Extracto de «La implacable verdad policial»: el libro que revela cómo detectives de la PDI resolvieron los crímenes de la dictadura.
Hubo un detective que persiguió y reveló los más secretos delitos de la DINA, la policía secreta de la dictadura. Ese fue Nelson Jofré (Quilpué, 1958), quien se graduó como detective de la Policía de Investigaciones en 1980 y que, recién entrada la democracia, fue parte de un equipo que investigó los crímenes del régimen cívico militar (1973-1990) .
En agosto de este año, Jofré lanzó el libro La implacable verdad policial (Catalonia, 2023), en el que comparte impactantes revelaciones de los casos que le tocó investigar: el asesinato de Orlando Letelier, el homicidio de Carmelo Soria y los secretos de la indagatoria por la muerte del expresidente Eduardo Frei Montalva. El desarrollo literario del texto y la investigación periodística estuvieron a cargo del periodista Alberto Luengo. El volumen ha sido elogiado por su narración ágil y entretenida, casi como una novela policial, pero que logra mantenerse estrictamente apegada a los hechos acreditados por las investigaciones policiales en las que participó Jofré.
“Este libro es, a la vez, una historia de la brutalidad nacional y también de la grandeza de enfrentarla, descubrirla y revelarla. Si cree que había leído todo sobre esos crímenes, mire de nuevo. Este relato y sus detalles faltaban para entender una parte muy oscura de nuestra historia reciente”, dijo sobre el texto el periodista Fernando Paulsen.
En esa misma línea, Mónica González -Premio Nacional de Periodismo 2019 y fundadora de CIPER- dijo: “¡Atención! Puede que al leer estas páginas se le ocurra que está ante una novela policial o de terror. No se equivoque. Está recorriendo páginas inéditas de nuestra historia, escritas por un policía como pocos”.
Antes de entrevistarlo la semana pasada para El Mostrador, la periodista Mirna Schindler, quien conoció a Jofré siendo reportera del programa Informe Especial, dijo: “Es el libro de un gran investigador policial, un aporte indiscutido a una serie de causas de investigaciones judiciales”.
A continuación, CIPER presenta a sus lectores un extracto del capítulo Las enfermeras fantasmas, que da cuenta de uno de los cabos sueltos más interesantes del caso Frei Montalva: dos mujeres que atendieron al expresidente en los mismos días en que entró en una crisis de salud irreversible, cuyas identidades hasta hoy se desconocen y de las que nunca más se supo su rastro.
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Tras las primeras entrevistas al personal de la clínica en la época, especialmente a quienes tuvieron relación con Frei como enfermeras o auxiliares de enfermería, surgió un hecho altamente sospechoso. Entre el 4 y el 8 de diciembre de 1981, en los días en que el paciente fue internado y operado por segunda vez, diversos relatos hablaban de la presencia de una o dos enfermeras desconocidas que permanecían supuestamente cuidando a Frei.
En aquel tiempo, en la Clínica Santa María existía la costumbre de que ciertos pacientes pudieran ingresar con una enfermera particular para su cuidado exclusivo. Normalmente lo solicitaba la familia o el médico tratante, y la dirección de la clínica lo autorizaba, previa revisión de antecedentes. Por esa razón, todas las personas que vieron a estas enfermeras supusieron que habían venido acompañando a Frei, ya que aparecieron junto con él cuando fue reingresado por el doctor Patricio Silva.
Varias enfermeras comentaron entre sí este hecho, y una de ellas recordó que una hermana del doctor Juan Luis González, amigo de Frei, tenía un servicio de enfermeras universitarias. “Pensamos que a través del Dr. González se le pudo haber ofrecido este servicio a la familia de don Eduardo Frei”, nos dijo la enfermera jefa del piso 4 de la clínica, María Victoria Larraechea Bolívar, quien era hermana de Marta, la esposa de Eduardo Frei hijo.
Sin embargo, ni el doctor Patricio Silva ni la familia recordaron haber contratado una enfermera para Frei. “Cuando se fue a pensionado al cuarto piso, en la habitación Nº 401, quedó una enfermera universitaria, familiar de la familia Frei, María Victoria de Larraechea. No tengo noción de que haya quedado con alguna enfermera externa a la clínica”, dijo el doctor Silva en el interrogatorio. La familia tampoco sabía de ninguna enfermera contratada por ellos y para ellos constituyó un misterio inexplicado la presencia de enfermeras ajenas a la clínica.
El asunto se ponía más grave a medida que avanzábamos en los interrogatorios. Recordé los consejos que me dio el doctor Teke: “Habla con las enfermeras, con las auxiliares de enfermería. Ellas saben todo”. Y así fue: los médicos no tenían idea de estas enfermeras fantasmas, pero ellas sí.
Después de haber sido dado de alta de la primera operación de hernia al hiato, Frei debió volver a internarse en la clínica el 4 de diciembre y fue intervenido de urgencia dos días después. Constituye un misterio por qué resultó con una obstrucción intestinal que le perforó el intestino y le generó una peritonitis después de la primera operación aparentemente exitosa y simple. En esta segunda operación, realizada el 6 de diciembre, se le practicó una incisión abdominal, se le hicieron lavados quirúrgicos y se suturaron los intestinos, pero se dejó abierta la herida externa. Según el doctor Silva, se trataba de una técnica habitual en estos casos que permitía drenar. En palabras de una de las enfermeras que entrevistamos, Alicia Aliaga, “estaba con una laparotomía contenida; es decir, con su abdomen abierto, pero protegido con unas vendas que se llaman tenso platz”.
Tras la operación, el Dr. Silva comunicó a la familia que había sido exitosa y lo trasladaron a su habitación, la 401, en lugar de ser llevado a la UTI de la clínica. ¿Por qué? Silva dice que fue a solicitud de la familia, que quería estar cerca de él, pero las enfermeras que entrevisté 22 años después todavía se mostraban extrañadas de esa decisión inusual.
Nuevamente aquí el médico omitió información. Es prácticamente imposible que un paciente recién intervenido sea llevado a su habitación y no a una sala de cuidados postoperatorios. Un médico no puede acceder simplemente a la solicitud de la familia de un recién operado y trasladarlo a una pieza, más aún con las numerosas irregularidades en el manejo del paciente.
El 8 de diciembre, dos días después de la operación de urgencia supuestamente exitosa, Frei tuvo un shock séptico en la habitación 401 y su estado empeoró dramáticamente. Como consecuencia de ello, Frei fue trasladado a la UTI ubicada en el segundo piso, y el director de la clínica, el doctor Duval, le pidió a la enfermera Victoria Larraechea que se hiciera cargo. “Fui yo quien saqué en forma inmediata a esa enfermera universitaria”, recordó Victoria.
En esa ocasión, además, ocurrió algo digno de una película tragicómica. Así lo recuerda Victoria Larraechea:
Estaban presentes los doctores Alejandro Goic, Zavala, Patricio Silva y Juan Luis González. En esta emergencia hubo resistencia por parte de los médicos de enviarlo a la UTI. No querían asumir la gravedad y me enviaron a buscar el material, que era una caja con accesorios e implementos para ponerle un catéter central. Uno de los médicos —pudo ser el Dr. Patricio Silva— realizó el procedimiento, pero, en la rapidez del procedimiento, cometió un error y al sacarse la chaqueta la puso sobre el material esterilizado. Ahí se dieron cuenta de que estaban trabajando mal, así que se dio la orden de bajarlo del cuarto piso al segundo donde estaba la UTI. El catéter quedo abierto y, al llegar a la UTI, se describe que ha perdido gran cantidad de sangre, lo que incluso el médico dejó consignado en la ficha clínica.
En la ficha quedó constancia de que se hizo una “reposición de un litro de sangre” debido a esa pérdida “inadvertida”.
Cuando le pregunté al Dr. Silva por el hecho, le restó importancia: “Lo supe de oídas, no estuve presente. Se trata de un hecho inusual, pero no grave, no obstante que estaba el paciente frente a un shock séptico y necesitaba no perder volumen de sangre, por lo cual la indicación terapéutica de transfusión fue acertada”.
En nuestra recapitulación policial, la secuencia de hechos resalta de forma nítida: un paciente grave es operado de urgencia por peritonitis y luego es devuelto a su pieza, donde había una enfermera desconocida. Venía con una herida abdominal abierta y así quedó por más de 48 horas, hasta que repentinamente su cuadro se agravó por un shock séptico, que obligó a trasladarlo a la UTI, a realizarle una transfusión de un litro de sangre y a realizarle una segunda operación de urgencia.
La presencia de una o dos enfermeras “fantasmas” junto a Frei se hacía entonces más que sospechosa, ya que abonaba la tesis de la intervención directa de terceros en el deterioro drástico de la salud del paciente. Había que dar con esa enfermera misteriosa, ya que tuvo acceso, tiempo y oportunidad para haberle inoculado algún agente patógeno en esas 48 horas de casi total descuido. Su presencia sustentaba, en cualquier caso, la tesis del daño intencional al sistema inmunológico del paciente, una forma de asesinar sin dejar huellas en el cuerpo, ya que todo el trabajo lo hacen los propios patógenos del cuerpo.
La enfermera universitaria Elena Barquidea era jefa del piso cuatro y estaba de turno cuando Frei llegó el 4 de diciembre y declaró en el interrogatorio que “en el caso del Sr. Frei, aunque yo era la jefa de piso, no tengo noción de que haya estado con enfermera universitaria particular, como tampoco con cuidadora”. Es decir, la presencia de una supuesta enfermera particular para Frei no había sido comunicada a la enfermera jefa del piso y, por tanto, no se había registrado su identidad.
La enfermera jefa de toda la clínica, Mireya del Carmen Figueroa Peña, confirmó en su declaración, tras revisar la ficha de enfermería, la presencia de dos enfermeras desconocidas, pero dijo no recordar quiénes pudieron haber sido, ya que ella no las había entrevistado: “De acuerdo a los registros, se trataría de dos personas, una de día y otra de noche, pero desconozco cómo llegaron. Sus letras no las reconozco, pero las letras y firmas de las demás constancias (consignadas en la ficha de enfermería) las reconozco inmediatamente”.
La auxiliar de enfermería Regina Gudenisla Monsalve fue quien recibió a Frei al final de la tarde del 4 de diciembre, el día en que fue reingresado por la obstrucción intestinal: “Llegó con dolores abdominales, hipertenso, deshidratado, afebril”. En el interrogatorio recordó que “en mi turno de esa noche dejé constancia de que el paciente estaba con enfermera particular, desconozco de quién se trata”.
La auxiliar de enfermería Olga Angélica Ortiz Rojas recuerda que cuando recibió a Frei el 5 de diciembre, al inicio de su turno a las 8 de la mañana, estaba con “esa enfermera personal, desconozco cómo se llamaba y de dónde venía, nadie la conocía”.
El 6 de diciembre, alrededor de las 10:45 AM, antes de ser operado de urgencia por el doctor Silva esa tarde, la auxiliar Olga Ortiz vio cómo esta “enfermera particular” llevaba al paciente a rayos, en el primer piso. Lo que recuerda es insólito: “En el trayecto, al cambiarlo de camilla, se le rompió el guante del contenido gástrico de la sonda nasogástrica. De esto me percaté porque bajé de propia iniciativa a verlo y fue cuando observé lo anterior. Yo creo que ella no se había dado cuenta. En ese mismo instante tuve que cambiarle el citado guante y toda la ropa de cama que había manchado, para lo cual dejé constancia en la hoja de enfermería. Desde el punto de vista clínico no es algo grave, pero sí dejo en claro que fue un descuido inusual en el trabajo propio de una enfermera”.
La misma auxiliar, Olga Ortiz, dice que al día siguiente de la operación pasó a ver al paciente a su habitación, “encontrándome que estaba con otra enfermera particular, por lo cual yo no controlé signos vitales. Ahí me enteré de que había sido recién operado. Las constancias que existen en la hoja de enfermería son de esta enfermera, cuyo nombre desconozco”.
Un registro complementario y muy revelador entregó la auxiliar de enfermería María Elena Zamorano:
El 6 de diciembre a las 12:00 llegué a mi turno y, junto a Olga Ortiz, encontré al Sr. Frei descompensado. Tomé conocimiento que don Eduardo estaba siendo cuidado por una enfermera universitaria externa de la clínica, pero en ese momento, cuando me estaba entregando Olga el turno y estábamos chequeando al paciente, encontramos que estaba solo don Eduardo, sin su enfermera universitaria. Estaba sudoroso, descompensado, la presión baja; nos dijo que se sentía mal y encontramos que el suero estaba fuera de la vía venosa y su cama estaba toda manchada con sangre. Había perdido bastante sangre. (…) Nunca apareció su enfermera universitaria. Según se dijo había ido a almorzar. Nunca supe de quién se trataba, nunca la vi.
La auxiliar de enfermería Flor Sobarzo Lobos recuerda que el 7 de diciembre a las 8 AM recibió el turno y vio al paciente Frei “con enfermera universitaria”. Por la tarde de ese mismo día, a las 8 PM, ingresó de nuevo al turno de noche y constató en la ficha que “el paciente Sr. Frei continúa con enfermera universitaria externa a la clínica”, la que se quedó con él esa noche. Agregó en el interrogatorio que “no eran conocidas y no hay registro de sus nombres en el departamento de enfermería de la clínica”.
El 8 de diciembre, la enfermera Larraechea llegó a su turno a las 8 AM y el doctor Duval, director de la clínica, le pidió que fuera a ver al paciente Frei, ya que la enfermera universitaria que lo estaba cuidando “no era idónea”. Ella declaró: “Ingresé a la pieza N° 401, la que se encontraba a oscuras, con las persianas abajo. Detecto que el paciente estaba con una fuerte diarrea y con escalofríos solemnes. Pregunto qué temperatura tenía y la enfermera no sabía. Quiso preguntarle por citófono a la auxiliar y ahí fue cuando me molesté, tomando a mi cargo el paciente a contar de ese momento”.
Frei había entrado en un shock séptico. En ese momento, según relató el doctor Goic, “se llamó al doctor Sergio Valdés, uno de los pioneros de las Unidades de Cuidados Intensivos con más experiencia en ese momento, quien señaló que lo más probable era que se había provocado una infección en la cavidad abdominal, por lo que decidió que se debía volver a operar”.
El doctor Silva, por su parte, recuerda que tomó al paciente el 8 de diciembre con un shock séptico grave y que se trató por todos los medios de recuperarlo, pero al final fue imposible. “El paciente hizo las complicaciones esperables de un síndrome de shock séptico grave, que evoluciona hacia una falla multiorgánica, y que se sostiene con un soporte médico complejo, recurriendo a toda la tecnología disponible en la época. Por lo mismo debo señalar que la causa de su deceso fue debido a la sepsis abdominal, lo que es de alta mortalidad”.
En otras palabras, tenemos dos enfermeras desconocidas y distintas en el sitio del suceso, que aparentemente se repartían la vigilancia las 24 horas del día, en dos turnos. Una de ellas era lo suficientemente inexperta como para pasar a llevar un recipiente de la sonda nasogástrica. La otra, que estaba a cargo del enfermo recién operado, con una herida abierta en el abdomen, dejó a su paciente con el suero fuera de la vía venosa y con la cama manchada de sangre. El paciente empeoraba mientras ellas estaban a su cargo con las persianas bajadas.
Hay, además, testimonios estremecedores de algunas auxiliares que escucharon los gritos de dolor de Frei en las noches, en las pocas veces en que salía de su sopor.
Hay coincidencia en los relatos respecto a que, una vez que Frei fue trasladado a la UCI, nunca más aparecieron las enfermeras fantasmas. No era necesario: el paciente nunca más se recuperó y cada día que pasaba su estado era peor.
Un antecedente revelador lo entregó Luz del Carmen Valenzuela, auxiliar de enfermería que había trabajado de manera particular en la casa de un hermano del exmandatario, Arturo Frei Montalva, cuidando a la madre de ambos, María Victoria, fallecida en 1972. Cuando el expresidente fue reingresado en la clínica, su hija mayor, Irene, la contactó para que lo cuidara en su postoperatorio cuando volviera a su casa, lo cual nunca ocurrió. En esos días, ella lo fue a ver a su habitación en la clínica. Frei todavía estaba lúcido, por lo que la visita debe haber ocurrido probablemente entre el 4 y 8 de diciembre, ya que después de eso fue trasladado a la UCI y solo salió de allí muerto.
Respecto de esa visita, Luz Valenzuela relató lo siguiente en el interrogatorio policial:
Estaba acompañado de una enfermera o auxiliar de enfermería, a la cual don Eduardo hizo salir, porque deseaba hablar en forma privada conmigo. Fue así que conversé con él. Aún se encontraba lúcido, pero pasaba por momentos de dolor y decaimiento. Me habló textualmente del médico de cabecera, pero no me dio nombre, no le entendí si quería hablar con él o decirme alguna cosa respecto de él, no logré entender. También me habló de que una enfermera ingresaba todas las noches a inyectarle un medicamento, el que le producía mucho dolor. Tampoco pudo darme mayores detalles y tampoco intenté preguntar por más antecedentes, ya que en ese momento nunca pensé que algo malo le podía pasar. Mi impresión fue que lo encontré muy triste, que quería salir de esa clínica, y me pidió que, una vez que saliera, yo lo cuidara, por la confianza que existía de años. Estuve como un cuarto de hora en la habitación y decidí retirarme, ya que estaba muy cansado.
Una y otra vez aparecían estas enfermeras desconocidas. En este testimonio, además, está la voz del propio paciente relatando inoculaciones dolorosas en las noches sin que nadie hubiese dejado estampado en las fichas de enfermería qué producto era el que le inyectaban.
Hubo otras dos enfermeras externas, pero fueron plenamente identificadas y cumplieron un rol conocido. Se trató de dos expertas en el manejo de una máquina de diálisis que fue solicitada al Hospital del Salvador. Una de ellas era además monja, Yolanda Ellies, y la otra era Elena Marisol van Weiszberger. Las dos fueron interrogadas y confirmaron que su labor fue hacer operar la máquina de hemodiálisis extracorpórea marca “Travenol” que prestó el Hospital, ya que la clínica carecía de ese aparato.
Pero las otras dos seguían siendo una incógnita. Con mi equipo nos dedicamos a explorar posibilidades para ubicar a alguna de ellas. Les mostramos a las testigos numerosas fotografías de mujeres que trabajaron para la Dine o para los servicios de inteligencia del régimen en la época, pero ninguna fue reconocida.
Pensamos de inmediato en la unidad de la Dina para la cual la mayor de Carabineros Ingrid Olderock había reclutado a mujeres que trabajaron en los servicios de seguridad. De ese grupo, por ejemplo, habían salido las mujeres que acompañaban a los agentes en sus viajes al exterior, incluyendo a la famosa Liliana Walker del caso Letelier, así como diferentes secretarias de la Dina, una de las cuales se había emparejado posteriormente con el propio Manuel Contreras. Preparamos un set fotográfico y se las mostramos a todas las personas que decían haberlas visto. Pero ninguna pudo identificar sus rostros. Eran verdaderos fantasmas.
En su momento, nadie había sospechado de ellas y nadie había retenido en su memoria sus rostros. Los familiares pensaban que eran de la clínica, y las enfermeras de la clínica creían que las había contratado la familia, algo común en aquellos tiempos. Por eso, a nadie le parecieron sospechosas en ese momento.
Sabíamos, por la investigación del caso del cabo Leyton, que la Dina tenía una clínica para sus agentes, la Clínica London, donde había doctores, enfermeras y auxiliares. En esa clínica, teníamos documentado el asesinato en 1977, con gas sarín, de Manuel Leyton, un cabo del Ejército a quien los militares acusaron de divulgar información acerca de las torturas y asesinatos de opositores ocurridas en el cuartel Simón Bolívar de la Dina. Ese caso lo investigó también el juez Alejandro Madrid y nos tocó como equipo investigador aclararlo en su totalidad.
Por esta razón, teníamos un completo set de fotos de las enfermeras y auxiliares de enfermería que trabajaron ahí. Tampoco hubo resultados. Las enfermeras que estuvieron en la Clínica London eran Isabel Margarita Jarpa y Eliana Carlota Bolumburu. Podría haber sido alguna de ellas, pero sus rostros no fueron reconocidos por las testigos.
Recuerdo que, en las mismas fechas en que investigamos el caso Frei, tuvimos que hacernos cargo de la muerte del cabo Leyton y penetramos a fondo en la estructura de la Clínica London. Una vez resuelto policialmente el caso, en 2005, uno de los implicados, el coronel del Ejército Germán Barriga, se lanzó al vacío desde el piso 18 de un edificio cerca de la Escuela Militar, abrumado por las consecuencias de su participación en la Dina y su inminente condena. “No quiero ser un cacho viviente”, dejó escrito a sus familiares.
En una de mis conversaciones con Michael Townley, me comentó que una vez lo habían llamado de la Brigada Lautaro, desde donde el mayor Germán Barriga estaba solicitando sarín al laboratorio que tenía Berríos en su laboratorio.
También sospechamos de Gladys Calderón, quien trabajó de enfermera en la misma Brigada Lautaro y participó en las clínicas Santa Lucía y London, ambas de la Dina, donde se hizo experta en inocular cianuro a detenidos. Por ello fue conocida como “el ángel del cianuro”. Una de sus víctimas, por la cual fue condenada luego a 20 años de prisión, fue el secretario general del Partido Comunista en la clandestinidad, Víctor Díaz. Cuando en 1977 Manuel Contreras dio la orden de eliminarlo, le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y Gladys le administró una inyección de cianuro. También estuvo directamente involucrada en el asesinato del cabo Leyton, con gas sarín, y fue condenada por ello en 2015. Por esta razón, ella era nuestra principal sospechosa cuando intentamos descubrir la identidad de alguna de esas “enfermeras fantasmas”. Para mí, era la más indicada. Pero tampoco logramos ninguna identificación positiva.
Hasta hoy, el rol e identidad de esas enfermeras fantasmas son un misterio sin resolver.
Fuente: https://www.ciperchile.cl/2023/10/24/extracto-de-la-implacable-verdad-policial-el-libro-que-revela-como-detectives-de-la-pdi-resolvieron-los-crimenes-de-la-dictadura/
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