Capitalismo en el Banquillo. Comentario a artículo del Der Spiegel.

Federico Engels (izq) y Carlos Marx (der.)

“¿No tenía razón Karl Marx?”

por Manuel Ossa.

En el primer número del año, la revista alemana Der Spiegel muestra en su portada una fotografía caricaturizada de Karl Marx con la siguiente leyenda: “¿No tenía razón Karl Marx?”, y luego publica un artículo que remece las certezas de muchos de sus lectores. Tres periodistas especializados en economía política recogen en una apasionante narrativa las preguntas y objeciones que desde el último tercio del siglo XX vienen levantando economistas liberales, no marxistas, contra el objetivo declarado del capitalismo: la maximización de la ganancia, junto con otros dogmas hasta hace poco indiscutibles, como la ley del crecimiento sin límites.

En efecto, la forma como se organizan la producción y las ganancias del capital aparece hoy vinculada a un conjunto de fenómenos inquietantes, por decir lo menos, de los que el capitalismo sería la causa. Teles fenómenos son: la  crisis climática,  la contaminación del aire, del agua y de los mares, la miseria y el hambre de la mayor parte de los habitantes de la tierra, la aparición y propagación de pandemias, la repartición desigual y por tanto injusta de las riquezas, y los desórdenes sociales que se derivan de esta falta de equidad.

Grandes corporaciones, como Bosch y Goldman Sachs, y dueños de capital, como Ray Dalio, no pueden dejar de reconocer ahora lo que en los años de Los Límites del Crecimiento del Club de Roma (encargado al MIT y redactado en 1972 por Donella Meadows) podía parecer todavía discutible. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, en su sexto informe confirma la causalidad humana en la generación de estos fenómenos devastadores.

¿Hay alguna posibilidad de desarrollar un capitalismo más justo y sostenible? Los autores del artículo piensan que es imposible que el capitalismo pueda reformarse fundamentalmente, mientras siga siendo capaz de ofrecer bienestar y ganancias a un grupo reducido pero importante de personas. Pero ¿podrá seguir haciéndolo?

Las ganancias del capital las aprovechan apenas al diez por ciento de la población mundial, el desenfreno extractivista agota los recursos del planeta y el arriesgado juego con las finanzas amenaza con derrumbar el castillo de naipes de la globalización.

Las crisis comerciales, energéticas, políticas y sanitarias pandémicas vienen vinculadas unas con otras. El libre mercado ha dejado de ser la solución universal. La democracia corre el riesgo de sucumbir en manos de populistas o de dictadores. Los jóvenes son clarividentes en sus estallidos de protesta en contra de reformas inconsistentes o insuficientes de lo público, desde la educación hasta la salud, el urbanismo y el transporte. También los movimientos feministas apuntan a lo mismo: menos mercado, menos crecimiento, más regulación estatal, más impuestos para quienes ganan más, participación de todos en la gestión de los bienes comunes, como el agua, el transporte, los caminos y los parques, mayor dedicación a mejorar la calidad de vida, por ejemplo, de los ancianos, en suma, una vida mejor para todos, no para unos pocos privilegiados.

El artículo de Der Spiegel recoge las críticas y propuestas alternativas de algunos economistas.

A Glenn Hubbard, experto en finanzas y profesor en la Escuela de Negocios de Columbia le parece “cuestionable que el capitalismo actual posibilite ganancias que traigan bienestar para muchos.” En los USA el multibillonario Ray Dalio —a quien se le atribuye la opinión de que “el capitalismo ha dejado de funcionar para la mayor parte de la humanidad”— propone una amplia “redistribución” de los ingresos, dado que, desde el comienzo del neoliberalismo en los años 80, los ingresos de la mayoría casi no han crecido, mientras que se han triplicado los de los más ricos.

Kohei Saito, un joven profesor de filosofía japonés —35 años— descubre en los escritos de Marx un hasta ahora desconocido interés por las consecuencias ecológicas del capitalismo. Como única salida a la crisis ecológica actual ve él un sistema post capitalista, sin crecimiento y con un bienestar redistribuido. En nombre de toda su generación se pregunta: ”¿Por qué debemos seguir haciendo lo mismo toda la vida: trabajar, ganar dinero, consumir?”. Su libro El capital en el Antropoceno con su propuesta post marxista ha vendido ya medio millón de ejemplares en Japón.

Estas ideas vienen siendo desarrolladas y expuestas también como reflexiones neo antropológicas por varias pensadoras feministas. Así la economista no marxista Mariana Mazzucato imagina un Estado empresario que entregue estímulos a los empresarios particulares para que inviertan en objetivos más amplios que la ganancia, por ejemplo, en una “economía verde” que produzca innovación en dominios como el acero, la química, el cemento, el vidrio. No se trata de una economía planificada, sino de un Estado que cobre impuestos a la industria, por ejemplo por las emisiones de CO2, o que incentive el uso de productos nuevos no contaminantes. Según Mazzucato, el capitalismo actual se queda con millones de sus ganancias estancadas en la recompra de acciones, en vez de invertirlas en crear productos nuevos y sostenibles. Grandes crisis, como la pandemia sanitaria, obligan a que el Estado intervenga apoyando la innovación.

Pero tomar estas medidas drásticas supone que se debilite el mito del crecimiento indefinido en un mundo con recursos limitados. No es verdad que el surgimiento de “nuevas necesidades” haga sentirse siempre  insatisfecho al ser humano. Tim Jackson, profesor de economía en la Universidad de Surrey lo había escrito ya en su libro Prosperidad sin crecimiento: Economía para un planeta finito (2011 y 2017), que por cierto luego de su aparición en Gran Bretaña fuera públicamente desacreditado por quienes dictaban el rumbo y marcaban el ritmo de la política económica. Es cierto que los problemas que traería consigo un frenazo al crecimiento serían grandes y su solución traería consigo, al menos temporalmente, males sociales como el desempleo, difíciles de resolver en el corto plazo. Pero solución difícil no significa solución imposible. De todas maneras, en el mediano plazo mayores problemas darían al traste con las economías locales y con el comercio internacional, si se sigue apuntando ciegamente a un crecimiento indefinido en un planeta con recursos limitados.

El artículo de Der Spiegel que vamos comentando agrega algunos matices sorprendentes a los argumentos duramente económicos de los informes ya citados. Esos  matices vienen de dos mujeres, una de izquierdas y otra de derechas. La primera es Eva von Redecker,  activista alemana y filósofa doctorada en Cambridge;  la otra es Minouche Shafik, baronesa, miembro de la Cámara Alta inglesa y directora de la London School of Economics, formadora fuera de duda de los grandes economistas del capitalismo.

Redecker destaca el vínculo existente entre opresión racista y dominación capitalista y declara que “el capitalismo destroza la vida”. Racismo y dominación tienen una raíz común y a ambas les hace falta lo mismo: en ambas predomina lo masculino, productor de mercancías, y les hace falta falta el toque femenino, origen y sostén de vidas. “En vez de valorizar bienes, podríamos repartírnoslos, cuidar lo que se nos ha confiado, en vez de sometérnoslo”, propone.

Shafik piensa que el Estado no debe actuar como agente que redistribuye a posteriori riquezas mal repartidas, sino tomar la delantera y distribuir de entrada —a cada neonato— los bienes que interesan a todos, como la educación, la prevención sanitaria, el seguro de vejez…

Parece llegado el momento en que al capitalismo no le quede otra salida que cambiar en forma radical…

Recibido por CT:13-02-2023.

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