
Estamos retrocediendo: ¿hacia el tecnofeudalismo? ¿Afianzamiento del neonazismo? ¿Qué nos espera? (Segunda parte y Final).
por Marcelo Colussi/desde Guatemala.
III
El capitalismo muta, sabe acomodarse a los tiempos, se va transformando, pero nunca pierde su esencia: explota el trabajo de otro, de muchos otros (la enorme clase trabajadora). Ese es el núcleo, y eso no cambia: explota, obtiene lucro, y obliga a consumir en forma interminable creando continuamente nuevas necesidades, superfluas en muchos casos (causa del desastre medioambiental que hoy vivimos, por una sobreexplotación de los recursos naturales). Capitalismo de libre competencia, capitalismo monopolista, imperialismo como fase superior del capitalismo, capitalismo en sus variantes fascista o socialdemócrata, capitalismo globalizado, capitalismo unipolar y guerrerista, capitalismo de la sociedad de la información y comunicación con revolución digital, capitalismo en la nube, capitalismo financiero manejado por mastodónticos y especulativos fondos de inversión no-productivos, capitalismo de vigilancia, capitalismo dirigido por pocos grupos gigantes implementando tecnologías de punta ligadas a la informática y la inteligencia artificial (Alphabet Inc. -Google-, Apple, Meta -Facebook-, Amazon, Microsoft, Nvidia, conocidos como las big tech), pero siempre lo mismo: modo de producción basado en la propiedad privada de los medios de producción, la acumulación de capital y la obtención de ganancia a través de la extracción de plusvalía de quien trabaja, sin importar si se trata de un obrero agrícola, un trabajador industrial o un ingeniero en sistemas con un alto salario.
Varios autores (Cédric Durand, Shoshana Zuboff, Yannis Varoufakis) han estudiado pormenorizadamente las nuevas formas del capitalismo, llegándose en algún caso a hablar de “tecnofeudalismo”, una modalidad que remeda las estructuras feudales del medioevo europeo, donde esas big tech harían el papel de señores feudales, con un poder de dominio omnímodo sobre los usuarios -los siervos de la gleba-, dependientes totalmente de las plataformas digitales, ofreciendo gratuitamente cantidades astronómicas de sus datos personales, que sirven para seguir promocionando el consumo.
El sistema capitalista hace agua; sus históricos centros de poder (Estados Unidos básicamente, la gran superpotencia, acompañado por sus vasallos: la Unión Europea y Gran Bretaña al otro lado del Atlántico, y por otro lado Japón) van perdiendo paulatinamente su influencia global. La aparición de una nueva propuesta económica planetaria desligada del dólar, los BRICS+, impulsada por Rusia y, fundamentalmente, por la nueva gran economía mundial que es China, comienza a desafiar al capitalismo occidental. No con una propuesta post-capitalista (socialista para el caso), pero sí de una magnitud que preocupa seriamente a Washington. El super desarrollo de ciencia, tecnología y producción de nuevos productos para un mercado completamente planetario ya no es dominado por Estados Unidos, sino por China (la mitad de las invenciones patentadas y la producción científica de avanzada -publicaciones en revistas científicas indexadas, por ejemplo- viene del gigante asiático, habiendo superado ya a la potencia americana).
Por otro lado, como muy bien lo expresa Alfredo Jalife-Rahme, “El conflicto en Siria ha mostrado que las fuerzas armadas de Estados Unidos han perdido la superioridad en materia de guerra convencional y que esa superioridad ha pasado a manos de Rusia. El desarrollo de una nueva generación de vectores nucleares hipersónicos rusos parece indicar que Estados Unidos también se ha quedado atrás en el terreno nuclear. Con la esperanza de salir de ese retraso, el Pentágono pretende aprovechar -mientras aún está a tiempo de hacerlo- la superioridad cuantitativa de su arsenal nuclear para tratar de imponer su voluntad a Rusia y China.” Eso está dando lugar a la propuesta estadounidense -impulsada por Donald Trump y su círculo cercano- de generar una gigantesca “cúpula de hierro”, construida con un gigantesco sistema de misiles antibalísticos que pueda contrarrestar las armas nucleares chinas y rusas, saliendo así victoriosa de una presunta Tercera Guerra Mundial.
Al respecto, la conservadora y ultra reaccionaria Heritage Foundation, de gran importancia hoy en la presidencia de Trump, informa que ese personaje tan especial en la actual administración de Washington como es “Elon Musk ha demostrado que se pueden poner microsatélites en órbita, por un millón de dólares cada uno. Utilizando esa misma tecnología, podemos poner 1.000 microsatélites en órbita continua alrededor de la Tierra, que pueden rastrear, atacar y derribar, utilizando balas de tungsteno, los misiles lanzados desde Corea del Norte, Irán, Rusia o China”. En el actual proyecto impulsado por el Pentágono sobre la base de la idea de Musk, las balas de tungsteno fueron reemplazadas por misiles hipersónicos. En otros términos: con esa iniciativa se tendría la indestructibilidad asegurada de Estados Unidos, que así -según esta elucubración- podría aniquilar a sus dos grandes rivales y quedar como dueño absoluto del mundo. Eso abriría una nueva era en la que el amo imperial intocable podría emplear las armas que deseara, en el punto del mundo que le fuera necesario, y en el momento que le plazca, sabiéndose inmune a los misiles nucleares de cualquier otro país que intentara responder. ¿Ciencia ficción o monstruosa realidad futura?
IV
Como se dijo más arriba, por esa intrincada suma de factores ya apuntados, el clima general del planeta va hacia la derecha, hacia posiciones hiper conservadoras, con un peso creciente de infames posiciones supremacistas. Esto puede verse en diversas partes del mundo, empezando por Europa, donde las poblaciones de muchos países “alegremente” votan candidatos declaradamente neofascistas (“Dios, patria y familia”, por ejemplo, en Italia). También en la India, la democracia más numerosa del globo, donde la gente acepta por tercera vez consecutiva a un ultranacionalista como primer ministro (Narendra Modi, quien exalta sin tapujos el mito nacionalista Hindutva, en búsqueda de una pretendida India “pura”, solo hindú, excluyendo tajantemente a cualquier minoría, heredero orgulloso de Subhash Chandra Bose, nacionalista admirador de Hitler y Mussolini), o en países de Latinoamérica, donde pueden ganar elecciones fanáticos reaccionarios como Milei o Bolsonaro, más histriónicos que verdaderos estadistas, pero que, curiosamente, tienen enormes cantidades de seguidores con sus discursos agresivos y disruptivos.
El supremacismo está imponiéndose. El caso de Estados Unidos es paradigmático (y, lamentablemente, dado su peso específico, sirve como faro para mucha gente en el mundo). Con el caballo de batalla del combate a la migración irregular -presunta causa del relativo empantanamiento de su economía, obviando así la crisis sistémica en que asienta la misma- Donald Trump ganó las elecciones. El odio al otro, fomentado desde los circuitos de poder, va prendiendo en los pueblos. El otrora “internacionalismo proletario” levantado por el socialismo parece hoy arcaica pieza de museo. Por el contrario, se elevan muros por doquier para impedir el paso de migrantes: Estados Unidos en su frontera sur, impidiendo la llegada de los “indeseables ilegales” latinoamericanos -¡ningún ser humano es ilegal!, recordemos-, en Europa hay algo similar en Polonia, en Lituania, en Noruega, en Estonia, en Macedonia del Norte, en Bulgaria, en Dinamarca.
El mar Mediterráneo, de hecho, es un gran muro que “protege” de esos “invasores” (¡que se ahoguen en el mar mejor!). Israel, por su parte, mantiene un infranqueable muro para evitar el ingreso de “terroristas” palestinos. Hasta Argentina, país empobrecido hasta los tuétanos por las políticas neoliberales, practica esta suerte de apartheid, colocando una barrera (alambre de púas, el presupuesto no dio para más) en su frontera noroeste con Bolivia (de dónde provienen los indeseables “bolitas”, perversamente utilizados como mano de obra barata). El epígrafe que encabeza esta breve nota lo dice todo.
Ese supremacismo racista, xenofóbico, patriarcal y misógino, se va enseñoreando en el mundo, contrario a las tendencias dominantes hasta ahora, que hablaban de ciertas aperturas, de una actitud de tolerancia para con el distinto. Estados Unidos prohíbe el aborto, y las recientes medidas del presidente atacan a las minorías sexuales, desestimando la ideología de género y rechazando categóricamente el lenguaje progresista (woke). El espíritu nazi está presente en forma creciente. Valga esto como ejemplo: el pasado 12 de febrero el fiscal general de Missouri, Andrew Bailey, presentó una demanda federal en contra de las cuotas de contratación de la empresa cafetalera Starbucks, indicando que tiene una “base laboral muy femenina y poco blanca”, criticando acremente sus políticas de inclusión, diversidad y equidad. Es decir: ¿muchas mujeres negras trabajando son indeseables?
Pareciera que las ya pisoteadas conquistas laborales ahora se complementan con una política de impunidad supremacista sin par. El que manda tiene derecho a todo sin miramientos; el otro, el disidente, el diverso, puede ser eliminado sin problema. Así lo hizo saber Elon Musk en el 2019 cuando el golpe de Estado contra Evo Morales, en Bolivia, llamando a ese alzamiento, supuestamente popular, patrocinado por la CIA: un “golpe de litio”. Preguntado por su involucramiento en ese hecho pronunció la tristemente célebre frase: “¡Golpearemos a quien queramos! ¡Acéptenlo!”. Más aún: así como apoya sin tapujos a las fuerzas neonazis en Alemania (Alternative für Deutschland), en las últimas elecciones en Venezuela, luego de haber apoyado abiertamente al candidato de Washington, el ex agente de la CIA Edmundo González, se permitió decir, petulante: “Voy por ti, Maduro. Te llevaré a Guantánamo en un burro”.
La idea de un “tecnofeudalismo” como continuación del capitalismo quizá no es correcta en términos de concepto socioeconómico (el capitalismo hipertecnológico de la nube sigue siendo capitalismo), pero descriptivamente muestra la realidad actual del mundo: nuevos “señores feudales” omnipoderosos dominan la escena. ¡Hasta monarcas ya tenemos! Aunque parezca tragicómico -en realidad, claro que lo es- la Casa Blanca se permitió sacar un comunicado con la figura del presidente en el país supuesto paladín de la democracia, ¡con una corona y con la expresión “larga vida al rey”. Hoy no hay castillos amurallados ni sangre azul, pero hay la fantasía de impune intocabilidad, ¿quizá de inmortalidad? Para muestra: el magnate estadounidense David Rockefeller, descendiente de la legendaria familia multimillonaria fundadora de la gran empresa petrolera Standard Oil, así como poderosos banqueros que manejaron buena parte de la economía norteamericana por décadas, no quería morirse nunca. Falleció a los 101 años, luego de seis trasplantes de corazón. ¡Viva la inmortalidad! Con cada nuevo corazón, declaró el archimillonario, “me sentía revivir”.
Las ideas de cambio social hoy parecieran condenadas al olvido. Pero, por supuesto, no lo están. No soplan vientos favorables al campo popular, lo cual no significa que tendremos que aceptar impávidos esa grosera afirmación de Elon Musk, representante por antonomasia de la actual élite dominante global. Seguramente, retomando la primera idea de este texto, “no hay progreso” en la esfera subjetiva, porque siempre faltará algo (¿por qué esa insistencia de Rockefeller en seguir viviendo? ¿Se habrá sentido inmortal de verdad, sin límites?) Pero definitivamente sí debemos forjar el progreso social.
Fin.
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Fuente: Recibido por CT 22-02-2025.
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