Brasil de Lula a Bolsonaro: las diferentes caras de la contrarrevolución.

Por María Orlanda Pinassi*/ Traducción: Diego Ferrari

No hace mucho tiempo que, a sueldo del capital financiero internacional, el neoliberalismo social brasileño – nuestra parodia neodesarrollista – se mostraba al mundo como ejemplo de prosperidad y contemporización de clases a partir de una periferia en acenso.

Ideológicamente conducido por el lulismo, el programa tuvo éxito y sus resultados positivos fueron distribuidos según el grado de expectativas. Abundantes ganancias para pocos; alivio de la pobreza para muchos, lo que no significaba poca cosa en un país cuya política se había acostumbrado a contemplar sólo los privilegios de las élites. Su longevidad – 12 años de gobierno – se debió al montaje de un intrincado esquema de control de la máquina estatal en todos los niveles de la federación. Y la popularidad vino de los pesados subsidios destinados a sectores de la burguesía brasileña – en avanzado proceso de transnacionalización ya desde la dictadura militar-empresarial -, mientras articulaba exitosas políticas de acción compensatoria, algunas de las cuales se iniciaron en el gobierno de FHC.

Mitigación del hambre, distribución de renta, recuperación de los índices de empleo (de alta rotación y precarización) con cartera firmada y del salario mínimo, ampliación de la esfera nacional de educación superior (y del crédito privado) y fortalecimiento de los Derechos Humanos de matiz liberal enfocados en el individuo – mujer, negro, indígena, LGBTQ – fueron algunas de sus medidas más importantes de cobertura y control social. Pero, como todo en el capitalismo tiene un lado B prominente, signos negativos, en la medida en que aparecían, seguían escusados por la satisfacción de urgencias mayores, en una estrategia política transformada en virtud.

En el curso de aquellos años de bonanza, los más atentos observaban una desaparición paulatina de políticas destinadas a la clase trabajadora – por lo demás, la misma palabra clase trabajadora fue gradualmente suprimida del vocabulario gubernamental. En su lugar surge una noción más amplia y flexible de “clase media” formada por (trabajadores precarios, temporales) empresarios, colaboradores, consumidores y deudores del sistema de crédito financiero. El programa, si no forma una clase media de hecho, forja una poderosa falsa conciencia esencial a la mezquindad creciente de las luchas políticas, sindicales y sociales, a la profundización generalizada de la alienación de un enorme segmento que descubre, mediante políticas afirmativas, una individualidad sin un lugar social definido. De la crisis que se produjo en el país después de 2013 surgió una peligrosa fragmentación, políticamente inculta, que, durante la época de las vacas gordas, no parecía ser tan nociva. Pues fue exactamente esa parte sustantiva de la sociedad que se rebeló contra lo que hoy vienen tratando de “vieja política” apoyando, esperanzada y con expectativas aún más bajas que en 2003, a tal “nueva política” canalizada por la transición del período Temer y efectivada con ferocidad por el gobierno Bolsonaro.

Desde entonces, parece que entramos en un mundo distinto, mucho, mucho peor de lo que podría suponer nuestra peor pesadilla. Sin embargo, a diferencia de lo que muchos afirman, Bolsonaro no es un retroceso, ni un fascismo indiferenciado. Parece un tipo aún más virulento de fascistización alineada a Estados Unidos y destinada a la descalificación material y moral de Brasil en las jerarquías de una nueva división social del trabajo. O sea, el tan soñado “empoderamiento” del país de los BRICS en el IIRSA, en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el FMI, se transforma en polvo, agudizando aún más nuestra histórica condición de dependencia estructural.

La fuente se secó para el neoliberalismo social. Esto quiere decir que el último período “progresista”, barajado por ideas eclécticas, fue instado a ceder espacio a la realidad de los hechos. “Cada mono en su palmera”: burgueses de un lado, precarizados de otro. Sin pacto de clase, sin negociación, sin diálogo

La usurpación ideológica, cebada en los eufemismos palacianos que por años se empeñó en contemporizar la lucha de clases, fue abruptamente sustituida por atributos políticos anti-éticos.[1] El juego irresponsable de la inculcación de clase media consumidora en las masas se transformó en algo impredecible y peligroso. Artificialmente abonadas por crédito fácil, abundante, tentación al endeudamiento, las masas fueron abandonadas a las fieras por sus ídolos pacificadores, ellos mismos encantados y lamidos en sobornos abundantes y fáciles de la época de las vacas gordas de la financiarización internacional

Desesperadas por la forma lamentable con que se derrumbó el pasado reciente, lanzadas sin subterfugios al desempleo y a la informalidad, sometidas diariamente a la rapiña de sus derechos, las masas parecen tener razón en negarse a la política como espacio de “representación honrada”. La cruenta realidad de sus vidas cotidianas sumada a las amargas profundidades de su histórica exclusión política las lleva al campo del circo y del odio inspirados por personajes violentos, jocosos, pornográficos, cínicos, casi todos evangelizados por prédicas satánicas. Capitanes, pastores, monarcas, celebridades de segundo nivel y juristas desequilibrados, muchos de los cuales conocidos aliados del lulismo, reflejan una indigesta predisposición al abismo. De la escena salió la concertación, quedaron las migajas del pan duro y la visión de un espectáculo siniestro.

La sospechosa ascensión del candidato belicista, estrepitosamente votado en aquél domingo 7 de octubre, después del estancamiento e incluso la tendencia a la baja en las encuestas, fue realmente sorprendente. El fenómeno, sin embargo, no se dio de modo espontáneo en la base ignorante de la sociedad, sino como resultado de una articulación muy bien montada entre las fuerzas que representan los actuales intereses de nuestra burguesía y nuestro capitalismo asociado y dependiente, instados a satisfacer las exigencias del nuevo y agresivo patrón de acumulación dictado por Estados Unidos e Israel.

Criminalmente, los mismos medios que compusieron con esmero el Diario de la Puñalada no condenaron ni las travesuras fascistoides de las crías bolsonazi, ni las declaraciones amenazadoras del vice-general. Al mismo tiempo, institutos de investigación de cuestionable reputación “demostraban” el crecimiento de los números Bolsonaro divulgados exhaustivamente por todos los medios de comunicación. Desde el templo de Salomón, Edir Macedo y su Imperio Universal señalaron la ira de los cielos y el camino del infierno a los infieles desviados de su orientación sufragista. Luciano Hang, como padre jefe, destiló el pánico entre sus empleados. Voto de cabestro, fraudes, falsificaciones, trucos, redes sociales y toda clase de medios violentos y engañosos contribuyeron de modo decisivo para el resultado del pleito.

Parece que un tiempo de aclaraciones muy difíciles se abre y desafía a quien se dispusiera a afrontar las verdaderas necesidades de la historia, de nuestra historia brasileña, latinoamericana. El cuadro, por último, nos ayuda a orientar una posible comprensión hacia la apatía popular brasileña frente al Octubre Rojo Latinoamericano. Después de todo, ¿Estamos por detrás o más allá de Chile, Bolivia, Ecuador, Haití, Honduras, Colombia?

En la cancha actual, el Estado brasileño viene dando ejemplos sombríos de cómo arrodillarse ante el imperio y las empresas extranjeras interesadas en nuestros recursos humanos y en nuestros recursos naturales (nuestras tierras, minerales, gas, petróleo y, principalmente, nuestra agua). Profundiza la histórica subalternización del país al orden mundial promoviendo la destrucción masiva de los derechos de la clase obrera que se agiganta de manera absolutamente precarizada El Estado brasileño disuelve agencias de protección ambiental y encubre múltiples ataques a los varios biomas algunos de los cuales con daños irreversibles – Mariana (2015) y Brumadinho (2019), con pérdida de muchas vidas humanas y con enorme degradación de la fauna, de la flora, del ecosistema de la región; alienta la deforestación y los incendios intencionales en la Amazonía, en el Cerrado, en el Pantanal, en todo el territorio nacional; avala las masacres cada vez más frecuentes de líderes indígenas, quilombolas, campesinas y ambientalistas; desatiende la gravedad absurda de la fuga de aceite que contamina toda la costa noreste llegando al Sureste. El Estado brasileño es la inminencia parda de las milicias que asesinan a luchadoras impertinentes como Marielle Franco y exterminan a jóvenes negros y pobres acorralados en guetos urbanos. Es cómplice del brutal aumento de los feminicidios; y agencia el desmonte del sistema público de educación, salud, cultura, de las artes entregando todos los sectores para la privatización internacional.

La única solución encontrada apunta para la línea de bajísima resistencia del Lula Libre, De ahí la pregunta: ¿A qué más el metabolismo de reproducción social del capital podría aspirar, de que a forjar un ultraneoliberalismo para  de un mundo donde pueda sobreexplotar hasta el cansancio – y sin reacción – la plena capacidad de trabajo disponible; donde tenga la posesión absoluta – y sin obstáculos legales – de los recursos naturales, por más ocultos y preservados? ¿Un mundo en el que las instituciones correspondan íntegramente a las ganancias más absurdas y a los fetiches más bizarros de sus personificaciones dominantes? ¿Un mundo en el que la satisfacción exclusiva de las necesidades de algunos ricos sea aceptada con resignación por la incontable masa de pobres?

Pues es así, como un laboratorio de control social total, un laboratorio de experimentos pacíficos y violentos de contrarrevolución, que Brasil se presenta al continente que se atrevió a rebelarse contra el ya largo proceso de expoliación neoliberal. De Lula a Bolsonaro, funcionamos como antídoto de las insurgencias populares que estallan en los países vecinos.

En este momento no se puede aún hacer pronósticos sobre el fenómeno, pero la ola de revueltas contra medidas neoliberales impopulares en Ecuador, Chile, Bolivia, Haití, Honduras, Colombia, muestra caminos de organización popular, lejos de la institucionalidad y que por eso mismo comienzan a sacudir la orden. En estos caminos vemos un encuentro interesante de trabajadoras y trabajadores, en activo y jubilados, de indígenas y de campesinos, de estudiantes, de mujeres, hombres, un encuentro racial, de generaciones y de género. Sin jerarquías. Pero nunca está de más recordar que todas estas manifestaciones provienen de la realidad dramática que el capitalismo ofrece a la abrumadora mayoría de la población que depende de la venta de su fuerza de trabajo en todo el mundo. Y a pesar de todos los argumentos contrarios y de todos los desórdenes provocados por el sistema, la más imperiosa necesidad del capital es mantener estricto control sobre el trabajo sea cual sea el formato que tenga: si produce valor absoluto o relativo, si el trabajo es formal o informal, si es legal o esclavo.

En ese sentido, la lucha debe ser llevada al lugar de donde nunca debió haber salido, es decir, al campo de la transición revolucionaria y popular, reconociendo en este proceso la importancia de respetar la singularidad ontogenética de los individuos en combate y el lugar social que ocupan en la sociedad. Estamos hablando de una recalificación de la lucha de clases con sujetos efectivos y conscientes de su papel revolucionario no en las sombras de un partido o movimiento social, sino participando de sus decisiones. Para que esto se realice verdaderamente es necesaria una rigurosa, difícil – en muchos casos imposible -autocrítica sobre los caminos trillados hasta aquí y, a partir de ahí, preguntarse sobre el horizonte a ser conquistado: si un pasado recalentado, si un futuro radicalmente transformado.

Las cuestiones proceden porque, paradójicamente a los agravantes oriundos de la acumulación de contradicciones sociales o del mal funcionamiento del sistema en todo su metabolismo social, la naturalización de su hegemonía, históricamente fundada en ideologías apologéticas y decadentes, ha reducido drásticamente el campo de visión y de acción de las organizaciones de trabajadoras y trabajadores, en los sindicatos, en los partidos políticos, en los movimientos sociales Y precisamente cuando más se necesitan posicionamientos decisivos y firmes contra el capital (y no sólo contra el capitalismo), se amplía la adhesión a la línea de menor resistencia y a la crítica anti-neoliberal (fragmentada y ‘empoderada’ en torno a sí misma) de los años 2000. Recordemos el modelo trazado por el Foro Social Mundial con su eslogan “Otro mundo posible” a partir de una pluralidad totalmente desmenuzada.

Repensando la emancipación

Hace mucho tiempo que la izquierda no juega ningún papel notable. Está perdida, sin dirección, sin función y a la deriva de un politicismo flojo, empeñada en formar parte de un parlamento irremediablemente podrido e incapaz de escucharle. Para esa izquierda, que abdicó del futuro y se inclinó a los llamamientos republicanos, parece insuperable el abismo que nos separa de una existencia substantivamente humana, no alienada y libre para expresarse por medio de representaciones individual y colectivamente ricas en su auténtica diversidad. Ahora bien, esa rebaja de las expectativas tiene lastre.

De modo predominante, el siglo XX legó a las izquierdas dos caminos aparentemente divergentes entre sí.[2] Los hitos históricos de esta supuesta divergencia pueden ser localizados en la ascensión y la caída del socialismo realmente existente. En el principio se levanta un provechoso marxismo instrumental, europeizante, evolucionista, con fuerte apego al desarrollo capitalista y escudado en ideales universalizantes. Para este marxismo positivista, heredado de la II Internacional y hecho oficial en la URSS incluso antes de la ascensión de Stalin, las jerarquías son establecidas como dogmas por la vanguardia del partido (portador de la conciencia) sobre la masa, por el dominio del colectivo sobre el individuo, por el fundamento de un supuesto objetivo sobre la subjetividad, por el ideal revolucionario sobre lo cotidiano y la realidad adversa de la lucha. Ejemplos de las inmensas dificultades de sintonía entre teoría y acción pueden ser observadas ya en la Revolución Rusa [3], en las Luchas de Liberación de África[4] y en la interpretación del capitalismo y de la lucha de clases en América Latina.[5]

En la segunda mitad del siglo XX, el Estado de bienestar social con sus pactos de clase -verdad que distribuido de modo desigual y combinado por el centro y la periferia -, creó un clima de optimismo y un esfuerzo de teorización con perspectivas no conflictivas, todas antimarxistas[6]. De ahí surgen las tesis del final de la historia, del fin de las ideologías y del fin de la sociedad del trabajo. En la misma línea, surgen análisis que  traen el identitarismo – nacionalista, negro, femenino, ambiental, – al centro de las preocupaciones con la institucionalización de las particularidades y con la lucha por derechos de igualdad formal dentro de un orden substantivamente desigual.

Hagamos aquí una pausa para pensar en una experiencia reciente vivida intensamente en casi toda América Latina, cuando una ola de redemocratización vigilada proviene del largo y brutal período controlado por dictaduras civiles bajo tutela militar. En el Brasil de los años 1980, la sociedad civil se reorganiza en los barrios, en las fábricas, en los sindicatos, en movimientos de lucha por la tierra y en partidos políticos. Las organizaciones actúan como extensión de la división social del trabajo y de las jerarquías según la lógica del capital. El brazo agrícola, el brazo industrial, el brazo parlamentario. Todos reivindicativos, dependientes de políticas públicas en un país de tradición autocrática (sí, la lucha, sobre todo en el campo siempre ha sido muy difícil por aquí) y con sus tipos ideales weberianos: el campesino, el obrero y aquel con vocación política. Una nueva cuestión: ¿Cuál es el papel de ese esquematismo militante en un mundo de hombres y mujeres cada vez más polivalentes en su extrema miseria y precarización?

Volviendo a la dicotomía que hemos estado examinando, tenemos un dilema relativo. Por un lado, la teoría revolucionaria apoyada en un sujeto colectivo/abstracto (el partido como su conciencia posible) alejado del cotidiano de mujeres y de hombres reales. De otro, una serie de teorías críticas basadas en un presentismo identitario, fraccionado y sin vislumbre revolucionario. Un choque agotador, inocuo y, casi siempre restringido a la Babel académica y productivista entre una izquierda ilustrada incapaz de comprender la dialéctica fuera de los libros de una izquierda socialdemócrata, plural e histórica. Pues bien, ni idealismo sin sujeto, ni personas sin lugar social nos sirven como referencia para las luchas que tendremos que afrontar.

Intentaremos con ello abrir un campo de análisis e intervención a partir de algunas espinas de la historia latinoamericana. Es posible que su actualización nos ayude a encontrar explicaciones y quién sabe salidas de viejos e impenitentes problemas.

Cuando hablamos de combatir el capital no nos referimos sólo a un sistema político y económico que nos oprime y empobrece. Hablamos también de una grave y resistente deformación societaria, de alienación y naturalización de lo que es esencialmente histórico. Por ejemplo, cuando preguntamos acerca de quiénes son los sujetos de la revolución, no nos interesa polemizar sobre lo que es más importante resaltar: si su condición de clase o si su condición humana (si mujer, si negra, si negra, indígena, blanca, si gay, oriental). Desde la forma en que vemos las cosas, eso es ontológicamente imposible. Vamos a superar las dicotomías reproducidas por aquellos antiguos equívocos que colocan de un lado la clase de otro el sexismo, la racialización, la nacionalidad.

El capital en sí no es prejuicioso, ni tiene credo religioso porque es generoso. A la hora de explorar acoge a todos y todas sin distinción, incluso a los ancianos, los niños, los discapacitados, presidiarios. Tienden a darle a eso el nombre de responsabilidad social. Pero las diferencias surgen a la hora de evaluarlos y reprocharlos como mercancías que son. Es precisamente esa jerarquización constituida por la conveniencia del capital que los individuos insertados en esta lógica van a reproducir: una alienación que es autoenajenación al mismo tiempo. Así que vamos a Marx.

Para él, el presupuesto del proceso que produce y reproduce la relación capital puede ser observado en toda historia de la acumulación de riquezas, algo que desde su fase originaria, viene siendo moldeado por todos los momentos en que grandes masas humanas son arrancadas repentinamente y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres como pájaros. La expropiación de la base agraria del productor rural, del campesino, forma la base de todo el proceso. Su historia adquiere colores diferentes en los diferentes países y recorre las diversas fases en secuencia diversa y en diferentes épocas históricas.[7]

La brutalidad que marcó los cercos en Europa fue intensificada por la empresa colonial en el saqueo de mujeres y hombres de África conducidos al infierno de la esclavitud en el “Mundo Nuevo”. Al mismo tiempo, un destino de masacres se abatió sobre las poblaciones nativas de los territorios expoliados. Ya en el pecado original del sistema del capital, europeos, africanos, indígenas, adultos, niños y viejos, asalariados allí, esclavos aquí, en el piso de fábrica, en el eito, todos y todas tendrían su integridad humana y cultural destruidas para ser transformadas en piezas para la producción de cosas, condición de su inserción en la inmensa fuerza de trabajo abstracto.

Mi trabajo no es vida (…) una vez presupuestada la propiedad privada, mi individualidad se pierde a tal punto, que esta actividad se vuelve odiosa, un suplicio y, más que actividad, apariencia de ella; en consecuencia, es también una actividad, aparentemente impuesta y lo único que me obliga a realizarla es una necesidad extrínseca y accidental, no la necesidad interna y necesaria.[8]

De esta manera alienada, expresión de una relación social basada en la propiedad privada, el dinero y el trabajo abstracto, la existencia en el mundo del capital se manifiesta y se desarrolla como existencia deshumanizada, cosificada. Las relaciones sociales, en este caso, se convierten en relaciones entre cosas.

La igualdad de los trabajos humanos adopta la forma material de una objetivación igual de valor de los productos del trabajo, el grado en que se gasta la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo y, finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en las que se traduce la función social de sus trabajos, cobra la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo.[9]

Lo que podemos decir al respecto es que cuanto más se alejan los individuos de su condición originaria y más contaminados están por las deformaciones sociales burguesas, más tienden a naturalizar y reproducir los valores del capital contra sí mismos. Su alienación se desarrolla y se agiganta en la misma proporción del desarrollo capitalista. Se entrega a la democracia y a la institucionalidad burguesa. Sus sueños, si alguna vez fueron de liberación, encajan en algunas meras políticas públicas. Se desconoce el sentido más profundo de las luchas de sus antepasados, aunque los admiren. La grandeza de las guerras indígenas contra los colonizadores, de las luchas de los africanos tiranizados contra la sociedad esclavista, del combate de vida y de muerte de aquellas mujeres y hombres contra una civilización buscaba la preservación de su integralidad aún no alienada, ni contaminada por valores corrosivos.

Pensando a través de una línea del tiempo conducida por la imposición del sistema del capital sobre el ser del trabajo abstracto seguido de una naturalización que predispone a la resignación, se comprende la predominancia de la pequeña política, el descenso de las expectativas. Además, se comprende también la tendencia a la fragmentación y autonomismo de las causas (feministas, raciales, sexistas y ambientales).

La propuesta entonces es la recuperación de la conciencia sustantiva de los seres afectados y oprimidos por el capital con vistas a una ofensiva que va mucho más allá de la unidad de fragmentos que practican más el duelo que el encuentro. No se trata de suma de fuerzas, sino de síntesis basada en una solidaridad humana contra un sistema irremediablemente irracional.

[1] Cada uno de los ministerios está ocupado por uno o un representante de su negación. Damares, Weintraub, Salles son los que mejor personifican la ruptura de los ilusorios valores universales, del “políticamente correcto”, la inversión de las conquistas en los campos aunque formales de los Derechos Humanos, del feminismo, de la educación y medio ambiente. Dios, Olavo de Carvalho, Steve Bannon en el comando.

[2] No desconocemos las innumerables otras salidas propuestas en el campo de las izquierdas, sólo señalamos las dos que más prevalecieron, como hemos querido mencionar

[3] De todos los factores explicativos sobre la derrota de la experiencia soviética, ningún otro consigue ser más esclarecedor que el dramático cotidiano vivido por las campesinas y proletarias que, juntamente con sus hijos, fueron del cielo al infierno por la Revolución Rusa. Por un lado, la conquista de un audaz aporte de derechos constitucionales que les prometía garantizar los usos de una nueva moral sexual y la liberación de las tareas domésticas. De otro, la realidad dura de una vida de miserias, abandono y explotación del trabajo. Ver al respecto Wendy Goldman. Mulher, Estado e Revolução. São Paulo: Boitempo, 2016.

[4]Kwame Nkrumah, Class Struggle in Africa. Panaf Books, 2006. Frantz Fanon, Em defesa da revolução africana. Portugal, Sá da Costa Editora, 1969. Eric Williams. Capitalismo e escravidão. São Paulo, Cia das Letras, 2012

[5]José Carlos Mariátegui, Sete Ensaios de Interpretação da Realidade Peruana. São Paulo: Alfa Omega, 1975. Florestan Fernandes, Poder e contrapoder na América Latina, Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1981.

[6] Marxismo, socialismo y comunismo siempre identificados con la experiencia soviética.

[7] Marx. “A assim chamada acumulação primitiva” em O capital. SP Nova Cultural, 1988.

[8] “Extractos de lectura” em Obras de Marx y Engels OME “Manuscritos de Paris y Anuarios Franco-Alemanes 1844”. Barcelona, Grijalbo, 1978, pgs 293 y 299.

[9] Ibidem, p. 124.

Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/04/29/brasil-de-lula-a-bolsonaro-as-diferentes-faces-da-contrarrevolucao/

* Socióloga y profesora de la UNESP (Universidad Estadual Paulista), Brasil.

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