por Gabriel A. Méndez H. (*) /Razonpublica.com
La revolución cibernética parece estar llevándonos al desempleo masivo y a la desigualdad extrema. Y sin embargo la robotización y aplicación de nuevas tecnologías también podría abrir caminos hacia la emancipación de los trabajadores*.
Hacia la revolución cibernética.
La revolución industrial multiplicó exponencialmente las capacidades humanas de producción por medio de máquinas novedosas y capaces de ejecutar las tareas más diversas.
Hay tres tipos ideales de máquinas: las que modifican las características de los materiales, las que producen cambios en la energía y aquellas que transforman la información. De estas últimas se ocupa la “cibernética”.
Desde tiempos remotos, las cosas y los humanos conformaron un sistema único: la sociedad humana, ensamblada en un solo objeto socio-técnico, el Actor-Red. Dentro de este sistema integrado, los hombres ponían los deseos y la inteligencia, mientras que las cosas se encargaban de la energía y la materia transformada. No obstante, unas y otros no “conversaban” entre sí.
Pero desde que las cosas comenzaron a adquirir diversos grados de “inteligencia” ha tenido lugar una disrupción que es a la vez silenciosa y profunda.
En cuanto máquina cibernética, la Internet puede ser concebida como la placenta para el embrión de la sociedad civil global: una inmensa red de información extendida por el planeta con la capacidad de poner en conexión a todas las personas.
Ahora mismo se está desarrollando el siguiente salto evolutivo: la Internet de las cosas, que, como su nombre lo indica, permitirá conectar las cosas entre sí y con los humanos. Esta trasformación implica que los objetos pronto poseerán, como las máquinas cibernéticas, algún grado de “inteligencia” -que, para algunas funciones específicas, será igual o superior a la humana-.
Los riesgos de la maquinización.
Ante nuestros ojos emerge lo que Marx había anticipado bajo el término “cerebro social”. En el famoso “Fragmento de las máquinas” (cuadernos VI y VII de los Manuscritos de 1857/1858), Marx habla del proceso por el cual el capital va absorbiendo, “como un vampiro”, los conocimientos y habilidades de los trabajadores. Dicha extracción da lugar a una especie de “intelecto general” o conocimiento colectivo (1), donde “lo material es traducido y transpuesto en el cerebro humano”; en esa medida el cerebro es social (2). Hoy en día, tal realidad se conoce como “realidad virtual” o Big Data, aunque sería más exacto referirse a ella como realidad encriptada.
Como señala Slavoj Žižek, la privatización del Big Data explica que las estrellas mediáticas del Silicon Valley dominen el mundo. Si dicha privatización llega a sus últimas fases y se aplica a las técnicas de la producción, el capital requerirá de muy poca cantidad de trabajo vivo para su reproducción.
En cuanto máquina cibernética, la Internet puede ser concebida como la placenta para el embrión de la sociedad civil global.
Para entonces, si no hay una intervención del Estado, la mayoría de los trabajadores serán arrojados al desempleo o la precariedad.
Más recientemente, Stephen Hawking llamaba la atención sobre el mismo fenómeno. Según él, una buena distribución de las riquezas y de los beneficios producidos por la maquinización podría dar lugar a un bienestar general, pero si los propietarios de estas máquinas se empecinan en contra de la distribución social de la producción, la tecnología provocará mayor desigualdad y miseria.
Maquinización y límites del capitalismo.
Para el antiguo economista jefe del grupo de investigación sobre desarrollo del Banco Mundial, Bruno Milanovic, un proceso de maquinización total conduciría al derrumbe del capitalismo, debido al desplazamiento del elemento vivo, es decir, la fuerza de trabajo humana, que es la generadora de valor agregado. Sin esa plusvalía o plusvalor, el capital se queda sin sustento.
¿Cómo afectará la robotización al capitalismo? Según Marx, cada empresario se ve obligado por las leyes del mercado a invertir más y más en la tecnificación, con el fin de ser más competitivo. Pero cuando todos los capitalistas hacen lo mismo, la tasa de beneficio cae para todos. De modo que, a largo plazo, lo que hacen los capitalistas es “quitarse del negocio” o, más exactamente, moverse hacia una situación que no les reporta beneficios.
Google, Apple, Facebook, Microsoft, Amazon, Netflix, etc., tienen más ingresos que el Producto Interno Bruto combinado de muchos países. Pero la cantidad de trabajadores que emplean estas compañías ocuparía tan solo una ciudad pequeña. ¿Qué pasará cuando todos sus empleados quepan en un solo edificio?
En cualquier caso, el trabajo vivo será reemplazado por máquinas hasta un grado extremo, de manera que el grueso de la producción la llevarán a cabo robots. Entonces, el empleo será insignificante. Para Marx, el desequilibrio político último -o crisis terminal del capitalismo- se daría entre un enorme “ejército de reserva de desempleados” y una delgada capa de capitalistas y asalariados exitosos.
Supongamos que, después de la “revolución social”, las máquinas pasan a ser propiedad del “ejército de desempleados”. Entonces, tendríamos las mismas factorías atestadas de robots, pero todo el producto sería apropiado por los excluidos, quienes usarían ese ingreso para tener una vida de mucho ocio, con jornadas de trabajo reducidas o incluso ninguna, mirando pantallas y jugando divertidos juegos en sus computadores portátiles.
Sin embargo, ¿cuál sería la ideología de estos ciber-proletarios? ¿Acaso un remozado “fetichismo digitalizado”, o el “reino de la libertad’”, tal como lo teorizó Marx?
Si bien las “maravillosas máquinas” de la era digital parecen traer consigo una gran promesa de emancipación humana, aún replican en sus “flujos y comandos” el racismo, el sexismo, el imperialismo y el capitalismo de la matriz política que les dio vida: la colonialidad globalizada y su realidad encriptada.
Una vía digital al comunismo.
La idea de que las máquinas acabarán con una gran parte del empleo y de que millones de personas se quedarán en la calle es un lugar común. Pero ¿es realmente cierta o al menos probable esta amenaza?Milanovic imagina una gran fábrica robotizada “controlada por un solo trabajador”. ¿Cuántas horas debería trabajarse en ella? Quizás ocho horas diarias, cinco días a la semana, etc. Bien, y si en lugar de que un solo trabajador tenga la tarea de comandar la fábrica, ¿por qué no dos en turnos de cuatro horas? ¿O, mejor, cuatro turnos de dos horas (sin rebaja en la paga mensual para los obreros que ven su jornada reducida)?
El trabajo vivo será reemplazado por máquinas hasta un grado extremo, de manera que el grueso de la producción la llevarán a cabo robots.
Si se repartiera el trabajo entre todos los obreros, las máquinas dejarían de ser una amenaza, tal como lo pronostican los profesores de la Universidad de Oxford, Carl Frey y Michael Osborne, quienes, en su popular estudio sobre el futuro del empleo, afirman que nada más ni nada menos que el 47 por ciento de los puestos de trabajo existentes hoy día en Estados Unidos están en riesgo de desaparecer por causa de los robots.
Es seguro que la robotización eliminará muchos puestos de trabajo, pero solo provocará la caída total del empleo si y solo si no se reduce la jornada de trabajo y se mantiene la concentración de la propiedad sobre esos robots.
Por el contrario, si disminuyen las horas de la jornada de trabajo y cambia la propiedad de las máquinas, la robotización podría abrir una época de esplendor para la vida, con mayor bienestar, respeto al medio ambiente y felicidad humana generalizada.
Con la emancipación del cerebro social, la riqueza de las sociedades no solo esta cambiando deuna “inmensa acumulación de mercancías” a una enorme sinapsis planetaria sino que, debido a su revolucionaria estructura matemática (blockchain), esta misma tecnificación de los procesos productivos podría alterar las tradicionales geometrías del poder global.
Entonces, ¿qué pasaría si en un futuro cercano el mundo copia exitosamente la digitalización de países como Estonia, Singapur o Israel? Claramente, se trata de una intensificación de la brutal competencia geopolítica intercapitalista.
No obstante, al ser todos ellos Estados policivos y capitalistas, el reto de los trabajadores será transformar esa especie de ‘guerra mundial cibernética’ en una clásica guerra civil, socializando las bases de datos (3) es decir, desencriptando el Big Data y toda la potencia de su inteligencia artificial colectiva, para liberarla de sus actuales “secuestradores” estatales (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia, China) y privados (Google, Facebook, Netflix, Microsoft, Apple).
Notas:
- Para una teoría alternativa y no eurocéntrica (como la de Marx) del “extractivismo” y la tecnología en general, recomiendo la lectura de R. Grosfoguel (2016). “Del extractivismo económico al extractivismo epistémico y ontológico: una forma destructiva de conocer, ser y estar en el mundo”, Tabula Rasa, 24 pp. 123 a 143.
- G. Carchedi, (2014): “Old wine, new bottles and the Internet”, Work Organisation, Labour & Globalisation, 8.
- E. Morozov, E. (2015). “¡Socializad los centros de datos!”, New Left Review, 91, pp. 47 a 70.
Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad Autónoma de Manizales. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.(*)
(*) Gabriel A. Méndez H.: Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales.
09/13/2017.
Fuente: http://revistacorrientes.com/el-impacto-de-la-robotizacion-sobre-el-capitalismo/
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