Mundo movilizado (I): Caracterización y análisis de una época de protestas.

Protestas en París en marzo de 2023.

El movimiento de rechazo.

por Mikkel Bolt Rasmussen 

El siguiente artículo del historiador de arte y teórico político danés Mikkel Bolt Rasmussen fue publicado por primera vez en inglés el 2 de octubre de 2023 en el sitio web de Ill Will.

La última década y media ha sido una época de agitación. Como ha descrito el antropólogo político francés Alain Bertho en su libro Le temps des émeutes, a principios de la década de 2010 se produjo un fuerte aumento del número de protestas1 Las huelgas y manifestaciones tuvieron lugar a lo largo de las décadas de 1980, 1990 y 2000, por supuesto, y los disturbios por alimentos no eran infrecuentes en el Sur Global. Sin embargo, a partir de 2008 se produjo un cambio tanto cuantitativo como cualitativo, con protestas, manifestaciones, ocupaciones, motines y levantamientos mucho más generalizados y en muchos más lugares del mundo. Como escribe Dilip Gaonkar, estas protestas y disturbios se están desplazando hacia el norte, y ahora también se producen en las democracias liberales2

En retrospectiva, podemos señalar las revueltas árabes, la llamada Primavera Árabe ―que estalló en diciembre de 2010 en Túnez y se extendió rápidamente a Egipto y a varios países del norte de África y Oriente Medio en los primeros meses de 2011― como el punto de inflexión decisivo. Estos acontecimientos marcaron la transición de un período caracterizado por la ausencia casi total de disidencia radical a una situación en la que se cuestionaba el orden imperante.3 En particular, las imágenes de El Cairo, donde miles de personas salieron a la calle, ocuparon la plaza Tahrir y exigieron la destitución de Mubarak, abrieron una brecha en el «realismo capitalista» y el discurso de «seguir adelante» de la globalización capitalista tardía.4 Desde El Cairo, las protestas se extendieron al sur de Europa, con manifestantes ocupando plazas en Atenas, Madrid y Barcelona, exigiendo el fin de la austeridad impuesta por los gobiernos nacionales a instancias de la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo. Tales políticas se promulgaron a raíz de la crisis financiera, que rápidamente se convirtió en una crisis económica y social en muchos países del sur de Europa. En el verano de 2011, Londres fue escenario de violentos disturbios, seguidos ese otoño por la ocupación del Parque Zuccotti en Manhattan por parte de Occupy Wall Street. Cuando la primera oleada de protestas se extinguió o fue aplastada, estallaron otras en otros lugares.

Los años transcurridos desde 2011 se han caracterizado por un movimiento de protesta global discontinuo que ha ido y venido por todo el mundo en un patrón staccato de giros y saltos. Las protestas han sido tan generalizadas que tanto en 2011 como en 2019 se proclamó «un nuevo Mayo del 68», y la revista Time eligió al manifestante como «Persona del Año» en 2011.5 Algunos de los episodios más destacados de este nuevo ciclo son las protestas estudiantiles chilenas de 2011-2012; la resistencia brasileña contra el aumento de los precios del transporte de 2013; el movimiento ucraniano Maidan; Nuit debout y los chalecos amarillos en Francia; el movimiento por la democracia en Hong Kong; la Comuna de Sudán; el levantamiento libanés; las protestas contra la policía racista en Estados Unidos, desde Ferguson en 2014 hasta Minneapolis en 2020; la revuelta iraní «Mujeres, vida, libertad» de 2022; y las protestas contra la reforma de las pensiones de Macron en Francia en abril de 2023. Ni siquiera la pandemia de coronavirus y los confinamientos locales pusieron fin al nuevo ciclo de protestas y a la «Bildung clandestina» que viene surgiendo desde hace más de una década.6 La respuesta al asesinato de George Floyd, en el que se produjeron las protestas y motines más generalizados en Estados Unidos desde finales de la década de 1960, lo puso claramente de manifiesto. Se quemó una comisaría y en los barrios ricos, que no suelen ser escenario de protestas, se produjeron saqueos y enfrentamientos entre la policía y los manifestantes.

Durante 2021-2022, pareció que nos encontrábamos brevemente en un intermezzo marcado por el agotamiento pospandémico y el resurgimiento de las luchas interimperialistas, que amenazaban con enterrar el descontento y la desesperación latentes en unos nuevos binarismos de Guerra Fría que dificultaban los actos de disidencia. Pero era sólo cuestión de tiempo que la gente volviera a salir a la calle. A Sri Lanka le siguió Irán, y Francia vuelve a ser escenario de protestas masivas. Dondequiera que miremos, vemos las condiciones socioeconómicas para más disturbios.7 Las guerras culturales fabricadas, a menudo presentadas como conflictos intergeneracionales, son sólo la punta del iceberg. Bajo la superficie se esconde un capitalismo en crisis que parece incapaz de actuar estratégicamente ante la aceleración de la crisis climática y el estancamiento del crecimiento, que en realidad nunca pareció cobrar impulso después de 2008. Los representantes de la burguesía mundial, como el equipo de investigación del Deutsche Bank, han visto las cosas claras y, como Bertho, hablan ahora de «una era de desorden».8 Sin embargo, a pesar de darse cuenta de que hay una crisis, parece extremadamente difícil que la burguesía desarrolle planes reales para una transformación importante de la economía. Como escribe el colectivo neoleninista de Alex Hochuli, George Hoare y Philip Cunliffe en The End of the End of History, las clases dominantes parecen incapaces de unirse en torno a un plan. Hoy en día, el situacionista Gianfranco Sanguinetti no podría escribir un informe, bajo el disfraz de «el Censor», sobre cómo la clase dominante salvará el statu quo capitalista mediante ataques terroristas escenificados y operaciones de falsa bandera.9 En su lugar, Hochuli, Hoare y Cunliffe describen nuestra situación actual como la «crisis nerviosa del neoliberalismo», en la que los multimillonarios de las Big Tech sueñan con viajar al espacio, mientras que a gran parte del establishment político nada le gustaría más que aguantar «cuatro años más», o como mucho una o dos décadas más (Biden en lugar de Trump, etc.).10 Ni siquiera es posible unirse en torno al «capitalismo verde». Pero el genio ha salido de la botella. La crisis económica adopta ahora la forma de inflación, y ninguna de las soluciones normales, como subir o bajar los impuestos o estimular o frenar el consumo, parece funcionar. Más bien parece haber un consenso no articulado de que hay que destruir gran parte del capital existente. Además, cuanto más dura la crisis, mayor es el nivel de inversión en equipamiento militar y de contrainsurgencia.11 Los confinamientos de COVID proporcionaron a los gobiernos de todo el mundo toda una serie de herramientas novedosas con las que monitorear y combatir el descontento, por lo que todo indica que el conflicto se volverá aún más conflictivo — tal es la predicción del Manifiesto conspiracionista.12 La gente está cada vez más dispuesta a recurrir a la violencia, sobre todo en Estados Unidos. Por decirlo sin rodeos: todas las amas de casa de Florida parecen ser ahora una Oath Keeper, y muchos hombres de negocios son Proud Boys. Trump fue un preludio, una figura decorativa. Ahora las fuerzas reales están tomando forma.

Muchos comentaristas han señalado que las protestas de los últimos diez o doce años se han caracterizado por una sorprendente ausencia de reivindicaciones concretas, y rara vez han implicado la elaboración de programas políticos reales. El comunista de izquierdas Jacques Wajnsztejn, de Temps critiques, califica despectivamente el fenómeno de «insurreccionalismo». Tras los disturbios de Londres de 2011, el neomarxista leninista Slavoj Žižek escribió que los sucesos fueron «una actuación ciega», expresión de una deficiencia más generalizada.13 Como dijo Žižek: «la oposición al sistema no puede formularse en términos de una alternativa realista, o al menos de un proyecto utópico coherente, sino que sólo puede tener lugar como un estallido sin sentido».14 Incluso cuando la oposición se expresa mediante un eslogan pesimista y posmoderno de derrota —«es más fácil imaginar el fin del mundo que una alternativa al capitalismo», como dijo Fredric Jameson en su análisis de las grandes transformaciones estructurales que antes había etiquetado de posmodernismo— o incluso cuando Nuit debout, en la plaza de la República de París en la primavera de 2016, rechazaron este mensaje nihilista, lo hicieron en una especie de forma abreviada («Une autre fin du monde est posible», «Otro fin del mundo es posible»), pero sin ninguna visión utópica o política correspondiente.15 No se trata del «otro mundo es posible» del movimiento altermundista, que en sí mismo estaba muy lejos de los muchos lemas socialistas del siglo XX; en su lugar, obtenemos simplemente «otro fin del mundo es posible». Aunque Nuit debout rechazaba el derrotismo posmoderno, no lo hacía al servicio de una visión de otro mundo. No parece haber nada detrás del capitalismo y su crisis, ni tampoco nada que se aproxime en el horizonte. Más bien, lo que ha prevalecido es una crítica resignada y ligeramente sarcástica. Sin duda, el capitalismo estaba (y está) cavando su propia tumba, pero también la nuestra. La actual crisis climática no es más que la expresión más evidente de ese proceso, pero, aunque sólo sea eso, podemos luchar contra el método preferido del capitalismo para acabar con el mundo. Según los ocupantes de la Plaza de la República, la disidencia aún es posible.

El lema de Nuit debout es muy revelador. Aunque las nuevas protestas adoptan formas muy diversas, lo que tienen en común no es tanto una visión compartida de una sociedad diferente como su propio rechazo. Por supuesto, en algunos movimientos, como el estadounidense y el francés, se debaten formas alternativas de sociedad, pero nunca se llega a nada de lo que pueda decirse que constituye un auténtico programa. Los manifestantes simplemente rechazan aceptar la situación.

Tenemos que analizar este rechazo. Las oleadas de levantamientos chocan invariablemente contra muros de ladrillo, pero nuestro lenguaje para entenderlos no nos ayuda a atravesarlos. Nos enfrentamos a un obstáculo lingüístico. En lo que sigue, presentaré una trayectoria teórica e histórica en la que un vocabulario revolucionario heredado de generaciones anteriores retrocede y desaparece gradualmente. Esta trayectoria cuenta la historia de la «victoria» del movimiento obrero, seguida de la desaparición del «obrero» y de una larga crisis económica. Terminaré introduciendo la noción de rechazo tal y como la presentaron Maurice Blanchot y Dionys Mascolo en 1958 cuando se enfrentaron al golpe de Estado de De Gaulle en plena guerra de Argelia. Quizás revisar la noción de rechazo nos permita acercarnos a nuestra situación actual e identificar un nuevo enfoque para las dificultades que experimentamos hoy en día.

1 Alain Bertho, Le temps des émeutes, Bayard, 2009.

2 Dilip Gaonkar, «Demos Noir: Riot after Riot», en Natasha Ginwala, Gal Kirn y Niloufar Tajeri (eds.), Nights of the Dispossessed. Riots Unbound, Columbia University Press, 2021, p. 31.

3 Cf. Beverly J. Silver y Corey R. Payne, «Crises of World Hegemony and the Speeding Up of History», Piotr Dutkiewicz, Tom Casier y Jan Scholte (eds.), Hegemony and World Order, Routledge, 2020, pp. 17-31.

4 Mark Fisher, Capitalist Realism. Is There no Alternative?, Zero Books, 2010.

5 Cf. Robin Wright, «The Story of 2019: Protests in Every Corner of the Globe», en The New Yorker, 30 de diciembre de 2019. En línea aquí.

6 El bordiguista danés Carsten Juhl utiliza la expresión «Bildung (educación) clandestina» para describir las nuevas protestas y la perspectiva revolucionaria latente que se observa en ellas. Puede resultar difícil ver cómo una protesta es reprimida o se extingue antes de que surja la siguiente en un lugar diferente, pero la idea de Juhl es que prácticamente constituyen la aparición de un nuevo proletariado fantasmal. Carsten Juhl, Opstandens underlag, OVO Press, 2021, p. 35. En muchos lugares, los confinamientos sí interrumpieron las revueltas que estaban en marcha, y el régimen antirrebelión que se puso en marcha durante la década de 2000 tras el 11 de septiembre de 2001 se llevó un paso más allá. Sin embargo, la interrupción no duró mucho.

7 Evidentemente, no existe una relación causal directa entre las crisis económicas y las protestas masivas que se convierten en revueltas o revoluciones. En el periodo de entreguerras, toda una generación de marxistas tuvo que aceptar el hecho de que la «política» no gira necesariamente a la izquierda cuando lo hace la «economía». Las protestas no pueden reducirse a hechos «económicos» o «sociológicos» que puedan entenderse como indicadores de causalidad. De hecho, es difícil identificar el «origen» de una protesta. Como explicó Walter Benjamin en Tesis sobre el concepto de historia, las insurrecciones cortocircuitan tanto el pasado como el presente, y suspenden la continuidad histórica. Siguiendo a Benjamin, Adrian Wohlleben describe este proceso como uno en el que las formas de vida «potencialmente políticas» o «antepolíticas» se movilizan y se ponen al servicio de las protestas. Adrian Wohlleben, «Memes sin fin», en Artillería inmanente, 27 de septiembre de 2021. En línea aquí.

8 Deutsche Bank, «The Age of Disorder», 2020, en el sitio web de Deutsche Bank. En línea aquí.

9 Gianfranco Sanguinetti, Informe verídico sobre las últimas oportunidades de salvar el capitalismo en Italia, Melusina, 2016.

10 George Hoare, Philip Cunliffe y Alex Hochuli, The End of the End of History. Politics in the Twenty-First Century, Zero Books, 2021, pp. 73-76.

11 SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), «Trends in World Military Expenditure, SIPRI Fact Sheet, April 2021», 2022. En línea aquí.

12 Anónimo, Conspiracist Manifesto, trad. de Robert Hurley, Semiotexte, 2023, pp. 353-354.

13 Jacques Wajnsztejn y C. Gzavier, La tentation insurrectioniste, Acratie, 2012, p. 7. Despectivamente, porque dentro del comunismo de izquierda, describir algo como un «ismo» es lo mismo que describirlo como un estilo o una ideología.

14 Slavoj Žižek, The Year of Dreaming Dangerously, Verso, 2012, p. 54.

31 de octubre, 2023.

Fuente: https://artilleriainmanente.noblogs.org/

 

 


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