Antes de los Chalecos amarillos está la Argentina del 2001.
Compartimos la segunda parte del texto escrito por historiador de arte y teórico político danés Mikkel Bolt Rasmussen. El primer apartado fue publicado en esta página el día 6 de noviembre ( https://cctt.cl/2023/11/06/mundo-movilizado-i-caracterizacion-y-analisis-de-una-epoca-de-protestas/) y es una suerte de introducción al análisis posterior, que continúa con una revisión de movimientos de protesta específicos, en este caso, los Chalecos Amarillos en Francia precedidos por las movilizaciones en la Argentina del 2001. (Nota Natalia P.)
Chalecos amarillos.
por Mikkel Bolt Rasmussen.
No cabe duda de que las protestas, manifestaciones y levantamientos masivos de la última década han diferido entre sí. Donatella Di Cesare tiene razón al preguntarse si podemos utilizar un único término para estas luchas divergentes.16 Hardt y Negri señalaron en 2013 que «cada una de estas luchas es singular y está orientada hacia condiciones locales específicas», pero también argumentaron que las protestas constituían de hecho un «nuevo ciclo de luchas».17 Di Cesare está de acuerdo. Muchas de las protestas se reconocieron mutuamente a través de fronteras y contextos, con activistas de Occupy mencionando a los manifestantes de Tahrir en El Cairo, y revolucionarios egipcios pidiendo pizzas para los ocupantes del parque en Manhattan. Los revolucionarios sirios apoyaron al movimiento de los Chalecos Amarillos y proclamaron que «nuestra lucha es común. […] No se puede estar a favor de una revolución en Siria y al mismo tiempo del lado de Macron».18 No sólo los manifestantes se referían unos a otros, sino que las protestas también compartían tácticas: el enfoque utilizado en Egipto, que vio la ocupación de plazas y glorietas, se extendió primero a España y Estados Unidos, y luego a Turquía, Ucrania y Francia, entre otros lugares. Más tarde, en 2019, las tácticas de primera línea de Hong Kong empezaron a extenderse a otros lugares.19
Una de las características más llamativas de este nuevo ciclo de protestas ha sido su escasa organización y la ausencia de reivindicaciones. Por supuesto, como señalaron Hardt y Negri, prácticamente todos los levantamientos, manifestaciones y ocupaciones se dirigen contra condiciones locales o nacionales específicas, pero en la gran mayoría de los casos las protestas recientes no han ido acompañadas de reivindicaciones políticas globales. En algunas protestas, esta falta de programa formaba parte de una táctica más elaborada, que englobaba diversas tácticas de reunión interseccional inclusiva. Éste fue el caso, por ejemplo, del movimiento Occupy, que —como sostiene Rodrigo Nunes— tenía una clara «dimensión horizontal». En otros casos, esta falta de programa ha parecido más bien una expresión de desesperación o de aversión directa a la política.20
Un buen ejemplo es el movimiento de los chalecos amarillos. Las ocupaciones de glorietas en Francia comenzaron en noviembre de 2018 como protesta contra el recargo del impuesto sobre el combustible propuesto por el gobierno de Macron, que iba a entrar en vigor en 2019. Sin embargo, los manifestantes nunca presentaron nada de lo que pudiera decirse que constituía una auténtica demanda política que el gobierno de Macron pudiera cumplir. En este sentido, las protestas fueron antipolíticas, entendidas no como una descripción peyorativa, sino como un término para el rechazo de la política dominante. El descontento con el nuevo impuesto se extendió inmediatamente a la frustración por la creciente desigualdad económica y la brecha entre el campo y la ciudad. Había demasiadas reivindicaciones y ningún —o demasiados— líderes o portavoces. Las protestas no adoptaron la forma que suelen adoptar las protestas políticas en Francia, ni fueron mediadas por las organizaciones que tradicionalmente han asumido el papel de representantes de las clases sociales, los grupos políticos y las profesiones. Ninguno de los principales partidos podía afirmar con gran convicción que respondía a las protestas o que podía mediar con veracidad en ellas, aunque tanto Marine Le Pen como Jean-Luc Melenchon intentaron posicionarse como la expresión política legítima de las ocupaciones, es decir, hasta que los manifestantes saquearon las tiendas de los Campos Elíseos y atacaron el Arco del Triunfo. Simplemente, era difícil entender las protestas en el marco del sistema político existente y su vocabulario. Los estudios sociológicos demostraron que muchos participantes no se definían a sí mismos como significativamente políticos, con un número prácticamente igual de votantes de la Agrupación Nacional y de lo que queda de la izquierda política en Francia. Según el sociólogo Laurent Jeanpierre, los chalecos amarillos rompieron el marco de comprensión de los movimientos sociales en Francia al eludir las instituciones que históricamente han mediado y gestionado las protestas políticas.21 Los ocupantes de las glorietas rechazaron no sólo al gobierno de Macron, sino también «las prácticas habituales de movilización social». Rehuyeron el movimiento obrero, ocuparon glorietas en el campo y zonas semiurbanas, y no se privaron de enfrentarse a la policía y saquear comercios. Los políticos y los medios de comunicación se apresuraron a condenar los saqueos y las manifestaciones «salvajes» y no supieron cómo entablar un diálogo con la variopinta multitud de manifestantes. Los manifestantes eran tan heterogéneos que no fue posible que Macron, sus ministros, los políticos locales o las distintas partes del sector público francés entablaran un diálogo político con los chalecos amarillos. Macron acabó retirando la subida de impuestos, pero la gente siguió saliendo a la calle. De este modo, los ocupantes de las glorietas no sólo desafiaron el orden político, sino que constituyeron, en palabras de Jeanpierre, un «antimovimiento».22
En muchos sentidos, los chalecos amarillos ejemplifican el nuevo ciclo de protestas, muchas de las cuales han tenido lugar al margen de las formas y canales tradicionales de protesta, junto a los partidos políticos y los sindicatos o en oposición directa a ellos. Es más revuelta que revolución, escribe Di Cesare;23 más anarquismo que comunismo, según Saul Newman.24 Los manifestantes se han llenado de rabia, desesperación y odio hacia el sistema político establecido. Marcello Tarì describe las numerosas nuevas protestas como «revueltas destituyentes», refiriéndose a la noción benjaminiana de la Entsetzung de la huelga general. Como señala Tarì, los manifestantes no están exigiendo nada al sistema político; al contrario, están retirando su apoyo, cancelando, por así decirlo, su participación en la democracia política, sea cual sea la forma que adopte, desde Túnez a Francia o Chile.25 Como dicen los amigos de Tarì del Comité invisible en su informe sobre la primera oleada de protestas hasta 2014: «Nos quieren obligar a gobernar. No caeremos en esa provocación».26
Los contornos clave de este nuevo ciclo de protestas pueden distinguirse ya a principios de la década de 2000, antes de que se afianzaran realmente a finales de 2010-2011. En diciembre de 2001, cientos de miles de argentinos salieron a las calles para protestar contra los planes de austeridad del gobierno de De la Rúa, golpeando sartenes y cacerolas y gritando: «¡Que se vayan todos! ». La economía argentina estaba en caída libre tras más de una década de privatizaciones corruptas llevadas a cabo por el ministro de Economía del gobierno anterior, Domingo Cavallo, que gozaba de un fuerte respaldo del FMI y, por tanto, podía gobernar sin distinción de partidos. De la Rúa había sido elegido en 1999 con una plataforma de cambio, pero pronto reinstaló al destituido Cavallo, que siguió imponiendo la privatización y la austeridad. El desempleo aumentó y la pobreza se disparó, pero no se produjo ningún cambio de política. A finales de diciembre de 2001 estalló la revuelta. Hubo enfrentamientos violentos, se saquearon supermercados y la policía disparó a seis manifestantes.
El colectivo activista argentino Colectivo Situaciones, que participó en los enfrentamientos de Buenos Aires, describió posteriormente lo ocurrido en diciembre como «un levantamiento destituyente». Los manifestantes no se posicionaron a favor de los políticos de la oposición ni de otras partes del sistema político argentino, y se abstuvieron de exigir una suavización del plan de austeridad del FMI, la posibilidad de retirar el dinero o cualquier otra cosa concreta. En su lugar, exigieron una ruptura con el sistema político-económico en general: »Si hablamos de insurrección, entonces, no lo hacemos de la misma manera en que hemos hablado de otras insurrecciones […]. El movimiento del 19 y 20 [de diciembre] fue más una acción destituyente que un movimiento instituyente clásico», escribe el Colectivo Situaciones.27 Los que salieron a la calle a finales de diciembre en Buenos Aires y otras ciudades de Argentina rechazaron al gobierno y se negaron no sólo a dar su apoyo a otros políticos, sino también a unirse como sujeto político, es decir, como personas que afirman su poder para derrocar el orden existente e instituir uno nuevo.
Un elemento central del análisis del Colectivo Situaciones fue su identificación de un alejamiento de la idea de establecer un contrapoder o poder «dual» en el sentido marxista tradicional. Argumentaban que los manifestantes no intentaban derrocar al gobierno ni hacerse con el poder político. Exigían no sólo la dimisión de De la Rúa (que se produjo pocos días después), sino que todos los representantes políticos renunciaran a sus mandatos. Todo el sistema político tenía que irse. Tal y como lo describe el Colectivo Situaciones, se produjo una subjetivación política paradójica en la que los manifestantes no se convirtieron en «el pueblo» como forma de soberanía política rechazando establecer algo nuevo. «La revuelta fue violenta. No sólo derrocó a un gobierno y se enfrentó durante horas a las fuerzas represivas. Hubo algo más: Derribó las representaciones políticas imperantes sin proponer otras».28 Lo que llamó la atención fue la ausencia de una nueva constitución y de cualquier intento de tomar el poder.
Si las semillas del modelo de insurgencia destituyente se sembraron en Argentina en 2001, fue en 2011 cuando empezaron a florecer. El Colectivo Situaciones escribió con perspicacia sobre las complejidades de describir el levantamiento de 2001, pero su naturaleza no se adaptaba a los conceptos que el Colectivo había adoptado del obrerismo italiano y del antiimperialismo latinoamericano. El mismo reto se repite en el trabajo de muchos comentaristas y analistas que se ocupan de las nuevas revueltas. Un buen ejemplo es el filósofo francés Alain Badiou, quien —en una serie de libros y artículos desde 2011— da testimonio de la gran dificultad de analizar los levantamientos de 2011, las revueltas árabes, los movimientos de ocupación de plazas del sur de Europa y los chalecos amarillos.29 Según Badiou, todos estos movimientos carecen de una idea. Salen a la calle para expresar su descontento, pero, según el veterano maoísta, no producen cambios porque no tienen una idea a la que ser fieles. Son protestas puramente negativas, y eso es un problema. Badiou quiere que los manifestantes desarrollen una estrategia, un nuevo proyecto comunista similar a los de Lenin, Stalin y Mao en su tiempo. Al hacerlo, revela su continuo apoyo a un modelo estatal de felicidad social: los chalecos amarillos y los demás movimientos de protesta carecen de disciplina y dirección, es decir, de organización. Badiou reprende a quienes toman las calles, golpeándoles en la cabeza con nociones heredadas de la práctica revolucionaria. Al hacerlo, paradójicamente acaba aprisionando a los manifestantes en una deficiencia histórica: no son un movimiento revolucionario precisamente porque no tienen una idea (del socialismo y el comunismo) particular (históricamente comprometida).
El pedante análisis de Badiou sobre el nuevo ciclo de protestas es sólo un ejemplo de las dificultades que muchos tienen cuando se enfrentan a las nuevas protestas y a su aparente falta de eslóganes y gestos políticos revolucionarios o reformistas reconocibles. El fallecido Zygmunt Bauman explicaba que los manifestantes «buscan medios nuevos y más eficaces para ganar influencia política, pero […] todavía no se han encontrado esos métodos».30 Con una mezcla de condena y resignación, el historiador del arte inglés y antiguo situacionista T. J. Clark criticó irónicamente a los jóvenes que saquearon tiendas en Londres en 2011: rechazaban el capitalismo mercantil y, al mismo tiempo, lo afirmaban robando tenis y iPhones.31 La conclusión parece ser que los manifestantes están atrapados en un circuito cerrado de imágenes y, como tales, no tienen acceso a una posición crítica desde la que formular una crítica coherente del orden actual. Badiou, Bauman y Clark tienen razón, pero su crítica de los nuevos movimientos tiene un aire condescendiente y tiende a descartar las protestas con un apresurado análisis comparativo de momentos revolucionarios pasados. En su lugar, quizás deberíamos, como el Colectivo Situaciones, hacer hincapié en el elemento de experimentación e intentar describirlo. Hacerlo nos permitiría anclar las nuevas protestas en una trayectoria histórica más larga, en la que un vocabulario anterior desaparece a medida que cambia la economía, pero sin culpar a las nuevas protestas por no continuar o reactivar formas anteriores de protesta. Lo cierto es que las condiciones político-económicas han cambiado, erosionando las premisas de los modelos anteriores que Badiou y Clark añoran. Lo interesante es cómo los nuevos movimientos intentan formular una crítica en una situación de crisis radical y colapso.
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15 Fredric Jameson, The Seeds of Time, Columbia University Press, 1994, p. xii.
16 Donatella Di Cesare, The Time of Revolt, trad. de David Broder, Polity, 2022, p. 8.
17 Michael Hardt y Antonio Negri, Declaration, Argo Navis, 2013, p. 4.
18 Des révolutionnaires syriens et syriennes en exil, «Les peuples veulent la chute des régimes», en Lundi Matin, 14 de diciembre de 2018. En línea aquí.
19 Para un análisis útil de la difusión de las tácticas, véase S. Prasad, «Blood, Flowers and Pool Parties», en Ill Will, 2 de enero de 2023. En línea aquí.
20 Rodrigo Nunes, Neither Vertical nor Horizontal. A Theory of Political Organisation, Verso, 2021.
21 Laurent Jeanpierre, In Girum. Les leçons politiques des ronds-points, La Découverte, 2019, p. 19.
22 Jeanpierre, In girum, p. 19.
23 Di Cesare, The Time of Revolt, p. 10.
24 Saul Newman, Postanarchism, Polity, 2016, p. 49.
25 Marcello Tarì, There is no Unhappy Revolution. The Communism of Destitution, trad. de R. Braude, Common Notions, 2021.
26 The Invisible Committee, To Our Friends, trad. de R. Hurley, Semiotexte, 2014.
27 Colectivo Situaciones, 19 and 20. Notes for a New Social Protagonism, Minor Compositions, 2011, p. 52. Traducción modificada.
28 Colectivo Situaciones, 19 and 20, p. 26.
29 Alain Badiou, The Rebirth of History: Times of Riots and Uprisings, Verso, 2012; Greece and the Re-invention of Politics [2016]; «Lessons of the Yellow Vests Movement» [2021], Verso blog. En línea aquí.
30 Zygmunt Bauman, «Far Away from Solid Modernity: Interview by Eliza Kania», en R/evolutions, vol. 1, núm. 1, 2013, p. 28.
31 T. J. Clark, «Capitalism Without Images», en Kevin Coleman y Daniel James (eds.), Capitalism and the Camera. Essays on Photography and Extraction, Verso, 2021, p. 125.
31 de octubre, 2023.
Fuente: https://artilleriainmanente.noblogs.org/
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