Berlusconi, por siempre un enemigo.
por Redacción Infoaut/ Traducción Pedro Castillo.
Con estas líneas no nos interesa disertar sobre si Berlusconi era un fino estadista o un bufón: para nosotros y nosotras ha sido un enemigo, y como tal hay que reconocerlo.
Silvio Berlusconi murió en la mañana de ayer y se desataron desde el primer momento celebraciones casi ubicuas en el paisaje mediático, brotaron las lágrimas de cocodrilo que se preparaban desde hacía meses, se extendió un luto compartido por gobierno y oposición y se desplegó el más que familiar circo mediático que nos aflige cada vez que se produce una muerte excelsa. No obstante, es verdad que su desaparición es, de alguna forma, un hecho histórico, más que nada por su valor simbólico: la definitiva confirmación del final de una época histórica y política, cuyo ocaso empezó con la crisis financiera de 2008, momento fatal que desencadenaría su decadencia, y que muestra hoy en día sus últimos efectos, al borde de una guerra total.
La biografía política de muchos y muchas militantes está entrelazada, directa o indirectamente, con ese periodo político. El movimiento antiglobalización, las luchas contra las reformas educativas, contra los grandes proyectos inútiles, los nuevos conflictos laborales, así como la confusa y agitada temporada de movilizaciones que se produjo tras la crisis de 2008 identificaron en la figura de Berlusconi a un enemigo a combatir, al mismo tiempo que se intentaba no acabar en el campo del antiberlusconismo pedante.
Un enemigo, porque eso es lo que ha sido y, a pesar de que frente a las miserias del presente pueda echarse de menos incluso a un enemigo como él, no hay que ser indulgentes con la nostalgia de los malos viejos tiempos para enfrentarse con el terrible presente.
De esto queremos hablar, de cómo la fase de transición histórica que va desde la caída del muro de Berlín hasta la crisis de 2008, esos años de fulminante globalización ascendiente, encontraron un intérprete ambiguo y multiforme en nuestro país en un empresario del Milán respetable.
La despolitización de masas
Berlusconi ha sido actor y ejecutor de un proceso que podemos definir como “despolitización de masas”, un fenómeno que se abrió en los años 80 del pasado siglo y que alcanzó su culmen en los 90 y principios de los 2000. Su segunda vida, después de haber sido promotor inmobiliario, esto es, la de dueño de una editorial y, aún más, la de creador de la televisión privada en Italia, tuvo una clara continuidad en ese sentido. La comunicación berlusconiana, en cierta forma anticipadora de paradigmas que en poco tiempo habrían de hacerse hegemónicos, se desarrolló en un caldo de cultivo prolífico, el del reflujo de los movimientos sociales, el compromiso histórico y los feroces años 80. Su propuesta editorial consiguió recuperar en clave contradictoria, hedonista y paternalista al mismo tiempo –además de individualista y familista– algunas de las pulsiones del largo 68, de forma tan eficaz que algunos protagonistas y actores de aquella época encontraron un cómodo puerto en sus periódicos y televisiones.
Quizás una de sus operaciones más perspicaces fue precisamente esa: proponer al italiano medio un camino para hacer realidad aquel famoso “la fantasía al poder”, aun convertido en una suerte de Jauja inexistente y fantástica, como modelo al que aspirar dentro del horizonte único del libre mercado.
Según algunos, debía acabarse en breve la época de las ideologías, y Berlusconi, del que se puede decir de todo pero no que le faltara intuición, entendió que se estaba abriendo una nueva época de la política. La lectura era que una propuesta interclasista basada en el presunto éxito de la globalización, traducida macarrónicamente a la italiana, podía funcionar. La potencialidad de la captura de la reproducción social, la deuda, el compromiso entre trabajo y capital encontraba su contradictoria síntesis en la Italia de las pequeñas y medianas empresas, el hipócrita puritanismo burgués, el familiarismo y la derrota proletaria.
¿Revolución liberal?
Todos los periodistas y televisiones hablan en estas horas de una deseada y “nunca realizada” revolución liberal de Berlusconi, al menos en su primera fase política. A ojos de quienes defienden esta tesis, ese intento debería ennoblecer de alguna forma al hombre político, proponiéndolo como candidato a padre putativo “a izquierda y derecha” de quienes desean llevar a cabo esa “revolución” hoy en día.
Esa hagiografía no solo no se corresponde con la realidad —basta con echar la vista hacia los treinta años de berlusconismo—, sino que ni siquiera incluye sus auténticas intuiciones, si así podemos definirlas. Probablemente, Berlusconi aspiraba idealmente a legitimar su proyecto dentro de ese marco, pero más allá del fin del sistema de partidos —condición que permitió su “entrada en campo”, pero que fue fruto de Manos Limpias y no de su llegada a las instituciones—, la política de Berlusconi, mucho más pragmáticamente, proponía un nuevo compromiso social con dos puntos de apoyo: la clase media generada por la prosperidad de la década anterior (formada por pequeños empresarios, comerciantes, trabajadores autónomos y pequeñoburgueses varios) y una parte de la clase obrera integrada que estaba saliendo, de diferentes formas, de la fábrica.
Un compromiso atípico que fue posible gracias al encuentro entre la globalización ascendiente de la época y la geografía histórica y social de Italia, pero que habría de durar relativamente poco, precisamente porque era hijo de una transición.
En realidad, ha sido sobre todo el centroizquierda el que ha intentado, en sus breves periodos de gobierno, imponer experimentos de reestructuración en sentido neoliberal del Estado y la economía, entre liberalización y precarización del trabajo. No es que Berlusconi fuese un conservador, ni mucho menos que odiase el capitalismo desenfrenado, simplemente se daba cuenta de que la posición particular de Italia en la cadena de valor internacional en aquel momento mantenía en pie su idea de compromiso social, y que un desplazamiento de esa posición habría implicado también su final político.
Este es el contexto en el que hay que enmarcar su apertura hacia la derecha y la Liga Norte: puro pragmatismo, que lo llevó en parte a tener posturas recalcitrantes respecto a los dictados de la Unión Europea. Pero se trataba de una ilusión, determinada por una fase transitoria, y esa ilusión de poder mantener en pie su idea de compromiso social mientras la manta se hacía cada vez más corta, con fuerzas cada vez más intimidatorias enfrente, fue lo que lo llevó a la derrota. El año 2008 representó el punto de ruptura.
Si algo consumadamente liberal llevado a cabo por Berlusconi va a quedar para la posteridad será su batalla personal contra una magistratura que, a todos los efectos y mucho antes de su ascenso al poder, se había convertido en sujeto político, a menudo persiguiendo intereses propios.
Como contrapunto a esa batalla, resulta superfluo recordar sus comportamientos de caudillo, el “edicto búlgaro” [“invitación” pública a los dirigentes de la RAI que provocó en 2002 la destitución de dos presentadores y un cómico críticos con su gobierno, N. del T.], así como sus infinitas complicidades con las formas más parasitarias del capitalismo italiano, todos ellos elementos que en estas horas los comentadores televisivos se olvidan y se olvidarán de mencionar.
La política exterior
De este cuadro emerge la figura de un oportunista con no poca intuición y una visión, a su manera estratégica, que entra en crisis cuando se produce un cambio de época.
También en el ámbito de la política exterior su postura ha sido siempre evidente. Desde un cierto punto de vista, desde el gobierno intentó conservar la posición que Italia tenía antes de la caída del muro de Berlín, esto es, la de un fiel miembro de la OTAN que, no obstante, podía permitirse alguna que otra trastada en el Mediterráneo, en pos de sus propios intereses.
Berlusconi intentó también ser un intérprete de los tiempos, de la globalización sin fronteras portadora de una presunta paz perpetua (al menos entre blancos occidentales), en la que el fin de las ideologías habría llevado a todos —a todos todos— a hacer negocios de forma conjunta. El encuentro en la base aérea de Pratica di Mare con Bush y Putin en 2002, repetidamente recordado en estas horas, iba en esa dirección. No obstante, su gobierno nunca se echó atrás cuando se trató de tomar su parte del botín en Afganistán e Iraq. Por no hablar del G8 de Génova, la escuela Díaz, Carlo Giuliani y las consecuencias internacionales que aquellos días tuvieron para los movimientos sociales.
También en este caso, el progresivo desmoronamiento de la ilusión berlusconiana se manifestó de forma definitiva tras la caída de su último gobierno con la intervención militar internacional en Libia en 2011.
Probablemente, además de las simpatías humanas con Putin, sus senescentes balbuceos sobre la guerra en Ucrania, en ocasiones no poco lúcidos, han sido también fruto de una conciencia desarrollada desde hacía tiempo de que la servidumbre total a los intereses de EE UU y la cada vez menor autonomía política italiana y europea estaban y están destinadas, incluso desde un cierto punto de vista burgués, a llevarnos hacia el desastre social y económico, sino hacia algo aún peor.
Por tanto, qué más decir, sino que con estas líneas no nos interesa disertar sobre si Berlusconi era un fino estadista o un bufón: para nosotros y nosotras ha sido un enemigo, y como tal hay que reconocerlo. Su ascensión y caída han seguido una parábola muy precisa, y ambos procesos han colocado las premisas del presente. Si hoy nos encontramos con el gobierno más a la derecha de la historia republicana, completamente alineado con la OTAN en la dirección de una guerra global, es también gracias a la consumación de su victoria, que fortaleció la idea de una sociedad sin clases, que ha permitido a los postfascistas encontrar un camino hacia el gobierno; pero gracias también a su derrota, que entregó Italia a una sucesión de gobiernos técnicos y austeridades rapaces.
Por todo esto, para nosotros no deja de ser un enemigo, por siempre un enemigo, un enemigo a pesar de todo.
13 de junio, 2022.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/obituario/berlusconi-siempre-un-enemigo-un-enemigo-pesar-todo
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