye hasta hoy la principal praxis de emancipación humana que ha levantado la humanidad, es la piedra angular de una crítica de la economía política capitalista, de toda su civilización; puntal de una lucha para librar a la humanidad de estar sometida a leyes y fuerzas sociales vinculadas a la explotación, la dominación y la exclusión que de otra forma nos serían en gran medida desconocidas o camufladas bajo los ropajes de la fetichización, la mistificación, la ilusión o la naturalización de las cosas que secreta el capitalismo.

Por supuesto, el marxismo entraña un nuevo proyecto civilizatorio en el que esas dinámicas de explotación y dominio de la especie humana entre sí estén erradicadas. Por eso es a la vez, e irrenunciablemente, un método científico, una proyección y un compromiso políticos y una comprensión del mundo. En suma, un croquis que nos ayuda a caminar por él para poder transformarlo. Lo cual implica, indefectiblemente, una conducta o una síntesis práxica (precisamente la que han querido suprimir los «neomarxismos»).

Respecto a la segunda pregunta…

Respecto a la segunda pregunta, podría decirte, con palabras de Boron, que al igual que ocurriera con Copérnico en la astronomía, la revolución teórica de Marx arrojó por la borda el saber convencional que había prevalecido durante siglos. Marx, y subrayo Engels, desencadenaron en la historia y las ciencias sociales una revolución teórica tan rotunda y trascendente como la de Copérnico o Darwin en otros campos. «Y así como hoy se convertiría en un hazmerreir mundial quien reivindicase la concepción geocéntrica de Ptolomeo, no mejor suerte correría [deberían correr, corrijo yo aquí a Boron] quienes increpasen a alguien acusándolo de ‘marxista’.»

Tomo pie en tu «subrayo Engels». ¿Por qué hablamos tanto de Marx (que está muy bien) y tan poco de Engels (que está muy mal, y es injusto además)? ¿Marx fue el gran director de la orquesta y Engels un interesante y fiel primer violín?

Afortunadamente, después de décadas de denigración de Engels, sobre todo por parte de los «neo» y los «postmarxismos» (en el libro explico por qué), está cobrando fuerza un movimiento de recuperación de su enorme figura dentro del marxismo, por fin (y hace poco aprovechando el bicentenario de su natalicio).

El Viejo Topo ha publicado recientemente un gran trabajo de González Varela, Friedrich Engels antes de Marx, donde se pone en su sitio la importancia teórica, política y revolucionaria de este coloso que se empeñó en ser «segundo violín» para dar paso a Marx [como él mismo escribió a Mehring, «Si encuentro algo que objetar es que usted me atribuye más crédito del que merezco, aun si tengo en cuenta todo lo que –con el tiempo– posiblemente podría haber descubierto por mí mismo, pero que Marx, con su cop d’oeil más rápido, y su visión más amplia, descubrió mucho más rápidamente. Cuando se tiene la suerte de trabajar durante cuarenta años con un hombre como Marx, generalmente no se le reconoce a uno en vida lo que se cree merecer. Si muere el gran hombre, al menor fácilmente se le sobreestima, y este parece ser justamente mi caso en la actualidad; la historia terminará por poner las cosas en su lugar».

Engels tiene una dimensión impresionante, y fue precursor e inspirador de Marx en diferentes campos (el de la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, entre otros). De hecho, como es más que sabido, es quien inicia a Marx en el materialismo y quien abre la vía a que ese materialismo se dialectizara. Y sin embargo, parte de su grandeza está en que él mismo se hace a un lado para permitir que fuera su amigo quien ocupara un primer plano, porque a pesar de que fue Engels quien le guió en diferentes ocasiones, había descubierto en Marx un potencial que le superaba intelectualmente y, como buen revolucionario, decide quedar en segundo plano.

«El capitalismo está en fase terminal». ¿Qué indicios te empujan a esa conclusión? A primera vista no lo parece. Para algunos, que no son pocos, sigue más vivo y fuerte que nunca a pesar de sus crisis y tropiezos.

Las razones principales las he venido indicando y desarrollando en mis trabajos de al menos los últimos doce años, algunos de los cuales citas en la Introducción. También las tenemos expuestas en las elaboraciones colectivas del OIC. Te las resumo esquemáticamente.

En este momento histórico el capitalismo incumple crecientemente los dos principales elementos que constituyen su razón de ser: la conversión del dinero en capital y la conversión de seres humanos en fuerza de trabajo asalariada (subsunción real del trabajo al capital), o dicho de otra manera, en una mercancía que realiza trabajo abstracto.

Hemos visto algunas de las claves a las que se enfrenta el neoliberalismo financiarizado como modelo de crecimiento que se ha intentado poner en práctica a escala casi planetaria. Con la degeneración de ese modelo el capitalismo en sí mismo enfrenta una serie de contradicciones cada vez más insalvables:

1. Entre acumulación y regulación (forma en que se expresa hoy la contradicción clásica entre desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones sociales de producción). 2. Entre valorización y realización (dado que la escasa recuperación de la tasa de ganancia en la producción se ha hecho a costa de una exacerbada depresión de la demanda).

3. Entre el valor ficticio generado por el entramado mundial financiero-especulativo y la plusvalía real generada, que responde a un estancamiento de la rentabilidad (lo que denotó una parcial recuperación de las tasas de ganancia sin proporcional acumulación de capital).

4. Entre estancamiento y endeudamiento, el cual como factor imprescindible del crecimiento actual no tiene contrapartida ni productiva ni energética para posibilitar que una hipotética acumulación futura pueda satisfacer las deudas del presente.

5. Entre el valor capitalista y la riqueza social y natural, pues aquél depende cada vez más de la destrucción de éstas. 6. Entre el desarrollo de las fuerzas productivas (la automatización) y las bases de sustentación del capitalismo: valor, trabajo asalariado, plusvalía, ganancia…, que resultan crecientemente deterioradas.

Se pone a prueba, además, la adaptación funcional del complejo institucional y de dominación respecto del proceso de ajuste capitalista. O lo que es lo mismo, podríamos apuntar a una probable creciente contradicción entre legitimidad y formas unilaterales actuales de «regulación social» (o si se quiere, de lo que ellos llaman la «gobernanza» en curso).

Para calibrar esta última contradicción y al tiempo desafío, hay que tener en cuenta que asistimos en este impasse, mientras se produce el declive del neoliberalismo financiarizado (en el que siempre han pervivido restos del keynesianismo) y no termina de coagularse ningún modelo nuevo que lo sustituya, a una profunda reestructuración de la dominación de clase y de concentración de poder entre las élites dominantes a escala global. Pero la destrucción social que entrañan todas estas dinámicas tiene un correlato ineludible: sin sociedad no hay economía.

Hablas del carácter ilusorio de la democracia capitalista. ¿Por qué? ¿No es acaso el caso que muchas «conquistas democráticas», como el derecho de huelga y manifestación, la jornada (muchas veces incumplida) de las 40 horas semanales, son fruto de sacrificadas, arriesgadas y a veces heroicas luchas de los trabajadores y trabajadoras?

Los logros democráticos en el capitalismo, esto es, conseguir decantarle hacia su opción reformista o socialdemócrata (con una relativa mayor distribución del poder social; mayor participación del conjunto de la sociedad en las decisiones que la afectan; mayor redistribución del conjunto de la riqueza social), sólo se han podido alcanzar históricamente, siempre a través de las luchas de clase, cuando coinciden tres tipos de factores: 1) Cuando la masa de ganancia y con ella la tasa media de beneficio se desarrollan satisfactoriamente para la clase capitalista. 2) Cuando la clase capitalista se ve con dificultad de reemplazar o sustituir a la fuerza de trabajo; es decir, cuando se reduce mucho el «ejército laboral de reserva». 3) Cuando la fuerza de trabajo organizada adquiere una relevante fuerza social y política (las posibilidades de esta condición están a su vez profundamente vinculadas a las de las dos anteriores).

En esta fase del capitalismo no se dan ninguno de esos factores. Antes al contrario, tenemos una acumulación de capital gripada sin visos de superarse; un «ejército laboral de reserva» que hoy se ha hecho mundial, con al menos 4.200 millones de personas en situación de «disponibilidad migratoria», allá donde y cuando lo requiera el capital. El poder social de negociación (capacidad de hacer valer los propios intereses a escala social) de la fuerza de trabajo queda, con todo ello, reducido a mínimos.

Eso quiere decir que pretender mejoras sociales sustanciales dentro del capitalismo actual se va convirtiendo cada vez más en una quimera (los hechos históricos que vivimos desde hace al menos 30 años así lo atestiguan). El avance social cada vez más claramente sólo se podrá hacer contra el capitalismo, como parte de un proyecto de construcción de otra civilización.

Una de sus tesis centrales: la no independencia de la política respecto del valor. ¿Nos puedes dar algún ejemplo de esa dependencia?

Por las mismas razones que acabo de exponer, si al capitalismo le va mal, si tiene dificultades para ampliar el valor o realizar la plusvalía, no puede permitirse aperturas democráticas. La política se cierra y se dirige en toda su amplitud e intensidad a intentar paliar la caída del valor. Eso se traduce en contrarreformas laborales y fiscales, exponencial aumento de la explotación, degradación de los mercados laborales y militarización de las relaciones internacionales. En la ciencia hay bastantes premisas más difíciles de comprobar que esta cuestión teórica que te estoy enunciando. La venimos constatando en nuestras experiencias de vida desde los años 70 del siglo XX.

Por eso precisamente lo que propongo en el libro es que la política dentro de los cauces del capital está prácticamente cerrada. Es cada vez más un mero instrumento del (moribundo) valor. Repito, hoy ya sólo contra el capital se pueden conseguir nuevos logros sociales, por lo que hay que empezar a replantearse proyectos y estrategias a partir de estas consideraciones, en lugar de mirar atrás, según hacen las izquierdas del sistema (o izquierdas integradas) en todos lados, para ver si el capitalismo vuelve o recupera su fase keynesiana. Como si eso fuera posible.

Dos de las cuestiones centrales que desarrollas en la primera parte del libro: la teoría del valor-trabajo y la ley tendencial de la caída de ganancia. ¿Por qué son tan esenciales en su interpretación de la obra de Marx y del marxismo?

Efectivamente, dedico toda la primera parte del libro a intentar explicarlo. De nuevo, intento resumir. El valor es una relación social de producción que cobra cuerpo en las mercancías, de donde resulta el nexo social elemental del que derivan las formas de ser y de conciencia en la sociedad capitalista.

El valor deviene una forma de riqueza que se media a sí misma y se mide a través del gasto de (tiempo de) trabajo abstracto (un trabajo social, promedio) empleado en la producción de mercancías, y que se expresa como valor de cambio o precio. Si el trabajo concreto de cada quien genera productos para satisfacer necesidades, el trabajo abstracto produce mercancías para aumentar la ganancia de quien lo posee (y no de quien lo ejerce), una vez que aquéllas han pasado por el mercado (es decir, casi nunca esas mercancías están destinadas a quienes las producen).

Más la forma mercancía no alude sólo a los productos humanos destinados al mercado (como en otros modos de producción), sino que estructura toda la producción, distribución, consumo y, en suma, el conjunto de relaciones sociales en el capitalismo.

Como quiera que las mercancías están directamente imbricadas en el valor en vez de vincularse a la riqueza material, lo importante en el capitalismo no es la generación de riqueza en cuanto que productos o bienes satisfactores de necesidades (valores de uso), sino la obtención incesante y ampliada de valor. Pero no tanto, tampoco, en sí mismo, sino como plusvalor (plusvalía), o el valor nuevo que los seres humanos generan con su trabajo y que no les es pagado.

Marx descubrió que al ir sustituyendo trabajo humano («trabajo vivo») por máquinas («trabajo muerto»), la fuente de ganancia, el plusvalor, decae necesariamente. En el libro pretendo mostrar por qué Marx acertó con esta previsión y la importancia sustancial que tiene para explicar las crisis capitalistas, así como su enfermedad crónica, de la que no puede escapar por más que la esquive: la sobreacumulación de capital (cada vez más máquinas en vez de fuerza de trabajo, para decirlo sencillamente). Y lo hago no sólo contra los teóricos clásicos y neoclásicos que la niegan, sino contra algunos «neomarxistas» que también la ponen en cuestión.

La segunda parte de tu libro está dedicada a escuelas neomarxistas que, según afirmas, han borrado de facto la praxis. ¿Por eso hablas de su carácter parcial e impolítico? ¿No es un contrasentido hablar de escuelas de inspiración marxista que han abandonado la praxis política?

Para mí sí. Sin proyección política traducida en programas y/o líneas de acción y de intervención sobre la realidad, no hay marxismo. Podría haber materialismo y podría haber dialéctica, pero no marxismo. De todas formas algunos de los autodenominados neomarxismos reniegan también o del materialismo o de la dialéctica, e incluso a veces de ambos.

¿Y cuál sería tu principal crítica a los neomarxismos que analizas en tu libro?

Muy cercana a la que les dedicara Bensaïd. Han construido (o al menos han intentado presentarnos) un Marx sin comunismo ni revolución, sin organización ni partido, sin programa ni estrategia, un Marx abstracto y «esotérico», desprovisto de cualquier vertiente programática e incapaz de articular ni de movilizar sujetos reales colectivos. Una teoría in-política que bien proclama el apoliticismo (como hace la Nueva Crítica del Valor), bien hace propuestas que a la postre resultan inocuas para el sistema (como el «marxismo abierto», el «autonomista» o la Nueva Lectura de Marx).

No hay en sus elaboraciones análisis de correlación de fuerzas ni de incidencia en ellas, tampoco estudio de fase ni de etapa del capitalismo. Están sustentadas, por lo general, en abstracciones sin traducción empírico-política o, en el mejor de los casos, se detienen en el necesario análisis de ciertos elementos nucleares del capital, pero sin ofrecer jamás una traducción política, sin dar el salto a la praxis.

Por la misma senda que la pregunta anterior: ¿por qué el populismo de izquierdas ha tenido tanto éxito en ocasiones? ¿Por qué, como afirmas, es el basamento de todos los postmarxismos?

Forma parte de la dotación in-política del capitalismo degenerativo actual, que impregna a la izquierda integrada, la izquierda del sistema. Lo explico.

El problema para las diferentes fracciones agenciales del capital fue desde el principio cómo manejar, aun continuando su pugna por el menguante beneficio, la descomposición de la civilización industrial-fosilista, la destrucción de la sociedad y la metamorfosis de las relaciones de clase. El neoliberalismo estuvo planificado desde un principio para reprimir y desactivar políticamente a la sociedad.

En la medida en que, además, hace más tangible la dureza, suciedad y corrupción de la política de clase del capital, provoca crecientemente una generalizada desafección de la política y de «los políticos» (de hecho, con él se consolidaría el divorcio entre la tradición liberal y la democrática). Por eso, en cuanto que fragmentaria, por veces contradictoria e incluso conflictiva y en todo caso incompleta «revolución pasiva» de las élites, el post-neoliberalismo en el que entramos ahonda en la «in-política», y dentro de ella, en la construcción populista de la política (al igual que se sigue sirviendo del postmodernismo en el ámbito académico-cultural).

El primer paso para ello ha consistido en crear una frontera política capaz de agrupar una buena parte de las demandas sociales de un determinado momento en un campo común, y definir al mismo tiempo un enemigo al que se le sitúa al otro lado de esa frontera. En este sentido, una de las estrategias recurrentes de contención del descontento social por parte de las elites reside en lo que Marx llamó la personificación de las relaciones sociales de producción, esto es, la creación de un enemigo concreto que absuelva de la ira popular al propio Sistema. Aquí las posibilidades son abiertas: los banqueros, los políticos corruptos, las transnacionales, la «casta»… Se abren paso así las dicotomías «nosotros» / «ellos»; el «pueblo» / la «casta»; el 99% / el 1%, etc. Es de esa manera que, poco a poco, comienzan a levantarse los cimientos del neopopulismo.

¿Sería un populismo sin pueblo?

Exacto, un populismo sin pueblo. Un siguiente paso, según los propios Laclau y Mouffe, es que una de esas demandas, la que sea más capaz de llenar los «significantes vacíos» en que se traducen las reivindicaciones de unos y otros sectores de la población, aglutine a las restantes (en esto consiste también, aproximadamente, su noción de «hegemonía»).

Para completar el proceso, queda por definir aún el «nosotros», el «pueblo», que no puede estar ya marcado por las construcciones antagonistas del capitalismo industrial. Ahora ya sólo puede ser el resultado de la sobre-determinación hegemónica de una demanda democrática particular que colma o da sentido a un «significante vacío». Mas como quiera que el neoliberalismo no sólo ha deshecho la sociedad, sino que también ha desleído las clases, como sea que decreta el fin de la lucha de la clase trabajadora contra la clase que personifica al capital, hay que buscar una nueva «comunidad» (una vez descartadas las organizaciones políticas de clase) que sea capaz de llevar a cabo las aspiraciones individuales.

El neo-pueblo (como sumatorio de individuos que buscan su asiento en la decadencia sistémica) está pensado para dejar de lado las clases, de hecho, vendrá a sustituirlas. Se posicionará contra las ideas «viejas» de la política y se levantará contra los efectos del mercado y las consecuencias visibles de la redefinición del papel del Estado como impulsor de la rapiña neoliberal contra la sociedad (precarización de los mercados laborales, destrozo de los servicios sociales, aprovechamiento creciente del trabajo no-pago, apropiación de lo público y del común, deriva de fondos públicos a empresas privadas, corrupción raizal y generalizada…).

La guinda de todo ello es la necesidad de un liderazgo fuerte que guíe al neo-pueblo, lo más parecido a un líder bonapartista que articule de manera vertical (estatal) las demandas populares. Entonces, el neopopulismo necesita un vínculo directo de las masas en torno a la figura de un/a líder/esa carismático/a; lo cual permite la sustitución de un programa político estratégico por un rosario de ideas-fuerza o consignas susceptibles de dar vida a una organización de élites pero con predicado interclasista, en realidad poco democrática.

¿Cuáles serían tus principales críticas a lo que llamas feminismo «post»? ¿Incluyes la obra de Silvia Federici en ese feminismo?

Claro, de hecho la pongo de ejemplo. Lo cual no va contra su gran obra teórica en numerosos aspectos. Lo que me preocupa son las propuestas prácticas, el engarce de la teoría con la capacidad de transformación del mundo, esto es, la praxis. Brillan aquí por su ausencia los programas, las estrategias, los análisis (una vez más) de correlación de fuerzas, los pasos a dar inmediatos, mediatos y a largo plazo. De todo ello carece también buena parte del feminismo hoy, el feminismo no marxista.

Lo mismo te pregunto sobre el decrecentismo de orientación socialista. Por ejemplo, ¿no te parecen convincentes los argumentos esgrimidos por uno de sus máximos defensores en España, el muy activo e incansable amigo Jorge Riechmann?

Por supuesto que «decrecer» en ciertos aspectos es del todo necesario, ahora bien, en qué, en razón de qué, con qué objetivos finales, cómo lo hacemos. Gran parte del ecologismo hoy se ha hecho amoroso, buenista, comparte la ingenuidad de pensar que los fundamentos del capitalismo pueden invertirse o revertirse, y que la dictadura de la tasa de ganancia es susceptible de dejar de funcionar para salvar a la Tierra, al tiempo que el capitalismo puede continuar existiendo.

Por eso ya no nos habla tampoco de revolución política y social ni de luchas de clase, nada de suma de masas organizadas con programas políticos altersistémicos, tomas de poder, etc. No, lo que proponen, como digo en el libro siguiendo a Alfredo Apilánez, es una suerte de transición tranquila y serena hacia la «sociedad convivencial». Claro, con esas premisas vemos hacia dónde está yendo hoy de verdad el Sistema.

En cuanto a Jorge, tengo un gran respeto por su trabajo. El problema es que, como tantos otros en su campo, ha ido dejando aparcada la Política para sustituirla por algo parecido a la prédica (y lo digo como crítica fraterna). A veces, escuchando a muchos de estos autores y activistas me da la impresión de estar asistiendo a admoniciones o a sermones desde los púlpitos. Todo parece resumirse en adquirir conciencia, hacer contrición, centrarnos en conseguir «revoluciones personales» y en esperar que los poderes se conviertan al «decrecentismo», como el Imperio romano se convirtió al cristianismo. Y ciertamente que por ese camino al final habrá decrecimiento, pero será en forma de catástrofe.

No creo que Jorge haya ido dejando aparcada la política. Me dejo mil preguntas más en el archivo. ¿Algo más que quieres añadir?

Sí. La grave encrucijada civilizatoria que atravesamos, con sus enormes desafíos ecológico-climáticos, económico-demográficos y sociales, no puede enfrentarse a partir de los principios básicos del modo de producción capitalista (competencia, individualismo, dictadura de la tasa de ganancia, intereses cortoplacistas, expolio de la riqueza social y natural, desigualdad crecientemente abismal, guerra permanente…), sino solamente a través de la cooperación, la mancomunidad y la planificación.

Ninguna de ellas puede darse a escala satisfactoria en un modo de producción basado en la feroz competencia entre intereses privados y en la toma de decisiones por parte de cada capital particular. La cohesión social, imprescindible para aquellos objetivos, tampoco se puede lograr sin nivelación de las partes. Esto es, sin al menos un considerable grado de igualdad social tanto local como mundial.

Tales condiciones sólo tienen alguna posibilidad de alcanzarse a través de un modo de producción en el que los medios de producción y vida estén socializados; donde se pueda planificar, por tanto, a partir del interés común y para el bien común. Quizá, ciertamente, la clásica máxima de «Socialismo o Barbarie» vaya teniendo que ir dejando paso a otra aún más perentoria, la de «Revolución o Extinción».

(*) Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC),

Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/piqueras-los-neomarxistas-han-construido

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