
EL PENTÁGONO RECLUTA A ELON MUSK PARA GANAR UNA GUERRA NUCLEAR.
por Alab Macleod/Mint Press News.
Donald Trump ha anunciado su intención de construir un gigantesco sistema de misiles anti-balísticos para contrarrestar las armas nucleares chinas y rusas, y está reclutando a Elon Musk para ayudarlo. El Pentágono ha soñado durante mucho tiempo con construir una «cúpula de hierro» estadounidense. Esta tecnología se declara apelando a un lenguaje de defensinfo, es decir, para que Estados Unidos vuelva a ser seguro, pero al igual que su contraparte israelí, funcionaría como un arma ofensiva, dando a los Estados Unidos la capacidad de lanzar ataques nucleares en cualquier parte del mundo sin tener que preocuparse por las consecuencias de una respuesta similar. Este poder podría alterar la frágil paz mantenida en décadas bajo la consigna de la destrucción mutuamente asegurada (MAD, por su sigla en inglés), una doctrina que ha contribuido a la estabilidad global desde la década de 1940.
UNA NUEVA CARRERA ARMAMENTISTA GLOBAL
Los planificadores de guerra de Washington han salivado durante mucho tiempo con la idea de ganar una confrontación nuclear y han buscado la capacidad de hacerlo durante décadas. Algunos creen que han encontrado una solución y un salvador en el multimillonario nacido en Sudáfrica y su tecnología.
El think tank neoconservador Heritage Foundation publicó el año pasado un vídeo en el que afirmaba que Musk podría haber «resuelto la amenaza nuclear procedente de China». Afirmaba que los satélites Starlink de su empresa SpaceX podrían modificarse fácilmente para llevar armas que pudieran derribar cohetes entrantes. Argumentan:
Elon Musk ha demostrado que se pueden poner microsatélites en órbita, por un millón de dólares cada uno. Utilizando esa misma tecnología, podemos poner 1.000 microsatélites en órbita continua alrededor de la Tierra, que pueden rastrear, atacar y derribar, utilizando balas de tungsteno, los misiles lanzados desde Corea del Norte, Irán, Rusia o China».
Aunque la Heritage Foundation aconseja utilizar balas de tungsteno como interceptores, se ha optado por misiles hipersónicos. Con este fin, en 2023 se creó una nueva organización, la Castelion Company. Castelion es una extensión de SpaceX: seis de los siete miembros de su equipo directivo y dos de sus cuatro asesores principales son ex empleados de alto rango de SpaceX. Los otros dos asesores son ex altos funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), entre ellos Mike Griffin, amigo, mentor y socio de Musk desde hace mucho tiempo.

La misión de Castelion, en sus propias palabras, es estar a la vanguardia de una nueva carrera armamentista global. Como la empresa explica:
A pesar que el presupuesto de defensa anual de los Estados Unidos excede la suma de los diez mayores presupuestos nacionales, existe evidencia irrefutable de que los regímenes autoritarios están tomando la iniciativa en tecnologías militares clave como las armas hipersónicas. Y esto, en pocas palabras, no se puede permitir que suceda.”
La compañía ya ha asegurado contratos gigantes con el ejército de los EE. UU. y los informes sugiere que ha hecho avances significativos en sus objetivos en materia de misiles hipersónicos.
GUERRA Y PAZ
El lema de Castelion es “Paz a través de la disuasión”. Pero en realidad, si Estados Unidos logra un avance en la tecnología de misiles hipersónicos, rompería la frágil paz nuclear que ha existido durante más de 70 años y marcaría el comienzo de una nueva era en la que Washington tendría la capacidad de utilizar las armas que quisiera, en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, con la seguridad de saber que sería inmune a una respuesta nuclear de cualquier otra nación.
El temor a una represalia nuclear de Rusia o China ha sido una de las pocas fuerzas que modera la agresión estadounidense en todo el mundo. Si esto se pierde, entonces Estados Unidos tendría vía libre para convertir países enteros –o incluso regiones del planeta– en vapor. Esto, a su vez, le daría el poder de aterrorizar al mundo e imponer cualquier sistema económico y político que desee en cualquier lugar.
Aunque parezca una fantasía, este “chantaje nuclear” fue una política más o menos oficial de las sucesivas administraciones estadounidenses en los años 1940 y 1950. No está demás recordar que Estados Unidos sigue siendo el único país que ha lanzado una bomba atómica en un acto de ira, y lo hizo dos veces en 1945 contra un enemigo japonés que ya estaba derrotado y estaba tratando de rendirse.
El presidente Truman ordenó la destrucción de Hiroshima y Nagasaki como una demostración de fuerza, principalmente ante la Unión Soviética. Muchos en el gobierno estadounidense deseaban utilizar la bomba atómica contra la URSS. Sin embargo, el presidente Truman inmediatamente razonó que si Estados Unidos lanzaba una bomba atómica contra Moscú, el Ejército Rojo invadiría Europa como respuesta.
Por lo tanto, decidió esperar hasta que Estados Unidos tuviera suficientes ojivas para destruir por completo a la Unión Soviética y su ejército. Los planificadores de la guerra calcularon esa cifra en alrededor de 400 (considerese que que la URSS representa una sexta parte de la masa continental del planeta) y para ello el presidente ordenó el aumento inmediato de la producción.
Esta decisión se encontró con una fuerte oposición entre la comunidad científica estadounidense, y se cree ampliamente que los científicos del Proyecto Manhattan, incluido el propio Robert J. Oppenheimer, pasaron secretos nucleares a Moscú en un esfuerzo por acelerar su proyecto nuclear y desarrollar un elemento de disuasión para detener ese escenario apocalíptico.
Al final, la Unión Soviética pudo desarrollar con éxito un arma nuclear antes de que Estados Unidos pudiera producir cientos. Por lo tanto, la idea de limpiar la URSS de la faz de la tierra fue archivada. Por cierto, ahora se entiende que los efectos de dejar caer cientos de armas nucleares simultáneamente probablemente habrían encendido vastas tormentas de fuego en Rusia, lo que resulta en la emisión de suficiente humo para ahogar la atmósfera de la tierra, bloquear los rayos del sol durante una década y terminar la vida humana organizada en el planeta.
Con el cierre de la opción nuclear hacia rusa en 1949, Estados Unidos apuntó su arsenal nuclear hacia la naciente República Popular de China.
En 1945, Estados Unidos invadió China y ocupó partes de ella durante cuatro años, hasta que las fuerzas comunistas de Mao Zedong obligaron a los comunistas y a sus aliados nacionalistas del Koumitang, KMT, a abandonar el país. Durante la guerra de Corea, algunas de las voces más influyentes de Washington abogaron por el lanzamiento de armas nucleares sobre las 12 ciudades más grandes de China en respuesta a la entrada de China en la contienda. De hecho, tanto Truman como su sucesor, Dwight D. Eisenhower, utilizaron públicamente la amenaza de la bomba atómica como táctica de negociación.
Derrotado en el continente, el KMT, respaldado por Estados Unidos, huyó a Taiwán y estableció un estado de partido único. En 1958, Estados Unidos también estuvo a punto de lanzar la bomba sobre China para proteger al nuevo régimen en el control de la isla en disputa, un episodio de la historia que resuena con el actual conflicto sobre Taiwán.
Sin embargo, en 1964, China había logrado desarrollar su propia ojiva nuclear, poniendo fin de manera efectiva a las pretensiones estadounidenses y ayudando a marcar el comienzo de una era de distensión de buenas relaciones entre las dos potencias, una época que duró hasta bien entrado el siglo XXI.
Así, es claro que sólo la existencia de un elemento de disuasión creíble . el poder nuclear- es lo que modera las acciones de Washington en todo el mundo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos sólo ha atacado a países relativamente indefensos. El gobierno de Corea del Norte sigue en el poder – pero no los de Libia, Irak, Siria y otros- es por la tenencia de las fuerzas convencionales y nucleares de gran escala. El desarrollo de una Cúpula de Hierro estadounidense podría alterar este delicado equilibrio y marcar el comienzo de una nueva era de dominio militar estadounidense.
¿UN ATAQUE NUCLEAR CONTRA JAPÓN? BIEN. ¿UN ATAQUE NUCLEAR A MARTE? ¡MEJOR AÚN!
Sin embargo, Musk ha restado importancia tanto a la probabilidad como a las consecuencias de una guerra nuclear. En el podcast de Lex Friedman, describió la probabilidad de una confrontación terminal como “bastante baja”. Y cuando habló con Trump el año pasado, afirmó que el holocausto nuclear “no es tan aterrador como la gente piensa”, y señaló que “Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas, pero ahora son ciudades llenas nuevamente”. El presidente Trump estuvo de acuerdo.
Elon Musk on danger of Nuclear War | Lex Fridman Podcast Clips
(No tenemos traducción; en inglés/ Nota Editor CT).
Según la Iniciativa Internacional para Abolir las Armas Nucleares, en el mundo hay más de 12.000 ojivas nucleares, la gran mayoría de ellas propiedad de Rusia y Estados Unidos. Aunque muchos las consideran una plaga para la humanidad y están a favor de su erradicación total, Musk aboga por construir miles más, enviarlas al espacio y lanzarlas a Marte.
El plan quijotesco de Musk es terraformar el Planeta Rojo disparando al menos 10.000 misiles nucleares contra él. El calor generado por las bombas derretiría sus casquetes polares, liberando dióxido de carbono a la atmósfera. El rápido efecto invernadero que se desencadenaría, según la teoría, elevaría las temperaturas de Marte (y la presión atmosférica) hasta el punto de sustentar la vida humana.
Pocos científicos han respaldado esta idea. De hecho, Dmitry Rogozin, entonces director de la agencia espacial estatal rusa Roscosmos, calificó la teoría de completamente absurda y de nada más que una excusa para llenar el espacio con armas nucleares estadounidenses dirigidas a Rusia, China y otras naciones, lo que provocó la ira de Washington.
“Entendemos que detrás de esta demagogia se esconde algo: se trata de una tapadera para el lanzamiento de armas nucleares al espacio- afirmó. Estamos atentos a este tipo de intentos: los consideramos inaceptables y los obstaculizaremos en la mayor medida posible”, añadió. Las acciones de la primera administración Trump, incluida la retirada de múltiples tratados internacionales sobre misiles antibalísticos, han dificultado este intento.
ELON Y EL COMPLEJO MILITAR-INDUSTRIAL
Hasta que Trump llegó a la Casa Blanca, muchos todavía percibían a Musk como un radical outsider de la industria tecnológica. Sin embargo, nunca fue así. Desde prácticamente el comienzo de su carrera, la trayectoria de Musk estuvo marcada por su relación excepcionalmente estrecha con el estado de seguridad nacional de Estados Unidos, en particular con Mike Griffin, de la CIA.
De 2002 a 2005, Griffin dirigió In-Q-Tel, la empresa de capital de riesgo de la CIA. In-Q-Tel es una organización dedicada a identificar, promover y trabajar con empresas tecnológicas que puedan proporcionar a Washington tecnologías de vanguardia, manteniéndolo un paso por delante de su competencia. Griffin fue uno de los primeros en creer en Musk. En febrero de 2002, acompañó a Musk a Rusia, donde ambos intentaron comprar misiles balísticos intercontinentales a precio reducido para fundar SpaceX. Griffin habló en favor de Musk en reuniones gubernamentales, respaldándolo como un potencial “Henry Ford” del complejo tecnológico y militar-industrial.
Después de In-Q-Tel, Griffin se convirtió en el administrador jefe de la NASA. En 2018, el presidente Trump lo nombró subsecretario de Defensa para Investigación e Ingeniería. Mientras estuvo en la NASA, Griffin invitó a Musk a las reuniones y aseguró la gran oportunidad de SpaceX. En 2006, la NASA le otorgó a la empresa un contrato de desarrollo de cohetes por 396 millones de dólares, una “apuesta” notable, en palabras de Griffin, especialmente porque nunca había lanzado un cohete. National Geographic escribió que SpaceX “nunca habría llegado a donde está hoy sin la NASA”. Y Griffin fue esencial para este desarrollo. Aun así, en 2008, tanto SpaceX como Tesla Motors estaban en graves dificultades, ya que Musk no podía pagar la nómina y suponía que ambas empresas irían a la quiebra. Fue en ese momento que SpaceX se salvó gracias a un contrato inesperado de la NASA por 1.600 millones de dólares para servicios de carga comercial.
Hoy, los socios sigue siendo muy unida, y Griffin se desempeña como asesor oficial de Castelion. Una muestra de lo fuerte que es esta relación es que, en 2004, Musk bautizó a su hijo como “Griffin”, en honor a su contacto en la CIA.
Hoy, SpaceX es una potencia, con ingresos anuales de decenas de miles de millones y una valoración de 350.000 millones de dólares. Pero esa riqueza proviene en gran medida de pedidos de Washington. De hecho, hay pocos clientes para cohetes aparte de los militares o las diversas agencias de espionaje de tres letras.
En 2018, SpaceX ganó un contrato para poner en órbita un GPS Lockheed Martin de 500 millones de dólares. Si bien los portavoces militares destacaron los beneficios civiles del lanzamiento, la razón principal del proyecto fue mejorar las capacidades de vigilancia y selección de objetivos de Estados Unidos. SpaceX también ganó contratos con la Fuerza Aérea para poner en órbita su satélite de comando, con la Agencia de Desarrollo Espacial para enviar dispositivos de seguimiento al espacio y con la Oficina Nacional de Reconocimiento para lanzar sus satélites espía. Las “cinco grandes” agencias de vigilancia, incluidas la CIA y la NSA, utilizan estos satélites.
Por lo tanto, en el mundo actual, donde gran parte de la recopilación de información y la adquisición de objetivos se realiza mediante tecnología satelital, SpaceX se ha vuelto tan importante para el imperio estadounidense como Boeing, Raytheon y General Dynamics. En pocas palabras, sin Musk y SpaceX, Estados Unidos no podría llevar a cabo un programa tan invasivo de espionaje o guerra con drones en todo el mundo.
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