Apuntes críticos al relato de la Tecnosociedad de Yuval Harari.
por Lucas Aguilera (*)/CLAE.
Hace apenas un mes, Elon Musk, fundador de empresas como Tesla y SpaceX, segundo en el ranking de la “lista mundial de multimillonarios de Forbes”, firmaba junto a Sam Altman, director de OpenAI, Steve Wozniak, cofundador de Apple, y otras personalidades de la industria tecnológica, una carta abierta en el sitio del Instituto Future of Life. En la misiva, solicitaron pausar “de inmediato, durante al menos 6 meses, el entrenamiento de los sistemas de inteligencia artificial más potentes que GPT-4″, argumentando que la Inteligencia Artificial “podría ser uno de los mayores riesgos para el futuro de la civilización”.
La publicación de esta carta puso en la agenda pública global un debate que se presenta como una preocupación por el futuro de la humanidad, la civilización, y la ética del desarrollo tecnológico actual, en el marco de lo que llaman la cuarta revolución industrial. Sin embargo, lo que hay de fondo es una disputa por el control del tiempo social de producción, pues dicho control permite, a un puñado de empresas financieras y tecnológicas, apropiarse de la riqueza global socialmente producida.
Como muestra de ello, puede observarse cómo a pesar de su aparente inquietud por los potenciales peligros que implicaría el desarrollo de este tipo de tecnología, Musk, además de haber sido cofundador de OpenAI (empresa de la que se retiró en 2018), creó, dos semanas antes de firmar la carta a la que hicimos alusión, TruthGPT, una empresa dedicada, justamente, al desarrollo de inteligencia artificial. Paradójicamente, el mismo empresario la definió como “una inteligencia artificial que busque la verdad máxima e intente comprender la naturaleza del universo, […] una IA que se preocupe por entender el universo, es poco probable que aniquile a los humanos porque somos una parte interesante del universo”.
Estas inversiones también pueden encontrarse en otros gigantes tecnológicos, como Microsoft, que desde 2019 mantiene una asociación con OpenAI, la empresa que lanzó la ya famosa plataforma Chat GPT, a partir de la cual se avivó el debate por el desarrollo de la inteligencia artificial. Bill Gates, fundador de este gigante, parece haber sido un poco más escéptico acerca de las preocupaciones que se plantearon en la carta abierta a la que hacemos alusión: “No creo que pedirle a un grupo en particular que haga una pausa resuelva los desafíos. Realmente no entiendo a quién le están diciendo que debería detenerse. Tampoco, si todos los países del mundo estarían de acuerdo en detenerse, y por qué detenerse.”
El detrás de escena de las “buenas intenciones”: La disputa por el control del desarrollo tecnológico
Lo cierto es que los gigantes tecnológicos no pueden detenerse en su carrera por el control de los tiempos sociales de producción, la cual ha establecido una disputa a nivel global hacia dentro de la Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica, la fracción de la burguesía que hoy tiene capacidad para llevar adelante este tipo de innovaciones. Una nueva personificación social que emerge en un escenario de constitución de una nueva fase del sistema capitalista, asentada en los procesos de financiarización-digitalización de los procesos productivos a nivel global.
De esta manera, a pesar de la existencia de numerosos proyectos estratégicos de alcance mundial, en términos generales, el mundo se enmarca en el denominado “G2”, ordenado en las tensiones visibles de los Estados Unidos y la República Popular de China. En este sentido es que en tiempos de post pandemia vemos emerger una nueva dinámica imperialista-tecnológica, que pareciera operar como contradicción principal de las pujas intercapitalistas, entre lo que puede definirse por un lado, como el proyecto Estados Unidos-Amazon (y el modelo GAFAM[1]) y por el otro, China-Huawei (y el modelo BAT[2]), definiciones que sin embargo encierran una profunda, compleja y a veces contradictoria disputa de grandes intereses económicos.
Tomando el caso de las grandes tecnológicas con asiento en China, puede mencionarse que Huawei en el año 2022 invirtió 22 mil millones de dólares en desarrollo de la nube para almacenamiento. Por su parte, Alibaba en el mismo año invirtió 15 mil millones de dólares en su academia DAMO -incluso en áreas de investigación que se enfocan en inteligencia de datos, IoT, interacción hombre-máquina y computación cuántica-, otros 1400 millones de dólares en su sistema de IA para altavoces inteligentes y por último, 600 millones de dólares en SenseTime, una empresa de aprendizaje profundo y visión artificial.
En cuanto a Baidu, invirtió en Centro de Cómputo Inteligente (Aplicaciones como el envío inteligente, la conducción automática y las redes industriales) y en almacenamiento en la nube. Y por último, Bytedance invirtió en IA que crea avatares de forma automática a diferencia de Meta (su contraparte estadounidense), que lo hace de forma manual.
En cuanto a las grandes tecnológicas con asiento en Estados Unidos, según datos conocidos en febrero de 2023, Google invirtió 400 millones de dólares en la startup de inteligencia artificial Anthropic, mientras que Alphabet, empresa matriz de Google, anunció a fines de marzo funciones impulsadas por IA para sus plataformas, además de su propio chatbot de inteligencia artificial, Bard. Por su parte Amazon, anunció que ofrecería acceso a IA en su plataforma (AWS), además de haber establecido acuerdos con empresas de Inteligencia Artificial como Staility AI y Hugging Face Inc., que desarrolla un sistema rival de ChatGPT.
En lo que respecta a Meta, su CEO, Mark Zuckerberg, anunció que la compañía está trabajando para introducir más servicios en sus aplicaciones con inteligencia artificial: “Exploramos experiencias de chat para WhatsApp y Messenger, herramientas de creación de imágenes para Facebook e Instagram, además de funciones de video”. Finalmente, a finales de marzo, Apple adquirió una empresa de IA, conocida como WaveOne y a finales de abril, Tim Cook, CEO de la compañía, declaró que la misma se comprometía a invertir US$430.000 millones en Estados Unidos para la producción de semiconductores y microprocesadores y el desarrollo de tecnologías para el 5G e Inteligencia Artificial.
Como resulta evidente al analizar sus inversiones, los gigantes tecnológicos no se han detenido un segundo en el desarrollo de la Inteligencia Artificial, pero su falsa filantropía no termina allí. A finales del año pasado y comienzo de este, tanto Microsoft, Google, Meta, Amazon y Twitter (propiedad de Elon Musk) anunciaron despidos en sus equipos dedicados a analizar aspectos éticos sobre el desarrollo de Inteligencia Artificial (IA), los cuales se suman a los miles de empleados que se vieron destituidos de sus funciones en estas empresas en los últimos meses.
Lo que se pone en evidencia entonces es que, paradójicamente, muchos de los que mostraron su preocupación filantrópica firmando la carta mediante la que pedían la pausa en el desarrollo de las tecnologías de IA, son los mismos que siguen invirtiendo millones de dólares en dicho desarrollo. ¿Cuál es entonces la verdadera preocupación? Como ya dijimos, su interés pasa por quién lidere y controle los avances en materia de ciencia y tecnología.
Además de los CEOS que conducen las empresas tecnológicas, aparecen como firmantes algunos intelectuales que se presentan como los defensores de los destinos de la humanidad. Cuadros orgánicos de las élites dirigentes que construyen los fundamentos ideológicos de la sociedad que está en pleno desarrollo. Uno de ellos, el preferido de Davos, es Yuval Harari, intelectual israelí, ampliamente difundido en todo el mundo.
No sólo son el problema, también son la solución
El tan mentado historiador israelí, Yuval Harari, en su último libro “Homo Deus”, y en diferentes entrevistas, realiza sentencias sobre el desarrollo inalterable de la IA, a la cual le atribuye capacidades de “crear regímenes mucho más totalitarios que cualquier otro que hayamos visto en la historia de la humanidad”. Ante la implacabilidad del devenir de este mundo de IA, recurre a las subjetividades de esa “pequeña élite en un status super humano” creada por la desorganización tecnológica y las expectativas de un futuro no desigual.
Harari, en sus intervenciones, presenta una historización de la evolución de la humanidad como “gracia divina” del devenir de la tecnología en sus ‘’avances inevitables’’ donde el humano es quien la utiliza, ocultando el origen mismo de la potencia creadora de la fuerza de trabajo. El autor sostiene que la cooperación, la creación y la imaginación son la esencia del humano, y que, como resultado de este proceso “evolutivo” en la actualidad, la misma podría ser ‘’robada’’ por la tecnología. De esta manera, según este intelectual orgánico al capital, el foco sigue siendo lo material inorgánico sobre el humano.
Lo que Harari oculta, es que la ciencia y la tecnología son productos del trabajo, que bajo el dominio del sistema capitalista, se vuelven contra el hombre para explotar sus habilidades y potencias. El peligro entonces, si es que pretendemos hablar de posibles riesgos para la humanidad, no se encuentra en el desarrollo de estas tecnologías en sí, sino en el hecho de que las mismas son implementadas por un sector extremadamente reducido de la sociedad para explotar a las grandes masas trabajadoras. La Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica oculta, en su praxis, su objetivo principal: concentrar las riquezas, subsumiendo al humano a ser la cosa perpetua, un “no-ser” eterno.
Pero nuestro autor no se detiene allí, en su futurología predica que “una vez que los esfuerzos científicos se vean coronados por el éxito, desencadenarán agrios conflictos políticos” y se dará paso a la lucha real que nos espera: “la lucha por la eterna juventud.” (p. 41) Un panorama que en sus palabras nos permitiría evolucionar desde nuestro estado actual de Homo Sapiens a Homo Deus, y de esta manera “ascender a los humanos a Dioses” (p. 32, 2016).
Un futuro reservado para algunos, lógicamente, ya que al mismo tiempo este Nostradamus contemporáneo pronostica que “millones de humanos en los países en vías de desarrollo y en los barrios más sórdidos seguirán teniendo que lidiar con la pobreza, la enfermedad y la violencia” (pág. 71), es decir, mientras que las mayorías serán arrojadas a condiciones de extrema pobreza y conformarán lo que este autor denomina como “clase inútil”, otros (muy pocos a nuestro parecer) estarán claramente ocupados en su búsqueda por el manantial de la juventud.
Al mismo tiempo, nuestro oráculo tecnocrático aconseja que en un futuro no tan lejano la felicidad no será encontrada ni en el plano político, ni económico, ni social: “Olvidemos el crecimiento económico, las reformas sociales y las revoluciones políticas: para aumentar los niveles mundiales de felicidad necesitamos manipular la bioquímica humana” (p. 52). Lo que no explica -o al menos no se infiere fácilmente-, es cuál es el concepto de felicidad que refiere, sugiriendo que la medicalización es uno de los posibles caminos para una felicidad mundial, afirmación que haría ruborizar al propio Aldous Huxley y su novela “Un Mundo Feliz”
. Lo que, nuevamente, nuestro autor no dice, es que el debate sobre el uso de los avances científicos ha formado siempre parte de los procesos colectivos de la humanidad, sin embargo, los mismos han sido históricamente apropiados y realizados por los sectores concentrados, por lo que esta presunta «manipulación de la bioquímica’’ por parte de la humanidad, tampoco se aleja de este punto.
De esta forma, el intelectual sostiene que controlando esas ‘’peligrosas tecnologías’’ se evitará que los humanos ‘’sean hackeados, explotados’’, ocultando así sencillamente la condición de explotador del sistema capitalista, tan actual y vigente como la misma tecnología, anulando por completo al humano como sujeto creador y legítimo dueño de los conocimientos ‘’peligrosos’’.
Si bien el intelectual en su relato suplica que tomemos conciencia sobre los progresos de la ciencia en la famosa ‘’guerra contra la muerte’’ diciendo que ‘’la lucha real que nos espera’’ es lisa y llanamente ‘’la lucha por la eterna juventud’’ (p. 41), paralelamente nos lleva al disciplinamiento total, porque una humanidad sin capacidad de reflexión es una humanidad moldeable a los intereses de los poderes concentrados.
Claramente la tecnología no es neutral, y es por ello que la Nueva Aristocracia Financiera Tecnológica está disputando cómo direccionar el uso de las tecnologías pero enfocándose en continuar concentrando aún más. Se necesita una comprensión más profunda de las estructuras sociales y económicas subyacentes que modelan y dirigen el desarrollo tecnológico y científico, y una evaluación crítica de las contradicciones y conflictos entre la tecnología y el capitalismo. Esta es la verdadera guerra que hoy estamos atravesando: ¿Quién se queda con el conocimiento científico y tecnológico?
¿Inteligencia Artificial o Inteligencia de las Mayorías? Sobre la potencia creativa del trabajo
Como ya hemos afirmado[3], la comprensión de los procesos que subyacen a los fenómenos que aparecen en la superficie permite entender sus causas y superar la ingenuidad intelectual. El analista explica la situación actual a partir de la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) en el proceso productivo, como parte de un aparente desarrollo “natural”. Lo que no se explicita es la materialización de dichos avances tecnológicos como capital fijo.
Estos medios de producción, como la inteligencia artificial, el 5G y el internet de las cosas, son producto del saber social extraído de la elaboración de científicos, matemáticos, programadores, y también de las actividades de los miles de millones de usuarios y usuarias. Es decir, de todo aquel sujeto productor que entra en relación con los instrumentos a partir de su pertenencia al cuerpo social.
No parece ser correcto entonces hablar de la emergencia, en palabras de Harari, de una clase inútil, ya que los millones de seres humanos forman parte de un complejo sistema interrelacionado e interconectado de producción nunca antes visto en el devenir de la humanidad.
En el proceso de división del trabajo actual, en la expresión máxima de lo que Marx anunciaba como la constitución del “obrero colectivo” global, es donde los “conocimientos, la inteligencia y la voluntad” particulares quedan totalmente subsumidos a la lógica del capital.
Al concepto de “inteligencia artificial”, fetiche que esconde el proceso donde se subjetiviza el objeto producto del trabajo social, adquiriendo vida propia y una especie de “voluntad” que guía el desarrollo de la ciencia y la tecnología más allá de la acción del ser humano, cabe contraponer el concepto de “inteligencia de las mayorías”, lo que Marx ya planteaba al hablar de intelecto general, como proceso social y mundial de innovación permanente que motoriza las fuerzas productivas, no solo como conocimiento sino como “órganos inmediatos de la práctica social”.
El desarrollo máximo de las fuerzas productivas, abre un momento donde la automatización del proceso productivo está llevando a un mínimo el tiempo de trabajo socialmente necesario y, por otro lado, está anulando la potencia creativa del trabajo. Se desplaza la jornada laboral de su lugar central en la creación de valor y pone en el centro de la tensión y de la disputa al tiempo restante, que Marx define como tiempo disponible.
Tal como lo describe García Linera, en su lectura de los Grundrisse, el tiempo de trabajo directo “potencialmente deja de ser la medida de esa riqueza, pues tiende a mostrarse como un `fundamento miserable´ frente al campo de posibles materias que abre la presencia de la `fuerza productiva general´ o intelecto social general” (2008: 77).
Consciente de este estado de cosas, el capital ha desarrollado los mecanismos para lograr apropiarse de tiempo de trabajo fuera de la jornada laboral tradicionalmente concebida. La socialización de los múltiples dispositivos tecnológicos ha permitido ponerlos a disposición como medios de producción asociados a la acción humana, convirtiendo nuestro tiempo fuera de la jornada en trabajo productivo no remunerado, es decir, plustrabajo.
Pero de lo que se apropia también el capital en este proceso es de la potencia creativa del trabajo social, con posibilidad de desarrollo exponencial gracias a la integración de la creatividad de la humanidad, gracias a la conectividad que permiten las tecnologías en el territorio virtual. Esta potencia creativa transforma el tiempo disponible, en fuerza productiva que, captada por el capitalista, puede ser transformada en valor. El mismo está conectado por una red de redes que, puesta en su totalidad por las fuerzas extrañas del capital y la fuerza creadora del trabajo, generan en potencia, riqueza social.
Por ende, los tiempos restantes de vida, como los dedicados a las necesidades espirituales, creativas, intelectuales, son los que se amplían. Pareciera entonces que el capital logró subsumir este tiempo disponible que, en tanto clases subalternas, lo entendíamos como posibilidad de revolución cultural y posibilidad de liberación de ese no-ser como hombre-cosa en el sistema productivo, al ser como hombre en un mundo humano. Bajo estas condiciones, hoy lo observamos como potencia destructiva, es decir, se volvió negatividad.
Las fuerzas de los medios de producción unifican las dispersiones sociales, imponen una única forma de transformar la materialidad en el tiempo libre, logran generar un marco de conducta y de movimiento también fuera del sistema productivo. La praxis creativa está subsumida. Es praxis de no creatividad, en tanto y en cuanto sea apropiada por el capitalista.
Pero la gran contradicción del sistema consiste en que estos tiempos son tiempos de posibilidad de reflexión-acción, o sea de praxis, que puede ser posibilidad de ruptura con el propio sistema. Son tiempos que en la etapa anterior estaban mediados por actividades sociales (deportivas, culturales, etc), también subsumidos formalmente al capital, pero sin posibilidad de poner nuestra capacidad de trabajo en relación a un medio de producción.
Esa socialización hoy la encontramos en la virtualización, en el mundo de las redes sociales, donde el capital cumple su doble objetivo: la generación de plustrabajo y la dispersión de la clase trabajadora. En la realidad “concreta” (de carne y hueso) se observa una dispersión de una magnitud nunca vista, un momento de individualización (atomización, aislamiento, microsegmentación); el mismo Schwab, fundador del Foro de Davos, plantea que uno de los efectos centrales de la digitalización es el surgimiento de la sociedad “centrada en el yo”, un proceso de individuación, donde la noción de pertenencia a una comunidad se define por valores y proyectos personales, y no ya por el espacio (la comunidad), el trabajo y la familia, como sucedía en el pasado (2017).
Pero el pensador de Davos expresa también en sus afirmaciones la contradicción sistémica, donde el nivel de conectividad actual permite que en un segundo podamos tener la interacción de miles y miles de seres humanos. Plantea que los medios digitales permiten que aquellos que están social o físicamente aislados se conecten con personas afines: “la alta disponibilidad, los bajos costos y los aspectos geográficamente neutrales de los medios digitales permiten una mayor interacción a través de las fronteras sociales, económicas, culturales, religiosas e ideológicas (Schwab, p. 122, 2017). Condiciones objetivas que representan una mayor condición de posibilidad de constitución de la clase trabajadora, ya anunciadas por Marx y por los grandes cuadros marxistas que lo siguieron en el desarrollo lógico de explicación de la realidad.
Salida y oportunidad para las clases subalternas. La necesidad de un Programa
La IA no es un peligro mundial. Queda comprobado que los avances tecnológicos están dando resultados que hace veinte años eran impensados. La Ingeniería Genética, la Robótica y la Inteligencia Artificial son instrumentos creados por la humanidad, por el obrero global, por el tiempo social invertido, ¿pero quién se queda con ese tiempo? ¿Acaso hoy, cualquier persona en el mundo tiene acceso a casas inteligentes, a plataformas saludables, a una alimentación ilimitada? No hace falta que se busque una respuesta evidente. Hoy al trabajo vivo, no le alcanza para vivir. Produce pero no puede consumir. Lo único que crea valor es el trabajo vivo, es el trabajo el que sostiene al mundo.
Está claro que las condiciones objetivas que se presentan para un cambio sistémico no son suficientes. A estas condiciones deben acompañarlas las condiciones subjetivas, la toma de conciencia de la clase y la predisposición a llevar adelante un programa de lucha, hoy necesariamente de escala global. El capital instrumenta todos los medios a su disposición contra esta tendencia, con el fin de seguir subordinando a su enemigo de clase. Por ello debe conformar una infraestructura de dominación, a través de la generación de relatos de la mano de sus intelectuales orgánicos.
Relatos que incluyen el destino fatal de la humanidad, la pérdida absoluta de la capacidad reflexiva y la tecnología como el mal en sí mismo, difundidos e instrumentados para bloquear, para negar la posibilidad de que las grandes mayorías se propongan recuperar lo que constituye el producto de su trabajo, de su potencia creativa como humanidad a lo largo de toda su historia.
La cultura, entendida como las producciones materiales y espirituales de la humanidad, es apropiada y transformada en la cultura de la clase dominante. Proceso por el cual dicha clase obtura la posibilidad de acceder a los millones de seres humanos que son sus propios productores, sus sujetos creadores. Podemos imaginar, como ya planteaba Trotsky (1923), un momento en el que la sociedad se pueda despojar de la preocupación acuciante por el pan cotidiano, donde los y las niñas bien alimentados absorban los elementos de la ciencia y el arte, en el que no haya bocas inútiles (situación profundamente antagónica a la que augura Harari con su concepto de “clase inútil), donde el egoísmo liberado del hombre y la mujer (potencia formidable) solo tienda al conocimiento y mejora del universo; en esa sociedad, “el dinamismo de la cultura no será comparable a nada de lo que hemos conocido en el pasado”.
Pero, como también afirma Trotsky, sólo será posible tras un período de intensificación de la lucha direccionada por objetivos profundamente revolucionarios. Harari es muy claro al respecto. El intelectual plantea que en estos tiempos de máximo desarrollo, millones de seres humanos, seguirán sufriendo las consecuencias de la pobreza, la guerra y la miseria, aún cuando los esfuerzos de las élites se concentren en encontrar la eterna juventud y poderes divinos. Y ante esto, el mismo Harari plantea que aunque parezca injusto, y sea razonable que haya que encargarse de manera urgente de dichos flagelos, “la historia no funciona así. Quienes viven en palacios siempre han tenido proyectos diferentes de quienes viven en chozas, y es improbable que esto cambie en el siglo XXI” (2016, p. 71).
Un relato fatalista estructurado con el fin de justificar una mirada inmutable de los procesos sociales, un desarrollo “natural” de los destinos de la humanidad, donde siempre existieron explotados y explotadores, ocultando el origen de un sistema que instrumentó la violencia para imponer las relaciones sociales actuales, haciendo correr ríos de sangre siempre que las clases subalternas se rebelaron e instrumentaron su poder, en largos períodos de luchas revolucionarias.
A los augurios de un destino imposible de modificar, a la visión de una “sociedad centrada en el yo”, resulta necesario nuevamente contraponer la construcción de la Comunidad Organizada, que aproveche la libertad potencial que otorga el actual desarrollo tecnológico y la reducción máxima del trabajo socialmente necesario para la producción de las riquezas. Significa construir nuevas relaciones sociales, donde los cuerpos predispuestos a lo colectivo, lo comunitario, establezcan una relación material con la realidad, ya no mediada por la necesidad ajena de ser un cuerpo que produce y consume, sino por la necesidad organizada de ser un cuerpo productor de poder.
Un programa que permita, a través de la lucha, apropiarnos del tiempo que se libera y de los productos de nuestro propio trabajo, que abren también la posibilidad de terminar con los grandes males que aquejan a la humanidad.
Fuentes consultadas:
- Harari, Y. (2016) Homo Deus. Breve Historia del Mañana. Editorial Debate.
- Harari, Y. (2014). De animales a dioses. Breve Historia de la Humanidad. Editorial Debate.
- Schwab, K. (2017) La Cuarta Revolución Industrial. Editorial Debate.
- García Linera, A. (2008). “La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia”. Comp. Pablo Stefanoni. Editorial Prometeo Libros y CLACSO.
- Marx, K. (2007). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858. Siglo XXI Editores. (Trabajo original escrito en 1857-1858 y publicado en 1939)
- Marx, K. (2008). El Capital. Siglo XXI Editores. (Trabajo original publicado en 1867)
- Marx, K. (2009) Libro I, capítulo VI inédito, Resultados del proceso inmediato de producción. Editorial Siglo XXI, México
- Perón, J.D. (1949). La Comunidad Organizada. Biblioteca del Congreso. Disponible en: https://bcn.gob.ar/uploads/Peron-comunidad-organizada.pdf
- Trotsky, L. (1923). Revolución y Cultura. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1923/noviembre/xi_1923.htm
Notas
[1] La sigla GAFAM hace referencia a las empresas tecnológicas Google, Amazon, Facebook-Meta, Apple y Microsoft.
[2] La sigla BAT refiere a Baidú, Alibabá y Tencent.
[3] https://www.nodal.am/2022/07/economicamente-utiles-politicamente-potentes-por-lucas-aguilera/
(*) Magíster en Políticas Públicas y Desarrollo (FLACSO). Analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Fuente: https://estrategia.la/2023/05/02/sobre-el-fetiche-de-la-ia-apuntes-criticos-al-relato-de-la-tecnosociedad-de-yuval-harari/
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