Educación e imperialismo: el modelo universitario empresarial.

Graduados y magnates.

«El modelo empresarial de universidad, se originó en Estados Unidos a fines del siglo XIX».

por Díaz de Guijarro Eduardo/Herramienta.

Cuarto artículo de la serie sobre universidades

En el primer artículo de esta serie (Herramienta Web Nº 39) mostré el pavoroso avance de los grandes capitales sobre las universidades a escala planetaria, tal como se manifestó en la Conferencia Mundial de Educación Superior de la UNESCO en mayo de 2022. En el segundo (Herramienta Web Nº 40) describí los síntomas en ese mismo sentido que se observan en las universidades públicas argentinas. En el tercero (Herramienta Web Nº 41), analicé cómo las universidades privadas argentinas, son financiadas por grandes empresas.

Frecuentemente se atribuye la mercantilización de la enseñanza superior al neoliberalismo, una tendencia económica y política que comenzó en los años 80 en Estados Unidos y Europa y se aplicó con crudeza en la Argentina diez años más tarde.

Sin embargo, mostraremos en este cuarto artículo que dicha tendencia, o sea el modelo empresarial de universidad, se originó en Estados Unidos durante la eclosión de los grandes monopolios imperialistas a fines del siglo XIX. Luego de la Segunda Guerra Mundial, ese modelo de enseñanza e investigación se difundió en Europa. Sólo posteriormente el neoliberalismo lo impuso en el resto del mundo, a partir de los años 80.

El origen peculiar de las universidades norteamericanas

A diferencia de las universidades creadas en Hispanoamérica por la corona española y la Iglesia Católica durante la conquista y colonización, las que se fundaron en el siglo XVII en las colonias inglesas de Norteamérica no dependieron de ningún poder central. Respondían, en cambio, a las comunidades religiosas y comerciales locales, se enseñaban en ellas filosofía y lenguas clásicas y eran financiadas por donantes particulares. Su naturaleza híbrida, con límites difusos entre lo público y lo privado, persistió después de la independencia de los Estados Unidos en 1776 (Roberts et al, 1999).

A mediados del siglo XIX, el sistema comenzó a mostrarse anacrónico. No se correspondía con el acelerado desarrollo capitalista de los estados del Norte de la Unión, mientras en los del Sur, predominantemente agrario, aún subsistían el esclavismo y resabios coloniales. Con el triunfo de los estados del Norte en la Guerra de Secesión en 1865 se inició en Estados Unidos una gran transformación, que incluyó su sistema educativo y poco después lo convirtió en una de las mayores potencias mundiales.

La “Edad Dorada” de los monopolios

La vertiginosa expansión territorial de Estados Unidos hacia el Oeste fue acompañada del desplazamiento y la aniquilación de las poblaciones nativas, el asentamiento rural masivo y la construcción de una gigantesca red ferroviaria. La “fiebre del oro” en California y el descubrimiento del petróleo en el Este generaron una enorme concentración de la riqueza y la aparición de los monopolios en la industria, el transporte, el comercio y las finanzas. Esa época fue llamada “la Edad Dorada”, en alusión a los nuevos magnates, que tuvieron una enorme influencia sobre el poder político, tanto en el partido Republicano como en el Demócrata (Bradley, 1995).

La red ferroviaria del Oeste, enriquecida por el transporte de oro y de ganado, fue monopolizada por Leland Stanford. Cornelius Vanderbilt, apodado “el Comodoro”, y sus hijos, controlaron los trenes que conectaban las grandes ciudades estadounidenses del Este y el Sur de Canadá. Ezra Cornell se enriqueció con la red de telégrafos Western Union, que creció a la par de los ramales ferroviarios; Andrew Carnegie, con la industria del acero y John D. Rockefeller, con la extracción, el refinado y la distribución de petróleo a través de la Standard Oil Company, la mayor petrolera del mundo.

Los bancos jugaron un papel clave a través del capital financiero. En 1891, la casa J. P. Morgan & Co. de Nueva York fundó la General Electric Co y en 1901 la U.S. Steel Corporation. Sus millonarias inversiones convirtieron a Morgan en uno de los hombres más ricos del mundo y uno de los más influyentes en Wall Street.

La concentración de riqueza en manos de los multimillonarios generó, como contrapartida, la pobreza extrema de los trabajadores, que cobraban apenas salarios de subsistencia y vivían en pésimas condiciones de higiene.

El modelo empresarial de universidad

En la segunda mitad del siglo XIX las universidades estadounidenses cambiaron los contenidos de la enseñanza. El desarrollo capitalista obligó a la introducción de diversas ramas de la ingeniería, la economía y la medicina y dejaron de depender de las iglesias protestantes. Hacia el final del siglo, aunque mantuvieron la difusa combinación de intereses públicos con privados, los particulares que aportaban la mayor parte de su financiamiento ya no fueron clérigos que donaban su herencia, como John Harvard, o comerciantes de las colonias, como Elihu Yale. Fueron los grandes magnates enriquecidos en la “Edad Dorada”.

Estos multimillonarios advirtieron que las nuevas industrias y la inversión de sus capitales necesitaban mano de obra calificada y mejoras tecnológicas para aumentar su eficiencia. Se requerían ingenieros y técnicos para las fábricas, las minas y el tendido de vías férreas, contadores y expertos en finanzas para los bancos y para manejar los movimientos del capital, agrónomos para optimizar el rendimiento de la tierra e investigadores para encontrar soluciones a los problemas generados en el enorme abanico de especialidades que se abrían en la nueva época.

Apoyándose en la legislación federal que promovía la educación superior y mediante donaciones millonarias, los empresarios impusieron cambios en muchos colleges, tanto públicos como privados y, en otros casos, directamente fundaron nuevas universidades.

En 1865 Ezra Cornell fundó la Cornell University en Ithaca, estado de Nueva York, con planes de estudio diversificados, abierta a todas las creencias religiosas y a ambos sexos y dotada de becas para estudiantes pobres. El único criterio de selección era la utilidad de los conocimientos impartidos en función de los planes empresarios.

“Cornell reunió, en creativa combinación, una cantidad de ideas dinámicas bajo circunstancias que resultaron ser de una productividad increíble […] Andrew D. White, su primer rector, y Ezra Cornell, quien le dio su nombre, resultaron ser los constructores de la primera universidad norteamericana y, por lo tanto, los agentes de una reforma curricular revolucionaria” (R. Frederick; citado por Rhodes, 2009: 28).

El autor llama a Cornell “primera universidad norteamericana” por tratarse de la primera acorde con la arrolladora conversión de los Estados Unidos en un país dominado por el dios del dinero. La primera de las universidades cuyos objetivos y forma de organización evolucionarían hasta convertirse, cien años después, en dominantes en todo el mundo. Se iniciaba la era del modelo empresarial, un tipo de institución educativa que, como expresa claramente la cita anterior, mejoraba la “productividad” de los negocios.

Cornell fue pronto seguido por otros magnates. En 1873, el “Comodoro” de los ferrocarriles, Cornelius Vanderbilt, donó un millón de dólares a la recientemente creada Universidad Central de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, en el estado de Tennessee, que poco después, lógicamente, pasó a llamarse Universidad Vanderbilt (Vanderbilt University, 2021).

En 1885, el poderoso dueño del Ferrocarril Transcontinental, Leland Stanford, fundó en California la Stanford University, que se transformó con los años en uno de los centros tecnológicos más avanzados del mundo, en Silicon Valley.

En 1900, el “rey del acero” Andrew Carnegie, que tras derrotar una huelga de los trabajadores de su fábrica de Homestead les había rebajado sustancialmente los salarios, fundó en Pittsburg, Pennsylvania, las Escuelas Técnicas Carnegie, que luego de varias transformaciones y fusiones se convirtieron en la actual Carnegie Mellon University.

También quien fue el símbolo de la acumulación de riqueza de la Edad Dorada, John D. Rockefeller, a quien se ve de etiqueta y con galera en la Universidad de Chicago en la foto que encabeza este artículo, destinó una parte de su fortuna a promover las nuevas instituciones de educación superior. En 1892 hizo posible la fundación de la Universidad de Chicago con una donación inicial de seiscientos mil dólares, a la que agregó en años sucesivos otros ochenta millones de dólares (The University of Chicago, 2021).

En “La educación superior norteamericana. Una historia”, Christopher Lucas (2010) describe cómo cambiaron las autoridades de las universidades estadounidenses a fines del siglo XIX: “Ya no existían los amables presidentes de antaño […] Para reemplazar a los clérigos de ayer se encontraban los abogados, ex líderes militares, políticos y hombres de negocios con experiencia o dinero” (Lucas, 2010, p. 287 – 291).

Los cambios en el financiamiento y en los objetivos de la enseñanza superior se combinaron con la influencia del modelo alemán de universidad, que estimulaba la libertad de investigación, una modalidad que resultó fundamental para proveer a las empresas estadounidenses de un conjunto de conocimientos científicos de avanzada.

Pero estos no fueron los únicos cambios. También se modificaron los estilos de gobierno y la organización de las universidades. Al crecer y diversificarse requirieron un mayor presupuesto y un funcionamiento interno más complejo desde el punto de vista burocrático, similar al de las empresas:

“Debido a que la institución de educación superior necesitaba un flujo continuo de fondos para mantenerse, la recaudación de dinero se convirtió en la tarea más urgente del presidente. Hallar posibles donantes y ganárselos ocupaba la mayoría de sus energías […] El desarrollo de las universidades como organizaciones burocráticas fue el resultado del aumento del tamaño, el mayor número de inscripciones y las demandas por nuevos servicios […] El resultado fue una organización jerárquica ya conocida en los negocios, pero nueva para el ámbito universitario” (Lucas, 2010, págs. 291 y 295).

Estas instituciones fueron dirigidas, y lo siguen estando, por Juntas de Gobierno similares a los consejos de administración o “board of trustees” de los conglomerados empresarios o trusts. Desde sus comienzos, en las Juntas se incluyeron académicos, pero el control no lo tenían ellos sino los representantes de los “benefactores”. Estos eran “hombres de negocios, cuyas prioridades y lealtades no siempre se encontraban alineadas con consideraciones académicas o respondían a éstas” (Lucas, 2010: 292).

También existieron en esa época, y siguen existiendo, en Estados Unidos universidades públicas importantes, si bien su número y su peso entre las de mayor prestigio es menor que el de las privadas. Una de las excepciones es la Universidad de California que, a partir de su creación en 1837 creció hasta convertirse en una de las mayores de Estados Unidos en cantidad de estudiantes y también en una de las más prestigiosas, especialmente su sede en Berkeley. Pero estas instituciones también recibieron importantes donaciones de particulares, que influyeron en su orientación curricular y en sus prioridades. En 1899 asumió la presidencia de la Universidad de California en Berkeley Benjamin Ide Wheeler, quien durante sus veinte años de mandato contó con el crucial apoyo económico de Phoebe Apperson Hearst. El esposo de esta “benefactora” era George Hearst, que había acumulado una fortuna con la explotación de minas de oro y de plata en el Oeste norteamericano. El hijo de ambos, William Randolph Hearst, era el mítico dueño de una gigantesca y escandalosa cadena periodística estadounidense, iniciadora de lo que luego se llamaría la “prensa amarilla”. Una de las campañas fraudulentas impulsadas desde sus diarios fue la realizada en 1898 para fomentar las acusaciones contra España en las que se basó el gobierno de Estados Unidos para declararle la guerra, ocupar la isla de Cuba y extender sus negocios en el Caribe[1].

Con la fortuna acumulada por su marido y apoyada por la cadena periodística de su hijo, Phoebe Hearst donó sumas millonarias a la Universidad de California, por lo que fue designada como la primera mujer “regente”, o sea miembro del órgano colegiado de gobierno de dicha universidad (Thompson, 2007).

Las fundaciones

En los primeros años del siglo XX, los “benefactores” del sistema educativo y científico estadounidense dieron un paso más hacia la institucionalización de su influencia en el largo plazo. La creación de fundaciones les permitió formular criterios y planes generales, destinando fondos a proyectos que excedían el marco estricto de las universidades que ellos mismos habían creado.

Debido al extremo federalismo del país y al enorme peso de las instituciones privadas, en algunos casos las normas establecidas por las fundaciones cumplieron el papel orientador que en otros países era fijado por la legislación estatal o por los ministerios de educación nacionales.

“Las organizaciones filantrópicas como la Fundación Carnegie, establecida en 1906, y la Fundación Rockefeller, creada en 1913, comenzaron a cobrar vida propia en el ámbito universitario, con la promesa de donaciones sólo si las universidades cumplían con ciertas condiciones” (Lucas, 2010, pág. 292).

En los años que siguieron a su creación, la Fundación Carnegie estableció normas para evaluar la enseñanza de varias disciplinas clave y estableció programas de ayuda acordes a dichos criterios. En su Boletín N° 4 publicó un informe sobre “La educación médica en Estados Unidos y Canadá” (Flexner, 1910). El estudio consistió en un relevamiento de las escuelas de medicina existentes, estado por estado. Como conclusión, Flexner propuso sin diplomacia ni ambigüedades cuáles deberían cerrarse, cuáles consideraba que funcionaban correctamente y cuáles merecían el apoyo de la Fundación.

En 1914 la Fundación organizó un estudio similar para las carreras de derecho, en 1915 para las escuelas normales, en 1918 para las de ingeniería y en 1920 para las de odontología. Las propuestas para ingeniería transformaban las universidades en una especie de dependencia de las fábricas, en las que se buscaban soluciones para los problemas de la producción. En el mundo de la industria, los problemas no surgen de consideraciones académicas sino de las necesidades empresariales, que incluyen no sólo la mejora de la calidad de los productos sino también el abaratamiento de costos o la búsqueda de métodos de sobreexplotación de la mano de obra.

Mientras tanto, en 1913 los magnates del petróleo, encabezados por el hijo del fundador de la Standard Oil, John D. Rockefeller Junior, crearon también su propia fundación, con un aporte inicial de cien millones de dólares, pronto incrementado con sucesivas sumas millonarias. La Rockefeller Foundation financió a la Johns Hopkins University para la formación de graduados en medicina, cirugía y pediatría. Paralelamente, inició una campaña contra el anquilostoma (hookworm), un parásito intestinal que afectaba al 40% de la población del Sur de Estados Unidos (Rockefeller Archives, 2021) y contra la fiebre amarilla y la malaria, “las peores desventajas para el bienestar y la eficiencia económica de la raza humana” (Rockefeller Foundation, 2021). Un objetivo implícito en estas campañas fue fortalecer la disponibilidad de mano de obra sana para el desarrollo del agro en los estados sureños, en las “repúblicas bananeras” de Centroamérica y en la zona del Canal de Panamá.

En 1915, las actividades de la Fundación se extendieron a 25 centros de investigación en América Latina, Europa, Medio Oriente y Asia. La benéfica consecuencia de mejorar la salud pública se combinó con el objetivo de evitar enfermedades que obstaculizaran la actividad productiva de sus empresas. Ese mismo año quedó evidenciado el método utilizado por la familia Rockefeller para generar su riqueza, cuando la represión de la huelga de los obreros de la Colorado Fuel and Iron Company en 1915, en Ludlow, dejó el terrible saldo de más de 40 muertos.

Durante varias décadas, los centros de investigación y las campañas vinculadas a la salud organizadas y financiadas por la Fundación Rockefeller en todo el mundo “operaron no sólo como filantropía sino también y a la vez como agencia nacional, bilateral, multilateral, internacional y transnacional” (Birn, 2014, pág. 6). Cubrían de ese modo un vacío que solo fue ocupado por un organismo oficial de carácter internacional en 1948 cuando se creó la Organización Mundial de la Salud.

El íntimo vínculo que existió entre las fundaciones filantrópicas de comienzos del siglo XX, las grandes empresas monopólicas, los bancos que controlaban el capital financiero y el mundo académico y científico también puede comprobarse al analizar la composición de sus órganos directivos:

“En sus años tempranos, la Fundación Rockefeller, aunque legalmente separada de la Standard Oil y de las otras empresas de la familia Rockefeller, compartía gerentes y administradores (trustees) que reflejaban los intereses de los “capitanes de la industria”. El primer presidente de la Fundación Rockefeller fue el hijo de John D., John D. Rockefeller Junior, quien en 1917 pasó de la presidencia a la dirección del Consejo de Administración (Board of Trustees) hasta 1940. Entre los miembros de la Junta Internacional de Salud de la Fundación, luego transformada en División, y sus asesores, a su vez se incluían administradores de la Fundación Rockefeller, así como también destacados hombres del mundo de la medicina (como William Welch, primer Decano de la Johns Hopkins School of Medicine y fundador de la Johns Hopkins School of Hygiene and Public Health, financiada por la Fundación; varios Cirujanos Generales de Estados Unidos, etc); de la educación (incluyendo los presidentes de Harvard y de la Universidad de Chicago), y de las finanzas y los bancos (entre otros, el presidente del Chase National Bank)” (Birn, 2014, pág. 5).

Conclusiones

El modelo empresarial de universidad, amparado por los gobiernos y financiado por las grandes empresas y las fundaciones, se generalizó a escala mundial a partir de las últimas décadas del siglo XX. Pero se originó cien años antes, en la etapa de la transición entre los siglos XIX y XX en Estados Unidos, la época en que nacían los grandes monopolios y el capital financiero, el momento en que nació el imperialismo. Esa etapa del sistema capitalista aún subsiste y oprime a la humanidad y al planeta. Estas formas de educación superior e investigación científica forman parte de ella.

Es indudable que el sistema resultó eficaz para el avance del conocimiento y el desarrollo de las fuerzas productivas, al combinar la formación básica general con la especializada de posgrado y con la libertad de investigación propia del modelo alemán. Del mismo modo, a pesar de sus claras motivaciones económicas, no puede dudarse de que las actividades financiadas por las fundaciones permitieron importantes avances en varias ramas de la ciencia. Sin embargo, el afán desmedido de lucro que impera en los centros del poder económico lleva cada vez más a la utilización irracional de la ciencia y de la tecnología, llegándose al extremo de poner en peligro la vida misma sobre el planeta.

Los primeros cuatro artículos de esta serie muestran un panorama oscuro para las universidades a escala mundial. Sin embargo, el camino que han tomado la educación y el uso de la ciencia en manos de la irracionalidad capitalista no es único ni irreversible. En el quinto artículo de la serie analizaremos ejemplos históricos en los que se ensayaron, con éxito en algunos casos y frustrados en otras, modelos educativos dirigidos a utilizar la enorme potencialidad de la ciencia y del ingenio humano para defender la vida y para procurar un futuro mejor para la humanidad.

Referencias

Birn, Anne-Emanuelle (2014): «Philanthrocapitalism, past and present: The Rockefeller Foundation, the Gates Foundation, and the setting(s) of the international/ global health agenda». Hypothesis 2014 12(1): e8, doi:10.5779/hypothesis. v12i1.229.

Bradley. Harold Whitman (1995): «The transformation of American society, 1865 – 1900»; The New Enciclopaedia Britannica, vol. 19, pág. 240.

Flexner, Abraham (1910): «Medical Education in the United States and Canada», Bulletin Number Four, Carnegie Foundation for the Advancement of Teaching, New York.

Lucas, Christopher J. (2010): La educación superior norteamericana; Universidad de Palermo, Buenos Aires.

Rhodes, Frank H. T. (2009): La creación del futuro. La función de la universidad norteamericana; Universidad de Palermo, Buenos Aires.

Roberts, John, Rodríguez Cruz, Águeda M. y Herbst, Jurgen (1999): «Exportando modelos», en: Hilde de Ridder Symoens (Ed.), Historia de la universidad en Europa, vol. 2, Las universidades en la Europa moderna temprana (1500 – 1800), Bilbao, Universidad del País Vasco.

Rockefeller Archives (2021): Eradicating Hookworm; recuperado el 2 de junio de 2021 de https://rockfound.rockarch.org/eradicating-hookworm

Rockefeller Foundation (2021): Our History; recuperado el 2 de junio de 2021 de https://www.rockefellerfoundation.org/about-us/our-history/

The University of Chicago (2021): The University of Chicago: The Early Years, recuperado el 29/5/2021 de  https://www.uchicago.edu/about/history/

Thompson, Daniella (2007): «Architectural patron Phoebe Apperson Hearst lived here»; BAHA, East Bay, then and now, recuperado el 6 de junio de 2021 de http://berkeleyheritage.com/eastbay_then-now/hearst-reed.html

Vanderbilt University (2021): History of Vanderbilt University, recuperado el 29/5/2021 de https://www.vanderbilt.edu/about/history/

Notas:

[1] La historia de William Randolph Hearst inspiró el argumento de la película Citizen Kane (El ciudadano) de Orson Welles.

Fuente: https://www.herramienta.com.ar/educacion-e-imperialismo-el-modelo-universitario-empresarial

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