Chile 50 años: Cordero de dios, pecado de Chile.

Fabiola ve, tú no.

por Javier Agüero Águila*/El Desconcierto. 

Campillai es una palabra diaguita que significa “atardecer”. Y, aunque nunca más pueda ver uno, Fabiola nos hereda múltiples atardeceres en donde el sol se guarda para volver a salir una y otra vez hasta el final. Por eso ella es esperanza de que siempre todo puede volver a iluminarse, aunque crueles corderos patrocinen, desde sus púlpitos sombríos, la verdadera ceguera: la del odio.

Es cierto, Fabiola no puede ver ni un amanecer ni un atardecer… un anochecer. No verá nunca más, como lo hacía antes, a sus hijos y esposo; tampoco la intrépida belleza de un mar, ni la utopía color miel que se trasluce en los horizontes; no volverá a ver las calles que recorrió como voluntaria bombera, ni la población “Cinco pinos” de San Bernardo en la cual trabajó ayudando a los pobres más pobres que ella; sintiendo el margen, abrazando a los despreciados, esos mismos de los que tú no eres capaz ni siquiera de intuir su existencia porque, desde la ciénaga nauseabunda que te invita impúdicamente a distribuir sadismo, no has sabido más que de trucherías, racismo, falsificación y negacionismo.

Tú ves, pero desde tu descalcificada prédica pseudo especialista que no se funda sino en el vapor rugoso de un miserable odio; de tu aporofobia recalcitrante que enjuicia y desprecia al pobre, al indio, a la/el homosexual, a la ciega. Si ver se trata de ver como tú ves, preferiría nunca haber visto nada.

Fabiola no puede ver porque una inmoral noche de noviembre de 2019, mientras esperaba la micro para ir a su trabajo, un carabinero enajenado decidió reventarle los dos globos oculares con una cobarde lacrimógena que la dejó inconsciente y con un traumatismo craneoencefálico, con fracturas de huesos de cara y cráneo lo que, además de dejarla ciega, le hizo perder los sentidos del olfato y el gusto. Y de esto tú haces gárgaras y te regocijas desde la vulgar e inhumana ironía que te ha hecho famosa, parlamentaria, adinerada, y que, por algún furioso metabolismo psíquico derivado en tachadura del otro/a, te inseminó esa furia salvaje y altanería bufa que, estoy seguro, viene de algún secreto lugar del que tú misma te avergüenzas y del que no puedes salir.

Porque ese o aquel trauma te perfora como un millón de estacas al mismo tiempo y la membrana que recubre la orgía de tus arribismos es tan ominosa e indigna, que nada más te queda vengar tus malformaciones inconscientes con aquellas/os que se te aparecen como los infaustos/as que le darán aliento a la ponzoña que alimenta tus ególatras días y tus desoladas noches.

Así acicalas la pobreza de tu existencia, así llenas tus mediocres rebeldías verbales, patéticas y ultronas, al tiempo que le das descanso al cincel despiadado que talla la madera de tu cotidiana hemorragia clasista.

Pero vuelvo. Fabiola ve, de un modo completamente diferente a lo que la tradición nos indica, pero ve. Y ve lo que justamente nosotros/as no podemos ver. En la penumbra de su mirada sellada habita un mundo que solo ella percibe; un mundo que gira, se traslada y rota en otro registro y en otro lugar. Como lo escribía Jacques Derrida en ese hermoso texto que titula El tocar, Jean-Luc Nancy, “hay ojos que ya no ven, y ojos que nunca vieron. ¿Olvidará usted también a los vivientes sin ojos? No por eso viven siempre sin luz”.

No ver empíricamente, no tener la opción de captar las cosas a través de un sistema fisiológico, no significa que Fabiola no tenga luz, que no habite en la luz. Porque, a pesar de la profunda pena que significa una vida a la cual le arrebataron las pupilas, en ella se despeja una zona por donde la dignidad se vuelve, también, política. Que ella sea senadora (la primera no vidente en la historia de Chile y electa con la primera mayoría nacional) la transforma, según yo “lo veo”, en señalética, en puntos cardinales venidos de todas partes, a todo momento y en cualquier tiempo. Fabiola disipa el sendero y no nos despacha al subterráneo oscuro de una vida sin convicciones.

Porque es más fuerte que el viento de la pampa y es hermoso revivir: despertar, amanecer lleno de colores, girasol que amarilla todos los atardeceres y que, a pesar del artero y gelatinoso verbo de las bestias, contiene en su interior un caleidoscopio lleno de solanas al que únicamente ella tiene acceso, y desde el cual funda otro modo de ver las cosas; una visión que no es simultánea a la constatación de lo puramente real, sino que es signo e intensidad de una diferencia, ratificación de la alteridad como constitutiva de un mismo espacio (ese que tú jamás verás ni menos sentirás porque, como escribía Iggy Pop, tienes “el corazón lleno de napalm”).

Fabiola ve, tú no. Y no he querido decir tu nombre porque no merece aparecer al lado del de Fabiola Campillai. Y ahora soy yo el que te tacha, soy yo el que se atribuye el derecho de denunciar la precuela y la secuela de tu crueldad; yo mismo no te nombro porque al sopor vigilante y cogotero de tu perversa lengua no le daré ese privilegio.

Campillai es una palabra diaguita que significa “atardecer”. Y, aunque nunca más pueda ver uno, Fabiola nos hereda múltiples atardeceres en donde el sol se guarda para volver a salir una y otra vez hasta el final. Por eso ella es esperanza de que –siempre– todo puede volver a iluminarse, aunque crueles corderos patrocinen, desde sus púlpitos sombríos, la verdadera ceguera: la del odio.

*Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/opinion/2023/03/26/fabiola-ve-tu-no.html

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