China imperial: No importa el color del régimen, lo que importa es que rinda ganancias» (*).

Xi Jinping y Netanyahu en Beijing.

¿Cómo concilia China su discurso de «apoyo a la autodeterminación» con sus relaciones comerciales y militares con Israel?

China dice mantiene una retórica de apoyo a la autodeterminación de los pueblos, incluida la causa palestina. Sin embargo, su estrechísima relación comercial con Israel y su enfoque pragmático en política exterior plantean serios interrogantes sobre la coherencia de su postura. ¿Es esa equidistancia una estrategia de equilibrio o un mero truco mercantil para engañar a aquellos paisese que, incomprensiblemente, todavía continúan creyendo que en el gobierno de Pekín todavía queda algún rescoldo de socialismo.

Resulta curioso observar cómo un gobierno que se autoproclama «socialista»,- aunque la esencia de ese peculiar socialismo tenga «características estrictamente chinas»-, y cuyos predecesores históricos mostraron genuina simpatía hacia las causas de liberación y autodeterminación de los pueblos, se ve atrapado hoy en una contradicción que raya los límites de lo absurdo.

En declaraciones oficiales, los portavoces gubernamentales  chinos alzan la voz en defensa de los oprimidos reivindicando, por ejemplo, «el derecho del pueblo palestino a combatir» contra lo que describen correctamente comodominación y colonialismo. Sin embargo, al mismo tiempo, la práctica cotidiana de Pekín demuestra una repugnante equidistancia que parece más interesada en preservar sus relaciones comerciales y estratégicas que en tomar partido de forma clara ante lo que acontece en Gaza.

La imagen que pretende proyectar China ante el mundo es la de un defensor de la autodeterminación y de la lucha contra la opresión. En diversos foros internacionales los dirigentes chinos enfatizan incluso el reconocimiento del derecho a la lucha armada en contextos de opresión colonial, diferenciando este tipo de lucha del terrorismo. Este discurso, en apariencia, encaja con un planteamiento correcto de justicia global y solidaridad con los pueblos oprimidos.

Sin embargo, al analizar detenidamente el contexto, se hace evidente que las palabras son tan solo una parte de un entramado que se trata de esconder. Detrás de esa retórica, lo que subyace siempre es una política de intereses que coloca el beneficio económico y la consolidación geopolítica por encima de cualquier otro tipo de compromiso ideológico.

La paradoja queda en evidencia al observar cuáles son las relaciones bilaterales de China. Mientras su apoyo retórico a la causa palestina se presenta en forma de declaraciones en las que se condena elderramamiento de sangre y se exige el cese inmediato del fuego israelí, la realidad muestra también una postura de “no tomar partido” que le permite, sin mayores inconvenientes, dar continuidad a una relación comercial muy lucrativa y estrecha  con el Estado sionista. 

En términos económicos, las cifras son elocuentes: las exportaciones chinas a Palestina son extremadamente modestas y se enmarcan dentro de una estrategia regional. Pero el monto de su comercio con Israel alcanza volúmenes multimillonarios, especialmente en sectores tan estratégicos como son el de la tecnología de punta, los semiconductores y el equipamiento militar.

Este hipócrita doble juego, -la defensa pública de la autodeterminación y, simultáneamente, la adhesión a relaciones comerciales que favorecen a un actor político  que se destaca por la vulneración brutal de los más básicos derechos humanos–, pone en evidencia la contradicción inherente al conjunto de la política exterior china. La imagen de un Estado comprometido con la lucha contra la opresión se diluye cuando se tiene en cuenta que detrás de ese discurso se encuentra una estrategia que prioriza la estabilidad de sus relaciones internacionales y el acceso a mercados y tecnologías que resultan vitales para su crecimiento económico.

Bajo esta lógica, el“no pedir nada cambio« de la política china se vuelve un eslogan que encierra una amarga ironía. Viene a cuento recordar a este respecto, el comentario del presidente ultraliberal argentino Javier Milei, quien, dejando a un lado la retórica contra el país asiático que utilizó durante su campaña electoral, calificó a China como un “socio comercial muy interesante”, precisamente, puntualizó, por«no exigir nada a cambio».

Tal afirmación, lejos de ser un elogio desinteresado, viene a subrayar la falta de compromiso real que se traduce en una neutralidad calculada como la del gobierno chino. Esa estrategia de equidistancia adoptada por Pekín no es fruto de una moderación moral, sino de una determinación consciente destinada a preservar intereses comercialmente expansionistas que, a la larga, garantizarán su proyección en un escenario global cada vez más competitivo.

Los gobernantes chinos evitan emitir juicios categóricos que puedan comprometer relaciones con otros actores internacionales, lo que implica una  suerte deparálisis  cataléptica a la hora de tomar partido. La defensa de los derechos humanos, que en teoría debería ser inquebrantable para un gobierno que, -todavía- continúa enorgulleciéndose de su herencia ideológica revolucionaria, se ve relegada a un segundo plano frente a la necesidad de mantener abiertos canales económicos y tecnológicos.

La contradicción es, por tanto, escandalosamente palpable. Mientras en el discurso se alaba la causa palestina y se subraya el derecho a la lucha contra la opresión, en la práctica se opta por una neutralidad que beneficia a su propia esfera comercial.

Y es que el comercio con Israel, -todo hay que decirlo -, no solo involucra intercambios en sectores estratégicos, sino que también incluye el suministro de tecnología militar –como son los drones de la compañía DaJiang Innovation Technology– que son utilizados sistemáticamente en operaciones de control y represión. Esta realidad incuestionable desvirtúa el discurso que proclama la defensa de los derechos y la autodeterminación, dejando en evidencia que el interés económico y la consolidación geopolítica se anteponen a cualquier pretensión moral.

La estrategia de equidistancia se presenta, en este contexto, como una especie de escudo que le permite a China transitar de puntillas por el complicado terreno de la política internacional sin comprometer demasiado sus relaciones con actores clave. No obstante, esta«neutralidad con peculiaridades chinas» está dejando de pasar desapercibida para  sectores de la opinión internacional. La imagen de un gigante «socialista» que, a pesar de sus orígenes y de su discurso solidario, opta por no comprometerse en situaciones críticas, no puede interpretarse de otra forma que como un vivo reflejo de las contradicciones propias de un sistema en el que el pragmatismo capitalista y el beneficio económico parecen tener siempre la última palabra.

Con este artificio de la equidistancia, el gobierno de Pekín desea presentarse ante el mundo como legítimo heredero del espíritu de emancipación de sus ancestros ideológicos, mientras que en la práctica su modelo económico se rige por las mismas lógicas del mercado que hoy dominan el sistema global.

La China capitalista de nuestros días, pues, utiliza la retórica supuestamente revolucionaria de los padres fundadores de la República como un mero truco mercantil destinado a confundir a aquellos – personas y pueblos-  que incomprensiblemente continúan creyendo que en el gobierno de Pekín todavía queda algún rescoldo de socialismo.

Fuente: https://canarias-semanal.org/art/37400/china-y-la-cuestion-palestina-entre-una-neutral-equidistancia-y-los-intereses-comerciales

(*) Nota del Editor CT:  Den Xiaoping, «Lider Supremo» de China entre 1978 y 1989, responsable de la matanza de la Plaza de Tiananmen de 1989, argumentando  a favor de las Reformas y Apertura al  capitalismo que impulsó para China, pronunció la célebre frase «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato«. Hoy Xi Jinping y la nomeclatura dominante, lo parafrasean cuando se refieren a los diversos régimenes con los que depliegan su geopolitica de la Ruta de la Seda.


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